Alejandro Aravena en Venecia 2016

Quizás con profesionales como Aravena, que una vez que han obtenido la fama internacional son algo más escuchados y obedecidos, las autoridades políticas de turno comprendan que la estética también puede ser un gesto político, que la belleza no es un atributo de los ricos.

Quizás con profesionales como Aravena, que una vez que han obtenido la fama internacional son algo más escuchados y obedecidos, las autoridades políticas de turno comprendan que la estética también puede ser un gesto político, que la belleza no es un atributo de los ricos.

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Cuando hace apenas un par de meses elogiábamos la trayectoria del arquitecto chileno Alejandro Aravena, quien a sus 47 años recibía el Premio al Diseño de Arquitectura del Año que entrega el Museo de Diseño de Londres, nos llega la noticia de que ha sido nombrado como director de la Bienal de Venecia 2016.

Es el premio mayor al que un arquitecto puede aspirar y que lo sitúa en lo más alto de esta disciplina, cuando además es el primer latinoamericano que se pone a la cabeza de la más importante cita anual de la arquitectura del mundo.

Aravena ya había estado en Venecia en el año 2008, recibiendo el León de Plata, un reconocimiento al talento prometedor de un arquitecto joven. Y no se equivocaron entonces, cuando seis años más tarde, le entregan la curaduría de la Bienal que se desarrollará entre el 26 de mayo y el 27 de noviembre de 2016. Una tarea de locos, ya que cuenta con menos de un año.

En el año 2012 ganó un concurso internacional para construir la Bolsa de Comercio de Teherán y el año pasado, recibía en Austria un premio que celebraba las soluciones que creó su oficina, Elemental, para la reconstrucción de la ciudad de Constitución luego del terremoto del año 2010. También fue durante seis años jurado del Premio Pritzker, el Nobel de la Arquitectura, situándolo entre los personajes más influyentes de la arquitectura mundial.

Este egresado de la Universidad Católica, sin embargo, impuso un sello a sus trabajos: la vocación pública como un gesto político desde la arquitectura a través de propuestas para las viviendas sociales que van allá de una construcción de alrededor 40 metros cuadrados, concibiéndolas como núcleos en crecimiento y en estrecha vinculación comunitaria. Aunque en un principio puede haberlo sido, Elemental no es hoy una oficina de arquitectos chascones y alternativos. Es una empresa asociada a la Copec y a la Universidad Católica de Chile y declaran como misión el “operar sobre la ciudad y su capacidad de generar riqueza y calidad de vida. Entendemos nuestros proyectos de vivienda, infraestructura, equipamiento y espacio público como una oportunidad para llevar los beneficios de la ciudad a todos”.

Ahora, cuando es Aravena como arquitecto el que tiene bajo su responsabilidad la dirección de la Bienal de Venecia 2016, que es la número 15 desde su creación, ya ha dicho que seguirá la misma línea de trabajo que lo ha caracterizado: “Aprender de las arquitecturas que a través de la inteligencia, la intuición o las dos al mismo tiempo, son capaces de escapar de la situación actual”, dice Aravena. Lo que ha dicho es que durante los próximos meses se dedicará a buscar y a seleccionar los mejores casos, en los que a pesar de las dificultades existentes, como falta de recursos, la incomprensión por parte del poder político o de la voluntad de la autoridades lograron finalmente, desde la arquitectura dar con soluciones novedosas y sobre todo, útiles para un sector de la población olvidado por la que podríamos llamar gran arquitectura.

Porque uno de los rasgos que hizo que Aravena y su oficina se destacaran respecto del paisaje arquitectónico tradicional chileno fue justamente el que en la búsqueda de soluciones habitacionales no para una familia de La Dehesa sino que para una de La Pintana, no renunciaron a la belleza, una cualidad que en Chile es opuesta a la pobreza.

La pobreza es fea, me dijo una señora hace unos años y el impacto de su frase no lo puedo olvidar. Celebramos a Valparaíso pero cuando se observan sus casas pintadas de vivos colores desde cerca vemos la realidad de esas estructuras que cuelgan desde los cerros más pobres. Lo pintoresco duele y agrede.

Quizás con profesionales como Aravena que, como suele pasarnos, una vez que han obtenido la fama internacional son algo más escuchados y obedecidos, nuestro país, entiéndase las autoridades políticas de turno, entonces comprendan que la estética también puede ser un gesto político, que la belleza no es un atributo de los ricos.





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