Como lectores, tenemos múltiples posibilidades de encontrar lenguajes y estéticas para entrar en ese espacio íntimo que se gesta al leer, habitando un espacio al que se nos convoca y al cual ingresamos creando significaciones personales, a veces colectivas, siempre subjetivas. Y en ese gesto de significación también somos coautores, abriendo rutas en un juego a veces vertiginoso y otras más calmo. Facsímil (2014, Editorial Hueders), es la última publicación de Alejandro Zambra y nos convoca a entrar en un juego desde una posición de coautoría explicitada por las formas escogidas para su escritura. Esto, ya que Facsímil usa la estructura de lo que fue la PAA (Prueba de Aptitud Académica) Verbal –hoy PSU, examen rendido por parte importante de quienes en Chile egresan de enseñanza media-, que nos pide indicar ante cada pregunta la respuesta correcta entre las alternativas propuestas.
Es en este punto de una supuesta verdad en una única respuesta posible, que Facsímil despliega su juego al subvertir la lógica de una respuesta excluyente y permitirnos responder este ‘Libro de ejercicios’ en una lectura que debemos realizar desde otro lugar, desaprendiendo lo que nos enseñaron sobre cómo leer un libro. Facsímil opera con la palabra, tal como lo hace un stencil que transgrede el sentido original de una imagen a través de la intervención de parte de su forma, y nos lleva en esa práctica a reconocer parte de lo escondido de la trampa de los consensos, del Canon o de la ideología, que nos constituyen desde lo enseñado. Porque, ¿qué ejercicio es el que realizamos en la lectura de Facsímil? (por cierto, esta pregunta tampoco tiene una única respuesta correcta).
Facsímil se despliega como un dispositivo, plantilla de juego en el cual escudriñar las palabras y sus significados, el lenguaje, los vínculos y la memoria. Su estructura sostiene las cinco partes propuestas en la PAA, que van desde el enunciado aislado de un significante y su 1:1 del ‘Término excluido’, pasando por un cuestionamiento a la lógica que exige un ‘Plan de redacción’, el ‘Uso de ilativos’ y la ‘Eliminación de oraciones’, hasta llegar finalmente a ‘Comprensión de lectura’. En ese recorrido por las (di)secciones en nuestro examen sobre las palabras, las formas de aprendizaje y sus repercusiones en nuestra intimidad, las representaciones a las que nos aferramos y las tramas que construimos, Zambra ocupa hábilmente la estructura de esta prueba para pasar desde los significantes oscuros del ‘Término excluido’ que cierran con la única posibilidad del silencio que se repite insistentemente -aquello que no puede ser elaborado-, al cuestionamiento de un ‘Plan de redacción’ y lo que supone en la escritura, por ejemplo, para ir ampliando la trama narrativa y los campos semánticos que se intervienen entre preguntas, construyendo un narrador hasta llegar a las tres historias que conforman los textos finales en ‘Comprensión de lectura’.
En la medida en que el libro avanza, las alternativas amplían las posibles respuestas, abren campos e incluso modifican los desenlaces esperados; las soluciones propuestas no son tales y devienen en una especie de rizoma que enfatiza que las respuestas son -casi siempre- diversas. Y las formas en que escribamos o leamos y signifiquemos un libro son, en parte importante, personales. Es una invitación a vincularse con una forma de leer que es, justamente, la que no nos enseñaron en la escuela, pervirtiendo con Facsímil ese mandato instituyente.
No es extraño sentir la tentación de marcar alternativas en las páginas del libro, evidencia de un entrenamiento por el que hemos pasado, juego conocido; pero en Facsímil, como en la vida real, también hay preguntas que no podemos resolver y tenemos que omitir, o no hay respuesta; o las respuestas correctas para cada lector, incluso, pueden ser varias a la vez.
Como Zambra ya nos ha presentado en sus publicaciones anteriores, nos encontramos con la conflictividad de narrar qué es la paternidad y el vínculo entre padre e hijo; el amor, la neblina nostálgica de la a veces sutil certeza del desenamoramiento y cierta asfixia en los vínculos de los que es casi imposible desprenderse, que persisten incluso rotos. Y la memoria de la niñez en dictadura y su herencia en la postdictadura creciendo con nosotros, huella del pasado reciente en la construcción de un imaginario compartido y de las formas de la infamia, porque ¿quién narra esa violencia constituyente?, ¿qué es ser hijo de un torturador asesino? Aún intentamos respondernos. Somos, a la vez, los censores de lo que se autoriza a publicar.
Ahora, si bien hay temas recurrentes, su abordaje puede resultar atractivo incluso para lectores que esquivaron sus publicaciones previas. Quien haya vivido en el Chile del fin de la dictadura reconocerá frases grabadas en el inconsciente colectivo, en ejercicios como el siguiente, “40. Los estudiantes van _____ la universidad _____ estudiar, no _____ pensar .” (37), donde la única posibilidad que se nos otorga para llenar el espacio es la palabra “a” en cada una de las cinco alternativas, sin escapatoria a un recuerdo certero, innegable. Pero por otro lado y con insistencia, emerge la pregunta por la escritura y sus formas, en un cruce que amplifica, a la vez, la forma de leer:
“52. Fuiste un mal hijo, por eso escribes __________.
Fuiste un mal padre, por eso escribes ___________.
Estás solo, por eso escribes _______________.
- A) cartas cartas cartas
- B) novelas cuentos poemas
- C) mal mal mal
- D) tu testamento tu testamento tu testamento
- E) tanto tanto tanto” (41)
En su inicio, Facsímil configura un cuerpo de preguntas que evoca el cuerpo visual de la escritura de poemas; recordemos que las primeras publicaciones de Zambra son poemarios y ese rastro se recoge en Facsímil. Pero la pregunta por los géneros literarios adquiere sentido aquí, en tanto las formas de su escritura se desplazan hasta finalmente decantar en narrativa en los cuentos de ‘Comprensión lectora’. Cuando un autor ha alcanzado un reconocimiento importante por parte de la crítica, pares y lectores a través de su trabajo en narrativa, parece interesante esta opción por una escritura diferente a la de sus publicaciones previas, relevando formas del juego a un lugar central, dando espacio a la ironía y el humor, que nos sacan de las escrituras dolientes y navegan por un pantone amplio de tonos emocionales que configuran significaciones y recuerdos.
Facsímil invoca, también, las historias de las pequeñas resistencias que nos enseñaron otras formas de vincularnos “Creo que gracias a la copia salimos un poco del individualismo y empezamos a convertirnos en una comunidad” (72), recuerda el narrador refiriendo la solidaridad de la primera juventud en el liceo de excelencia. La posibilidad de redimirse ante uno mismo llega desde el recuerdo de la niñez, que nos hacen olvidar aprendiendo respuestas únicas, formateando comprensiones y clausurando rutas de aprendizaje: “Los prepararon para esto, para un mundo donde todos se cagan entre sí. Les va a ir bien en la prueba, muy bien, no se preocupen: a ustedes no los educaron: los entrenaron.” (78), dice el ex profesor del liceo primer foco de la nación, porque la educación y lo que vivimos en ella es central, igualmente. La palabra, las formas de comprensión y el cuerpo adiestrado, la censura de las primeras formas del erotismo. La ideología a favor de una forma del orden y de una forma de leer, comprender y escribir, donde la escuela ocupa un rol medular.
El diseño del libro, a cargo de Inés Picchetti, resguarda el formato original y reconstruye el recuerdo de esa prueba única, desde la portada que simula la hoja de respuestas y sus noventa casillas para rellenar, hasta la hoja final que la replica, dispuesta a nuestro llenado o mirada silenciosa ante las casillas vacías. A través del libro organizamos la memoria, cuantificando, organizando recuerdos en carpetas intangibles de mensajes no enviados o de borradores. Pienso en la mayoría de edad y la autorización para la autonomía legal, donde la palabra se pone en juego y debemos dar cuenta de cómo entendemos esta adscripción a un lenguaje y orden, que habitualmente se cruza con la rendición de la PAA o PSU, y más sentido me hace la subversión en la que nos sumerge Facsímil. En su dedicatoria reconocemos profesores que enseñaron a desaprender la rigidez de la escuela ante la literatura, la escritura, la vida. ¿Cómo se nos enseña a leer, comprender y escribir? Hay respuestas en las que no hay posibilidad de escabullir la realidad, otras en las que no hay más alternativa que lo ya sucedido y que es imborrable pero, en gran parte, Facsímil nos permite un juego en el que cada quien lee llenando sus propias casillas u omitiendo aquello que no nos es posible responder en lo inmediato. O nunca.
Te invitamos a escuchar acá la lectura de fragmentos de Facsímil, en voz de Alejandro Zambra:
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Título: Facsímil
Autor: Alejandro Zambra
Editorial: Hueders
Año publicación: 2014