Si miramos en torno y oímos el bullicio citadino, convendremos que es apenas concebible la existencia de personas dedicadas a cavilar con intención y profundidad en algo, como define este verbo el Diccionario de la Lengua Española.
Porque cavilar supone abstenerse de las solicitudes urgentes para ver, íntimamente, la fracción de realidad considerada. Hacerlo exige retraimiento y silencio. Doble desafío, mientras el torrente cotidiano no cesa y la multiplicación de los olvidos se extiende en repertorios de lo prescindible e insignificante que abunda y abotaga. Sí; abotaga, pero no alimenta. Quizás por aquello de que escribiera don Francisco de Quevedo: “Lo cotidiano es numeroso y feo”.
Fernando Lolas (1949) enfatiza más lo numeroso que lo feo cotidiano, aun cuando no se olvide de este último, en su libro.
El formato mínimo de la meditación ha tenido y tiene, en Chile, un elenco de buenos cultores. Sin pretender exhaustividad, mencionamos algunos nombres: Horacio Serrano Palma, Fernando Durán Villarreal (Androvar), Daniel de la Vega, René Silva Espejo (Junior), Edmundo Concha, antes; Rodrigo Figueroa (Rodericus) y Fernando Lolas (Andrenio), para resaltar un par de ejemplos del presente.
Perteneciente al género ideativo, la meditación consiste en asomarse a lo inmenso o a lo que ostenta algún carácter de interés, o que debería tenerlo, de manera elocuente. Se trata de decir, presentar y concluir un mensaje en la brevedad permitida del formato mencionado. Es por eso que estas Nuevas cavilaciones de Andrenio incitan a ver más que agotan lo expuesto; admiten la espera del pensamiento y dejan abierta la eventualidad de lo casual. Lo existente, en el decurso de los tiempos, se aviene, más y mejor, con el paso cauto y el discurrir sencillo y prolijo de la palabra dicha desde la condición del caminante. No incurre el autor en declaraciones apodícticas; aunque sí da legítima cabida al punto de vista y la preferencia personal. Al fin y al cabo, un libro como el que atendemos, consiste precisamente en mostrar aspectos de lo habitual y de lo comprensible, salvándolos de la domesticidad rala y del simplismo inerte; asimismo, quedan libres de hermetismo y de enrevesamiento.
Fernando Lolas se somete a los límites de un espacio breve donde explaya sus atenciones verbales. No sólo pretende y se empeña con asiduidad en esa tarea digresiva; consigue dar en el blanco. A lector alguno debiere ocultársele—en este caso-el acierto de un decir, sin titubeos, hasta culminar muy pronto la incitación cavilosa en conclusiones, aperturas y tareas pendientes de nosotros.
Nuevas cavilaciones de Andrenio (RIl Editores, 2015) avisa de frutos similares en otros libros del autor: Re-cuentos y re-pasos (2002); Cavilaciones de Andrenio (2005); Notas de diario vivir (2006); Colectánea de Andrenio (2009). Fernando Lolas Stepke (1949), médico, académico de la lengua, docente universitario, es un escritor de trayectoria. Cada obra suya– las que tratan de medicina, así también las de formato breve–, es fruto de reflexión y sensibilidad a propósito de tantos asuntos que no tienen satisfacción única en la solemne y necesaria biblioteca, porque antes se los hace próximos en la percatación, animados de frescor matinal. Ese ofrecimiento atento de lo vivo agudiza y alerta el interés de los lectores. Distingue estas meditaciones la palabra abierta, servicial, esclarecedora y lúcida.
Puestos en el brete de describir lo que, con cierta osadía, pudiera motejarse de estrategia verbal, digo que el autor presenta casos, examina alguna faceta resaltante del tema en cuestión, para luego agregar observaciones y llamados al lector. Al mismo tiempo, se vale de un recurso tan didáctico como interesante: alude y homologa lejanías temporales, suficientes a dilucidar la trama del suceder, hecha esta de vericuetos, supuestos febles y vociferaciones con los que solemos quedarnos a oscuras.
“Todos suponemos que la gente es en el fondo razonable. Pero, en realidad, lo razonable se conquista con racionalidad. Y de eso sí que hay falta, y grande” (57); “¿Será posible que en medio de esta abrumadora verborrea sobre reformas, sobre calidad y sobre lucros alguien hable de educación?” (64)
Variada, animadora y clara la cosecha reflexiva de Fernando Lolas. Ni la quejumbre, ni lo abundancia, se yerguen opresoras de los textos; campea en ellos el trazo sencillo, perspicaz y de impecable lógica, que lleva las palmas en aseveraciones y preguntas, todo lo cual despliega en tres o cuatro párrafos suficientes a insinuar una rebanada de realidad.
¿Qué contiene este libro? De todo un poco, conducido por una indesmentible lucidez. Conviven en estas 154 páginas, sin restricciones ni menosprecios, personas, obras, situaciones, puntos de vista en torno de problemas y desafíos. Algunas previsibles materias específicas, como pueden serlo la historia, la medicina, la palabra dicha y la lectura, la política y la conducta humana, alcanzan preferencias.
Nada cuesta encontrar aciertos variopintos:
“El cambio, que es lo único durable en las sociedades humanas, no las ha hecho moralmente mejores desde hace milenios”(26); “La verdadera clave del trabajo intelectual es que se realiza por el trabajo mismo, no por el aplauso, la popularidad o el prestigio” (30); “…rebelarse no es solo un derecho. Es un deber. Y por ello exige responsabilidad” (50).
Dato significativo es la procedencia del seudónimo escogido. Andrenio, como se sabe, es uno de los personajes centrales de Baltazar Gracián, en la obra El criticón. Andrenio “encarna lo espontáneo, lo primitivo y lo ingenuo”, como dice Lolas. Pienso que estas cavilaciones tienen mucho de espontaneidad y soltura idiomática, pero nada de primitivo ni de ingenuo percibo en ellas. El otro personaje es Critilo, maestro reflexivo y guía durante el viaje emprendido a lo largo de las edades humanas, cuya autoridad es invocada permanentemente en las columnas de nuestro autor.
Un aparte: el estudioso del arte Antonio Romera, español que llegara en el legendario Winnipeg, firmó muchos de sus artículos con el nombre de Critilo.
Fernando Lolas confía en la razón, pero en versión razonable. No le son extraños los incesantes cambios históricos ni personales, porque en ellos advierte un principio flexible de realidad. Y es que no habría mutaciones ni variabilidades si éstas no hicieran pie en aquello que, previamente, dispone de forma habitada, o de algún boceto cuando menos. Otra cosa diferente, y ajena del todo a su concepción dinámica de lo vivo, fuera fijarlas en un quietismo marmóreo. En acuerdo de la perspectiva y convicción adoptadas por Lolas, realiza un permanente llamado a considerar nuevas variantes y a afrontar las sorpresas del vivir. Tal convite lo extiende con serenidad, firmeza, a base de fina ironía y deseo esclarecedor.
Como en la mayoría de las recolecciones semejantes a esta obra, las puertas de ingreso a ella se ofrecen a partir de cualquier página. Ninguna obligatoriedad de leer la secuencia ofrecida. Pero el libro porta en sí una confirmación que desafía lo volandero y lo desechable. Quizás una de las razones más poderosas de que sea así corresponda al lugar que ocupa el silencio, ese rumor de voz retraída y en constante movimiento, donde tiene asiento el alfabeto de las inquietudes y de las alboradas. Lo bien dicho alcanza esa felicidad porque desata nudos ciegos. La famosa sentencia de Gracián, acerca de lo bueno y de lo breve, tiene comprobación en esta obra.
Leer es una experiencia interpersonal. Quien emprende el viaje a lo largo de las páginas de un libro literario espera hallar más de un motivo de interés que le sea ala o pivote; sin embargo, ese horizonte de expectativa no queda completo si no concurre la presencia tonal del escritor. Me parece que nuestro acto descifrador necesita de, cuando menos, la silueta personal de alguien capaz de entregar los frutos de una interioridad que vela, mientras duermen las otras, o, sin percatarse, dejan de lado tanto por ver, apreciar y comprender.
En la obra de Fernando Lolas el mundo comparece más abordable. En esto, tengo para mí, otro motivo de gratitud al libro y a la vigilia de su autor.