La granada de Giannini no deja de estallar

  • 13-06-2015

Decía el filósofo y Premio Nacional Humberto Giannini que la Universidad, a mediados de los ochenta, se había convertido en un lugar solitario. Alumnos, profesores y administrativos estaban recelosos unos de otros, todos atravesados por la lanceta de la sospecha. Una mañana, decidió tomar una granada del generoso árbol de su casa. Le pidió a su señora que la envolviera como si fuera un regalo. Así partió a la Universidad de Chile, donde era profesor, y la depositó en el patio, con sigilo y ademán dudoso. Alguien lo vio y dio cuenta a las autoridades del hecho. El decano designado por el gobierno militar llamó al GOPE. El rostro de la autoridad se pondría rojo de furia, como la fruta que guardaba el paquete, al darse cuenta que se trataba de ese tipo de “granadas”.

El gesto de Humberto Giannini explota hoy en su sencilla moraleja. Nunca antes una granada tan dulce ha tenido tanta efectividad, reventando en su ironía, iluminando esas zonas oscuras, aquellas que no queremos ver por la desidia, por la comodidad, por los intereses, por el individualismo rapaz.

Cuando desde la sede del Partido Socialista son desalojados ex prisioneros políticos de la misma manera en que las fuerzas represoras de Pinochet los trataban hace décadas, la granada de Giannini vuelve a estallar. Nos muestra que tantos golpes recibidos nos volvieron los mejores golpeadores, maltratadores de primera, incluso en contra de  quienes entonces se aplaudía y felicitaba en su lucha por derrocar al tirano, y que hoy aparecen, sin embargo, inútiles por su edad y condición. Inservibles para una sociedad que de tanto dar vuelta la hoja de la historia, ha terminado por despedazarla.

Cuando la presidenta después de una gira de diez días por Europa, llega a firmar dos iniciativas que son parte de la agenda anticorrupción y deja sin cumplir, una vez más, el plazo que se autoimpuso de hacerlo en 45 días, vuelve a asomarse Giannini y su granada. Esta vez para recordarnos que esa desazón que lo embargaba por encontrarse en medio de un país dolido y suspicaz bajo la dictadura, donde los miembros de la comunidad universitaria se miraban con desconfianza, hoy lo hacemos con mayor aprensión. Porque el veneno no está en la fecha incumplida, que al final son meros plazos en los que ella misma se cazó, sino que en la falta de explicación. La falta de palabras, de discurso, de relatoque expliquen porqué son necesarias esas leyes, el porqué hemos llegado hasta este punto en el que solo la legislación puede venir a sentar las mínimas normas de convivencia en un pueblo que se jacta por su generosidad y solidaridad, solo en tiempos de catástrofe.

Que sabemos que somos un país donde la ley escrita es lo que vale, pero que este sinfín de normas está terminando por perder al espíritu que las inspira. Que si no son aceptadas, entendidas y validadas por todos, y que ese todos no es precisamente la clase política ni la empresarial, las leyes quedan como letra muerta.

La ausencia de un diálogo razonado que nos permita entender en qué contexto un joven ministro del Interior aparece como el responsable de la hecatombe gubernamental, un aparecido en la política al que se le ve descender en caída libre, sin refuerzos partidistas ni lazos familiares que lo contengan, y cuando en sus descargos alude a la traición, es porque la granada estalla de nuevo en nuestras caras. Una nueva explosión que enrarece el aire y deja un desagradable picor en los ojos, que muestra a un Chile que no se sana de una enfermedad que se llama clasismo.

La granada de Humberto Giannini nos recuerda que el deseo de construir una sociedad participativa y plural ha quedado como un regalo intocado dentro de un paquete sin abrir.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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