En ferias del libro y otros eventos literarios solemos escuchar que el fomento lector es lo que mueve todos los esfuerzos de sus organizadores; que el contacto del público con los libros produzca esa ecuación alquímica que los incite a leer y convertirse en lectores. No falta en la declaración de principios y, sobre todo, en los discursos inaugurales de las autoridades y los que aparecen impresos en los programas de las ferias, la responsabilidad que sienten con las nuevas generaciones. Que en cada versión se han preocupado de darles un espacio para que los más pequeños puedan conocer esos libros que los están esperando.
Estas declaraciones de intenciones no nos representan ningún conflicto cuando en nuestras ferias, sea la FILSA o la Feria del Libro Infantil y Juvenil, nos vemos sumidos en una exhibición de stands de diferentes editoriales y distribuidores que ponen sus productos para que los niños elijan. Porque estamos acostumbrados a entender que el fomento a la lectura y la formación de nuevos lectores se hace así, con montones de libros de todo tipo, donde cada local expone su oferta. Ni qué decir cuando esta oferta incluye princesas de Disney o personajes animados de la televisión a los que los niños corren como hipnotizados porque son los seres que conocen, los que los acompañan en sus juegos diarios y a los que duermen abrazados todas las noches.
Sin embargo, el libro infantil y juvenil es mucho mas que eso cuando la tradición cuentística de la literatura universal nos remite a los clásicos. Pero hay más, mucho más. Y eso es lo que se descubre luego cuando, con más calma y cuando ya haya pasado el infartante encuentro con los personajes televisivos, los pequeños se pueden asomar a otros libros que han sido hechos especialmente para ellos. Libros que tienen a otros protagonistas, realizados con otra factura, con ilustraciones diferentes a la estética Disney y que cuentan historias que les resultan más próximas. Pero este encuentro del que queremos nazca la pasión por la lectura en los más pequeños, resulta muy difícil en las ferias como nosotros los chilenos las estamos entendiendo. Conclusión a la que se llega sin mucho reflexionar cuando nos encontramos sumidos en el Salón del Libro Juvenil e Infantil, que ya va en su segunda versión, en el marco de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín.
¿Qué es lo que han hecho los colombianos que nosotros debiéramos tener en consideración? Lo primero, es que esta Fiesta del Libro, como han decidido llamarla, tiene el espíritu celebratorio desde el lugar donde han decidido realizarla y la forma cómo han dispuesto que se produzca este encuentro. El espacio es el Jardín Botánico de Medellín, rodeados de especies naturales de gran belleza, donde los niños pueden desplazarse a toda carrera, como les gusta a esa edad, y también hacerse parte de alguna de las múltiples actividades que se han dispuesto para ellos.
Y el encuentro es en una amplia sala donde se concentra la oferta infantil que ha sido previamente seleccionada tomado en cuenta el lema que tiene la Fiesta este año: leer la vida. No se trata de que cada editorial lleve los libros que se le da la gana. Se trata de un trabajo de meses de una fina curaduría con lo mejor que se produce en toda Latinoamérica en literatura infantil que es dispuesto de manera ordenada y atractiva. Con un recorrido simple y señalado por los temas de la vida vamos viendo la producción editorial. Más de seis mil títulos que han sido agrupados bajo grandes temáticas y que se inicia con Los placeres de la vida, donde se encuentran los libros en torno al arte, la música y la poesía. De esta última, los poetas chilenos son los que más presencia tienen, y entre ellos, Pablo Neruda y Gabriela Mistral se repiten en ediciones chilenas y extranjeras, todas bellamente ilustradas. Más allá, está La vida en familia, y le sigue La vida en el planeta, con la producción en torno a temas que tanto les interesan a los niños y a los que son más sensibles, como la naturaleza y la ecología. Y así les siguen los libros de animales que les fascinan y también los de la vida urbana, que les permite mirarse en su diario vivir, y no solo entender que la felicidad está en los paisajes bucólicos y pastoriles sino que también en el departamento de un alto edificio en medio de la ciudad. Pero como la literatura infantil dejó hace rato ese mote de literatura boba, aparecen libros para niños que hablan conflictos, de desplazamientos, de guerra y también de la muerte. Libros delicados y sensibles, bellos en su factura y profundos y simples en su acercamiento a los grandes temas de la vida.
El respeto hacia los niños y jóvenes se puede demostrar en una feria del libro de la misma manera cómo lo hacemos con las visitas en nuestras casas: recibiéndolos con lo mejor. Más de cien editoriales latinoamericanas, casi todas pequeñas, que han hecho de la factura de sus libros un trabajo impecable. Entre ellas, hay algunas chilenas y nos lleva a preguntarnos por qué no intentamos acercar a nuestros niños a los libros de esta manera.