No fue en una sala de teatro, ni en un escenario convencional, ni bajo el alero de alguna institución cultural de la época. Por el contrario, como una conjunción de convicciones artísticas y políticas, fue en una plaza de una comuna periférica de Santiago donde aconteció uno de los hitos de nuestras artes escénicas contemporáneas. Era 9 de diciembre de 1988, en el epílogo de la dictadura, cuando en la plaza O’Higgins de la comuna de Puente Alto, Andrés Pérez y su recién fundada compañía Gran Circo Teatro estrenaron La Negra Ester, a la larga, una de las obras más populares del teatro nacional.
De regreso en Chile luego de permanecer cuatro años en Francia, donde formó parte de la compañía Théâtre du Soleil, Andrés Pérez se embarcó en el proyecto que buscaba poner en escena el poema de Roberto Parra que narraba su historia de amor con una prostituta llamada Ester.
Trabajando sobre lo aprendido en Europa, con ayuda del mismo Parra, el resultado fue una obra que no sólo hablaba de Chile sino que además sabía y olía a él. Llena de color, música, baile, humor, picardía y amor, la pieza se transformó en un verdadero fenómeno no sólo en el país sino también en el extranjero, remontándose con distintos elencos hasta hoy.
Tenacidad artística
Durante los 17 años que duró la dictadura, el teatro ofreció una férrea resistencia al régimen militar. Tanto por la tenacidad de sus artistas, como por las características que como disciplina le son propias, el teatro se transformó en un lugar de reunión y de denuncia.
Así, los artistas escénicos asumieron el rol de “decir”, que se materializaba en propuestas realistas donde el texto dramático predominaba por sobre los demás elementos. Sin embargo, desde mediados de los años ’80 emergen en la escena un grupo de creadores con propuestas diferentes. Desmarcados de la tradición literaria y realista, Ramón Griffero y su Teatro de Fin de Siglo, Mauricio Celedón y la compañía Teatro del Silencio, Horacio Videla y el Teatro Provisorio, Alfredo Castro y la compañía La Memoria, Juan Carlos Zagal, Jaime Lorca y Laura Pizarro y el colectivo La Troppa y, por supuesto, Andrés Pérez que con su trayectoria previa en teatro callejero y con la posterior fundación del Gran Circo Teatro, dieron un giro a la tradición teatral que imperaba hasta ese momento, proceso en el cual cada uno fue capaz de hacerse de un lenguaje propio e identificable.
Con La Negra Ester, Andrés Pérez logró conectarse con el público chileno. Luego de sus presentaciones en Puente Alto, la obra se trasladó a la terraza Caupolicán del cerro Santa Lucía para luego itinerar por otras comunas de Chile y partir al extranjero.
Un teatro democrático
En las puestas en escena de Andrés Pérez se podía encontrar elementos del teatro callejero, máscaras y técnicas circenses, así como también la intención permanente de rescatar a personajes marginales del mundo popular y presentarlos en coloridas estéticas. Se renoce la influencia de técnicas orientales en su lenguaje así como también la de su maestra en Francia, Ariane Mnouchkine.
Sus personajes se instalaron en la memoria colectiva de un país que estaba ansioso que el arte saliera de la academia. “Era un teatro hecho para la gente y no para la elite intelectual del país. Andrés tenía una máxima que era muy hermosa, decía: hay que hacer la obra para el más inteligente, pero también para el que menos sabe”, recuerda Iván Álvarez de Araya, quien interpretó a Roberto Parra en La Negra Ester. A eso se atribuye, también, que hiciera largos intermedios en sus obras donde los asistentes se reunían en torno a la comida y la música mientras esperaban que comenzara el segundo acto.
“Esa ética fue la que permitió que sus obras estuvieran conectadas con un orden espiritual desarrollado gracias al rigor, el goce, la fiesta y el trabajo comunitario”, dice la actriz Mariana Muñoz, quien trabajó con Pérez en 1999. Sobre todo, “en un ambiente en el que salíamos de la dictadura y todo era sufrido, latero, dramático, donde había poca fiesta, poco carnaval, estas obras se transformaron en un foco de luz”, resume la directora de la Escuela de Pregrado de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, Maite Lobos, quien cree que “Andrés refrescó el lenguaje callejero en Chile”.
Para Pérez era esencial llegar a todos los espectadores. Su afán por recorrer distintas poblaciones e instalarse en lugares periféricos se relaciona con su experiencia en Francia, donde el espectáculo iba hacia las personas con una fiesta alegre y llena de color.
“Andrés, desde sus inicios, trabajó lo popular. Sus propuestas artísticas tienen los mismos motores: se vinculan con la calle y con los espectadores, además busca la emoción desde el arte”, afirma Katiuska Valenzuela, egresada de la U. de Chile y representante del área de Diseño Teatral en la Plataforma de Artes Escénicas.
Impulsor de nuevas ideas
Sin embargo, su labor no se remitió a lo estrictamente teatral, sino que también demandó mejoras laborales para los artistas. Su objetivo era revalorizar al gremio, incluso adelantándose “a las políticas culturales de hoy”, cuenta Maite Lobos, quien trabajó en el diseño teatral de algunas de sus obras.
“Andrés trató de impulsar las cosas, pero chocó con todo el mundo, sobre todo con una izquierda súper conservadora que le molestaba la homosexualidad del actor”, sostiene la académica.
Las gestiones de Andrés Pérez buscaban que el Estado chileno se hiciera cargo del arte, tal “como había experimentado en su estadía en Europa”, señala la académica, quien destaca que “volvió a Chile a devolver todo lo que aprendió en el extranjero, fue muy generoso. Se podría haber quedado allá, pero vino a dar la pelea”.
Otra de sus luchas fue recuperar espacios en abandono para formar un centro cultural que acogiera a su compañía. Luego de varios meses de búsqueda y solicitudes a organismos gubernamentales, lograron que el ministerio de Vivienda y Bienes Nacionales les entregaran por dos meses los galpones de Matucana 100, no obstante, son las autoridades de la época quienes impiden concretar este sueño.
“Lo que queda claro es que las instituciones oficiales, como universidades o gobiernos, nunca lo acogieron”, recuerda Maite Lobos. Y agrega: “En el momento en que estaban sucediendo estas cosas Andrés era un actor más dentro del mundo cultural, pero recién después que murió valorizaron su aporte”.
Su casa de estudios lo celebra
Desde 2007 se festeja de manera oficial el 11 de mayo: Día Nacional del Teatro, coincidiendo con el natalicio de Andrés Pérez. El origen de esta conmemoración acontece tras la muerte del director, ocurrida en enero de 2002. Ese mismo año, la compañía Gran Circo Teatro y Rosa Ramírez organizaron el Primer Carnaval Teatral en Santiago, que partió desde Plaza Italia hasta el Barrio Yungay para conmemorar el cumpleaños del director. La fiesta continuó en otras ciudades como Tocopilla, San Antonio, incluso en París y en Madrid. En ese momento, la fecha adquirió relevancia sectorial, alcanzando, con el paso de los años, importancia también a nivel nacional.
El departamento de Teatro de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, lugar donde Andrés Pérez inició su formación, se sumó este año de manera activa a la conmemoración, organizando no un día sino una semana dedicada a festejarlo. Así, entre el 11 y 16 de mayo se desarrollarán una serie actividades teatrales en torno a la figura del creador.
Abrió la iniciativa un conversatorio que reunió a ex compañeros(as) del director en su época estudiantil. En tanto, este jueves 14 se desarrollará una charla sobre la Ley Sectorial, a cargo del Sindicato de Actores de Chile (Sidarte), a las 16 horas. Además, durante toda esta semana, a las 20 horas, se realizan funciones gratuitas de estudiantes y egresados relacionadas con las propuestas de Andrés. El detalle de la programación se encuentra en este enlace.
Legado cultural
El pasado lunes el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), en conjunto con la Plataforma de Artes Escénicas, iniciaron el proceso que busca crear una Ley Sectorial, a través de la presentación de un borrador oficial de la iniciativa. “Nuestro primer pie de lucha son las leyes laborales en torno a las artes escénicas”, cuenta Katiuska Valenzuela.
Este proyecto se preparó con asesoría jurídica del Sidarte y apoyo del CNCA. Sus ejes fundamentales son la formación, el financiamiento, las subvenciones, el fomento y resguardo patrimonial, la protección laboral y el cumplimiento de las normativas laborales que rigen en este sector artístico. Durante la celebración también se reconoció al diseñador teatral Sergio Zapata, quien ha trabajado extensamente en el Teatro Nacional Chileno, y a la compañía El Rostro, por sus 30 años de labor ininterrumpida en Concepción.
“Esperamos que este reconocimiento se establezca en el tiempo”, dice Katiuska Valenzuela, agregando que el premio está inspirado en la labor artística y social de Pérez. “Andrés tenía un tremendo sentido social, de la belleza y la emoción en el arte. Con este premio queremos plasmar el legado que dejó en tantos artistas nacionales de teatro, danza y circo”.