Fue el terremoto de Chillán, la negra noche del 24 de enero de 1939, el que removió el espíritu del joven Gaspar Cifuentes respecto de la situación de abandono en la que estaba su natal Coelemu. La desidia de las autoridades frente a esa tragedia, hizo que naciera en él, un telúrico llamado a convertirse en el constructor de un nuevo futuro para su querido pueblo natal. Con la dignidad mancillada, Cifuentes, junto a sus compañeros de ruta, Meneses y Plasencia, hicieron un juramento, como el que se había producido entre un O´Higgins y un San Martín, los próceres de la Independecia. Tres copas alzadas con serena decisión hacia la historia fueron las que cimentaron con solidez granítica el nacimiento de la Nueva Provincia en una noche igual a aquella en que, dos siglos antes, un grupo de patriotas dejó germinar en sus almas la semilla de la Patria Libre. Antes del brindis fundacional, quien, años más tarde, se convirtiera en el alcalde Gaspar Cifuentes, dijo en un tono serio y trascendental: “Señores, basta ya de la prepotencia penquista, basta ya de cantos de sirena chillanejos; ya tenemos más que suficiente con el centralismo impersonal santiaguino. Señores, con serena responsabilidad, anclado en la historia y con la mirada confiada en el futuro, me atrevo, por fin, a declarar lo que por años he llevado oculto en mi corazón: Coelemu está maduro para convertirse en provincia, la provincia de Coelemu, capital Coelemu”. El terremoto de Chillán del 21 de mayo de 1960, en lugar de echar por tierra la anhelada provincia, hizo surgir en ellos con más bríos el nacimiento de la Nueva República de Coelemu, asentada en el respeto a la Madre Patria de la República de Chile. Una utopía que alcanzó su máxima expresión en 1970, cuando sin necesidad de movimiento telúrico alguno, porque la vida política estaba bastante terremoteada, los tres visionarios antes señalados, siempre con una copa de pipeño de Guariligüe en alto, proclamaron la República Popular Latinoamericana de Coelemu.
El espíritu cívico que se respiran en la novela La Nueva Provincia de Andrés Gallardo publicaso por Liberalia Ediciones, convierten al más desafectado lector en un coelemano de corazón. Una novela que evoca nuestra chilenidad en cada página, con un lenguaje cuidado, respetuoso, lleno de picardía y humor, donde los aires de pueblo chico soplan fuerte en su ideal de quedar señalado en el alto lugar que la historia le ha dispuesto.
El sueño de Cifuentes, Meneses y Plasencia, los tres adelantados coelemanos, de ver convertida tierra natal en una ejemplar República, son los que palpitan de manera permanente en nuestra propia chilenidad y que se exaltan con más bríos, después del terremoto reciente. Sin embargo, la República de Chile, como su similar y novelística República de Coelemu, se cae a pedazos frente a la porfiada realidad. Por más que queramos verla convertida en una Patria justa y cariñosa con todos sus hijos, sin distinción, el anhelo de despedaza con un nuevo y doloroso hecho noticioso y por cierto judicial, y con ellos, la esperanza de sus habitantes.
No solamente porque nuestra Patria está sumergida en una de las peores crisis políticas recientes, que incluyen evidentes aires sediciosos. Tampoco porque no ha logrado hacer de la pos dictadura una honesta y justa Transición que desate lo que una Constitución de castas dejó amarrado. Ni porque esta Patria tiene a su gente, como la llamó entonces, a fines de los ochenta, y no más pueblo, viviendo en un país inequitativo e individualista, demasiado distante de la gesta épica con que la invitó a derrocar con la alegría de un arcoíris a Pinochet hace 27 años. Ni porque hasta la reserva moral del Cardenal Raúl Silva Henríquez, quien señaló un camino de ardiente defensa de los Derechos Humanos, ha podido ser emulada por sus actuales autoridades, manchadas por la complicidad delictual.
O quizás por todo esto y también porque hemos perdido los valores más sencillos del respeto y la educación de la que hacen gala los personajes de Andrés Gallardo en su patriótica novela La Nueva Provincia. Hombres profundamente políticos y progresistas, comprometidos con el bienestar de sus gobernados y no con en el propio. Encendidos en su noble tarea de servicio público, rechazando cargos de mayor rango y lucimiento personal para no desviarse de su derrotero ético y social. Personajes de novela pero que podemos aún distinguir en nuestro pueblo, que se visibilizan para los terremotos y las permanentes calamidades que nos azotan como los primeros en salir al auxilio de los demás. Hombres y mujeres que trabajan de manera permanente y anónima con el sueño de un país mejor, pero que son escondidos y olvidados, por ese manto oscuro y viscoso del ninguneo y la frivolidad política. Verdaderos Quijotes que con ejemplar bonhomía enderezan entuertos y pueden ver la belleza de lo que somos en lo profundo, ahí mismo donde otros ven solo decadencia y corrupción.
Después de este último terremoto y en medio de un descreimiento de nuestro destino común, es cuando más necesitamos de una épica que nos levante y nos conduzca hacia esa Patria justa y solidaria que nos señalaron nuestros Padres y Madres de la Patria. Sin embargo, solo nos queda la literatura para alimentar ese sueño que nos permite sostenernos en esta cruel vigilia.