No son días fáciles los que vivimos. Y la mirada de la ciencia oficial coincide con los vaticinios esotéricos: el horror está lejos de haber terminado. Independiente de cuáles son las causas, está claro que en lo único en que podemos incidir es en el comportamiento humano. También está claro que en éste la influencia determinante la tiene la búsqueda del poder. La historia muestra que ha sido siempre así. Y que la mayor cantidad de muertes proviene de luchas fanáticas por imponer ideas religiosas. Ideas que, tarde o temprano, ocultan ansias de poder tras justificación es acercarnos a Dios.
Hoy el tema se ha complicado por la exuberante tecnología de que disponen los especialistas en la muerte -militantes militares de uno y otro bando- y por un esquema de sumisión económica que se maneja a nivel global. Si estos son signos de un cambio de Era, está por verse, pero lo que parece indiscutible es que la cultura que impera en la civilización occidental deberá experimentar cambios profundos. Las consecuencias que ellos tengan en Oriente es una cuestión que solo se conocerá con el paso del tiempo. Por ahora, lo concreto es que tenemos un Occidente convulsionado por el horror y descontento con los resultados que dan las instituciones que lo rigen.
Los últimos acontecimientos ocurridos en París hacían prever una reacción muy dura de parte de las potencias occidentales. Lo real es que hasta ahora solo Francia y Rusia han declarado su decisión de destruir al Estado Islámico (EI). Estados Unidos, Inglaterra y otras potencias, hablan de contención. Un eufemismo que, por una parte, oculta su intención de no asumir tareas de alto costo humano y material y, por otra, rechaza la posibilidad de un desbalance que perjudique sus intereses en una zona petrolera de alto sentido estratégico para la economía mundial. Todo ello sin olvidar el extraordinario valor que tiene el tráfico de opio en esa área.
Para Occidente, el momento es en extremo delicado. Parece claro que resulta indispensable hacer cambios profundos en una estructura que se sustentaba en los valores que le dan sentido a la democracia. Hoy sabemos, por ejemplo, que la igualdad ante la ley es una falacia, lo mismo que la libertad de información. También está claro que los poderes político y económico se potencian. Esto hace que la democracia representativa sea un esquema que transforma en más poderosos a los poderosos y no una herramienta para distribuir equitativamente la riqueza.
Toda esta realidad se ha visto agravada desde hace algún tiempo por el terrorismo yihadista. Acciones brutales que tienen su inicio en intervenciones que ha llevado a cabo Occidente en las últimas décadas. Y comenzó con la invasión de los Estados Unidos a Afganistán, en 2001. Luego fueron Irak, Libia, Siria. Cada una de estas acciones militares influyó en los equilibrios locales, dando paso al crecimiento de sectores extremistas como Al Qaeda y, en general, al yihadismo.
Lo que viene aún es imposible vaticinar. Sin embargo, las acciones emprendidas por Francia y Rusia no serán suficientes para terminar, como han anunciado, con el EI. La guerra aérea con intervención de drones, no bastará. Sus resultados pueden ser devastadores en vidas humanas -civiles y militares-, pero la guerra necesita de ocupación con tropas. Y eso difícilmente lo podrán hacer estos dos países sin apoyo de una coalición más amplia.
En las restantes naciones occidentales, la preocupación por el terrorismo es una más de las que diariamente enfrentan. El desafío que plantean sus instituciones carcomidas por el desmoronamiento valórico, debido al desprestigio de sus integrantes, es un reto no menor. Por el contrario, amenaza con ser más devastador que un ataque militar convencional.
Todo parece indicar que los nuevos atentados terroristas en París son un peldaño más en una escalada larga. Ya se conocen algunos resultados. Muchas voces condenatorias piden que Europa cierre sus fronteras para impedir el ingreso de refugiados sirios. En Estados Unidos, sectores del Partido Republicano se ubican en la misma posición. El miedo hace olvidar el compromiso humanista que involucra la democracia. Y lleva a dejar de lado también el que, pese a las diferencias, la convivencia pacífica entre culturas diferentes es lo que da sentido a la democracia.
Desde hace un tiempo se han empezado a escuchar voces interesadas que, con manipulación comunicacional, muestran al islamismo como sinónimo de intolerancia y terrorismo. Se trata de un infundio destinado a crear barreras de intolerancia para impedir la libre expresión de los credos. Muy posiblemente, también, allí existe un interés xenófobo que va tan allá como las crueles e intolerables manifestaciones del yihadismo.