Cécil era el líder absoluto, frente al cual todos se rendían. La belleza, porte y sagacidad de este león lo convertían en un ser admirado por todos, al punto de ser el símbolo de Zimbabue. La figura adoraba por toda una nación de casi 15 millones de habitantes, ubicada en el sur de África, no tenía antagonista. Ni siquiera el dictador Robert Mugabe, que desde el año 1980 ejerce el control férreo de un pueblo que llegó a liberar y que sigue arrodillada ante él hasta hoy, a punta de muerte y corrupción.
La muerte de Cécil, el león símbolo de Zimbabwe ha venido a remover a una nación que pareciera no asombrarse con nada. Al menos, no lo hizo hace unos pocos meses, cuando el ex guerrillero y hoy convertido en pleno dictador después de 35 años de gobierno absoluto decidió festejar su cumpleaños número 91 con una fiesta digna de una novela de Salgari. A pesar de que su pueblo soporta uno de los niveles de vida más deprimidos de África, cuando más del 75 por ciento de la población vive con menos de 140 mil pesos mensuales, no dudó en celebrarse a lo grande realizando una fiesta que debió organizar en un campo de golf para acoger a los más de 20 mil invitados.
El Movimiento 21 de febrero es un grupo político que lleva ese nombre justamente por el natalicio del Viejo Bob, como llaman a Robert Mugabe, y en torno al cual viven miles de serviles funcionarios de gobierno. Para atender a sus más de 20 mil invitados, el menú de la cena de la fiesta de cumpleaños contempló dos elefantes, dos búfalos, cinco impalas y dos antílopes negros, pero no leones, ellos son los reyes de la selva. De aquí la indignación de la población de Zimbabue que veía en Cécil a un ejemplar único y, por ello, su vida era protegida en una de las reservas de ese país hasta que un cazador ya identificado se las arregló para engañar al enorme altivo rey león y, luego de perseguirlo por más de 40 horas, lo mató de manera ignominiosa llevándose su cabeza como trofeo.
La muerte de Cécil ha removido a esta sociedad porque ya se sabe que, según las leyes de la selva, una vez muerto el líder de la manada, lo que se viene ahora es más sangre, cuando el nuevo rey mate a todos los hijos de Cécil. Eso es una regla de la naturaleza: el nuevo león no dejará ningún rastro del poder que le antecedió y, sin pensarlo, porque es una cuestión de instintos que llevan marcados en el ADN, extinguirá a toda su descendencia.
Los habitantes de Zimbabue saben que esta regla se aplica no solo a los fieros leones sino que también a los humanos, y que cuando Mugabe desaparezca, el nuevo líder no dudará en hacer valer su poder con la muerte de sus familiares y colaboradores. El Viejo Bob no está solo, tiene a miles que lo protegen, cuando lo que hacen, a fin de cuentas, es proteger su propia vida.
El comportamiento animal nos permite también entender, desde otro punto de vista, lo que sucede en México y sus redes de poder. El Chapo Guzmán, el líder máximo del cártel de Sinaloa, huyó de la cárcel estatal, desde las propias narices de las fuerzas gubernamentales que se habían negado a extraditarlo a Estados Unidos. La fuga de El Chapo fue algo que se preparó durante meses y para lo cual se debieron remover más de 3 toneladas de tierra que, aseguran, nadie nunca vio pasar en camión alguno. De modo que la protección a este líder, ya no es una cuestión de su banda, de su cártel y de quienes haya podido comprar con unos miles de dólares, sino que de una red de protección al narcotráfico que está instalada en la institucionalidad mexicana. No se explica de otro modo, cuando luego de su captura hace 17 meses y que fue considerada entonces uno de los más grandes golpes al crimen organizado en el mundo, no significó ninguna degollina para que un nuevo líder tomara su lugar.
El recambio fue natural, como si El Chapo Guzmán, siguiera dirigiéndolo todo desde la cárcel, sin pugnas de poder por su sucesión. Y porque los seres humanos nos parecemos demasiado a los leones, sabemos que tal captura puede haber sido una entrega voluntaria como una manera de permitir que las cosas siguieran su curso, para que el negocio- frente a las presiones estadounidenses cada vez mayores-pudiera seguir dando pingües dividendos, enriqueciéndolos a todos, es decir, a una mafia instalada en el corazón de la sociedad mexicana.