Cine y Políticos: La imagen lo es todo

Cada vez que la narrativa cinematográfica se arma alrededor de esa ya conocida frase “basada en una historia real” los imaginarios tiemblan y se rearman, y cuando el centro de esa “historia real” son personajes públicos este ejercicio es especialmente potente. El cine es una poderosa herramienta para instalar miradas sobre la realidad, porque trabaja con lo más sutil y escurridizo del ser humano: sus emociones y su memoria.

Cada vez que la narrativa cinematográfica se arma alrededor de esa ya conocida frase “basada en una historia real” los imaginarios tiemblan y se rearman, y cuando el centro de esa “historia real” son personajes públicos este ejercicio es especialmente potente. El cine es una poderosa herramienta para instalar miradas sobre la realidad, porque trabaja con lo más sutil y escurridizo del ser humano: sus emociones y su memoria.

Por estos días finaliza en Matucana100 un ciclo dedicado a películas  que tienen como protagonistas a destacadas personalidades políticas. Filmes como “La Dama de Hierro”(Phyllida Llloyd, 2011), “Gandhi” (Richard Attenborough, 1982) o “Che, guerrilla”(Steven Soderbergh, 2008) tienen como atractivo principal presentar al espectador una mirada privilegiada a la intimidad de esos hombres y mujeres que lideraron momentos clave de la historia. Pero no olvidemos que esa mirada, aunque basada en hechos, es un discurso y como todo discurso es una construcción que tiene objetivos que pueden ir desde revindicar, homenajear, repensar, hasta condicionar la imagen de ese personaje celebre, siempre buscando cumplir con lógicas cinematográficas que buscan mantener el interés y la empatía del espectador.

Cada vez que la narrativa cinematográfica se arma alrededor de esa ya conocida frase “basada en una historia real” los imaginarios tiemblan y se rearman, y cuando el centro de esa “historia real” son personajes públicos este ejercicio es especialmente potente. El cine es una poderosa herramienta para instalar miradas sobre la realidad, porque trabaja con lo más sutil y escurridizo del ser humano: sus emociones y su memoria. La experiencia cinematográfica se contrasta con la experiencia del espectador. Lo hace repensar su mirada sobre el hecho que se le narra. Si existe un discurso propio sobre aquello que se le cuenta, éste se podrá contrastar con lo que el espectador ya piensa respecto a ese hecho o sujeto, pero si se trata de una situación sobre la que el espectador sabe poco o no tiene un discurso propio, la seducción de la forma cinematográfica entregará elementos que el espectador probablemente incorporará a su propia mirada frente al tema.

Pensemos por ejemplo en la película “No” de Pablo Larraín. Mientras que para los chilenos que vivieron la dictadura, el discurso de que el plebiscito fue ganado únicamente gracias a la astucia de los publicistas que armaron la campaña resulta, por decir lo menos, inexacto. Pero para quienes no siguieron el proceso – y no tenían antecedentes de las movilizaciones sociales, del trabajo de las organizaciones y los medios de oposición- la eficiente narración del filme les permite llegar a asumir que la situación que se está contando fue tal cual como se la está contando. Aquí el cómo es fundamental. Porque depende de la capacidad cinematográfica el seducir al espectador en esta construcción que se le está presentando. Personalmente creo que toda historia es ficcionable, y que los creadores –acá hablo de cine, pero esto también incluye otras expresiones- tienen todo el derecho a la posibilidad de jugar con los hechos y personajes históricos, y narrarlos desde el lugar que quieran. Somos nosotros los espectadores los que tenemos que hacer el ejercicio de poner en cuestión “este cuento que nos cuentan”.

Ya en los años cuarenta el historiador francés Marc Ferró, señalaba que los “el film, imagen o no de la realidad, documento o ficción, intriga auténtica o pura invención es Historia”. Aunque esta afirmación pueda parecer polémica, si lo pensamos bien nuestra relación con el pasado –con la historia, nuestra o ajena- está mediada por el recuerdo, por los discursos que nos creamos en torno a ese pasado. Como dice Vicente Sánchez-Biosca “La historia no son los hechos acontecidos en el pasado; es un discurso (en realidad, un conjunto casi infinito de discursos) que trata(n) de explicarlos, conectarlos inscribiéndolos en cadenas casuales que otorgan sentido” De allí que se pueda afirmar –como lo hace Ferró- que lo no ocurrido, las creencias, las intenciones, el imaginario del hombre son tan Historia como la Historia.

La posibilidad de ver películas sobre célebres líderes políticos nos permite enriquecer nuestra mirada, poner en cuestión lo que creemos saber al enfrentarnos a lo que el otro nos quiere contar al respecto. Nos entrega argumentos para pensar, una perspectiva nueva sobre la cantidad de elementos que están en juego en las grandes decisiones. Pero no nos entrega, no seamos ilusos, una mirada objetiva –como si eso fuera posible- de lo que fueron o vivieron.





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