Hoy, Héctor Noguera (78), Premio Nacional de las Artes de la Representación 2015, dice no sentirse cansado: “En la casa a veces me retan, porque nunca estoy. Entonces yo le digo a mi mujer: ¿Acaso tú quieres verme como un viejo con chalcito viendo televisión y criticando todo, la comida, la casa, todo? Entonces, ella me dice: No, no. Tú sigue haciendo teatro”, comenta.
Héctor Noguera, a lo largo de su trayectoria, entre el teatro, la televisión y el cine, ha presentado más de 130 trabajos. Atrás quedan aquellos años en donde estudiaba teatro a escondidas de su madre. Atrás también quedan aquellos tiempos de fotonovelas. Ahora Noguera se siente conforme y con ganas de continuar trabajando. Ictus y Teatro Camino son parte de algo más grande.
Este es un repaso por su carrera, por su presente y por su opinión respecto del fomento de las artes escénicas en el país.
Este año recibió el Premio Nacional de las Artes de la Representación, pero no es el único galardón con el que se le ha distinguido ¿Cuánta gratificación hay en esto?
La gratificación mayor es poder hacer lo que a uno le gusta. No es fácil lograr concretar una obra. El tema es poder hacer. Estar vivo y sano. Los premios no son lo más fundamental, sólo es parte del oficio. Hay premios y hay fracasos. Ese es el juego.
Cuando comenzó a hacer teatro no le comentó a sus padres, ¿cómo fue eso?
La decisión para estudiar teatro se fue armando de a poco. Yo comencé en el colegio haciendo teatro, entonces ahí se fue gestando este gusto. Incluso antes, cuando mi prima me comenzó a llevar a ver obras. La decisión para estudiar teatro fue difícil porque en mi familia no había antecedentes de alguien que fuera artista. A mí me contaron que mi padre era amigo de algunos escritores, pero yo no lo conocí, porque falleció cuando yo tenía dos años. Mi familia era muy conservadora y yo era hijo único, entonces me costó porque había amenazas. Me decían que si yo estudiaba teatro estaba condenado a las penurias más terribles. Y en verdad para mí esto ha sido una actividad feliz y exitosa en la medida que he podido hacer lo que yo he querido hacer.
¿Qué recuerda de sus estudios de teatro en la Universidad Católica?
Eran tiempos muy distintos a los de ahora. Eran escuelas muy pequeñas. Mis compañeros eran diez u once como máximo. Ahora los cursos son enormes, tienen 30 alumnos cada uno. Éramos muy poquitos, teníamos pocos profesores, pero se trabajaba muy bien, con mucho rigor y pasión. Tengo excelente recuerdo de profesores como Eugenio Dittborn, a quien considero la persona con que yo me sentí más cerca. Eso es una cuenta que saco ahora, porque cuando yo era joven vivía peleando con él y nunca pensé que era mi maestro. Siempre estaba en desacuerdo con él. Pero con el tiempo me di cuenta que de quien más he aprendido es de él. No es el único indudablemente.
Como profesor, ¿cómo ve el trabajo de las artes escénicas en las universidades?
Una diferencia importante es la enorme cantidad de alumnos que tienen respecto de las antiguas universidades. Quizás la mayor diferencia es que antes las clases estaban llevadas al aprendizaje de materias y no al montaje. Ahora más que nada los profesores quieren terminar el semestre presentando una obra. Antes no había esa ambición, aunque no sé qué será lo mejor. También eso tiene que ver con los tiempos, porque hoy un alumno de teatro tiene que gestionar su propia carrera. No existen las compañías estables, son muy pocas. En esa época a ti te educaban sin un concepto de gestión. Actualmente un alumno de teatro sabe que tiene que montar, iluminar, hacer diseño. Tiene un concepto más global del teatro. Antes te enseñaban a actuar no más.
¿Existe algún personaje, sea del teatro, cine o televisión, que haya apreciado más?
Eso es como cuando a uno le preguntan a qué hijo quiere más. Es muy difícil. Yo creo que lo que más he trabajado es La vida es sueño de Calderón de la Barca. Para mí esa obra también ha sido muy marcadora temáticamente. Incluso se relaciona con Sueño de una noche de verano.
Son autores clásicos…
Y son de la misma época. Una época de cambios muy importantes, quizás por eso ahora tienen también esa validez. Muchas veces me han dicho que yo he intentado acercado a los clásicos, pero ahora, pienso que es al revés, que somos nosotros los que vamos en busca de los clásicos y hay que hacerlo desde lo que somos. Creo que Shakespeare y Calderón están en nosotros. Las experiencias que ellos cuentan, las preguntas que se hacen, son las preguntas de ahora. No son preguntas de intelectuales: ¿para qué estamos aquí?, ¿para dónde va la vida? Hay que descubrir esas preguntas de ahora e ir con ellas a verlas en estos autores. Son escritores que escribían para la gente.
Actualmente están presentando en el Festival Teatro a Mil Sueño de una noche de verano de Shakespeare. ¿Cómo fue que llegó junto a Daniel Muñoz a presentar este montaje?
Siempre que me encontraba con esa obra veía algo que me parecía difícil de entender. Entonces busqué un lenguaje nuestro para trasladar el espíritu de la obra a nosotros, porque el humor de Shakespeare es muy pícaro, muy erótico. Entonces pensé que a través de los versos populares se podía dar esa mezcla de sabiduría, humor y picardía que tiene la obra. Es un montaje lleno de seres de cuento. Tiene príncipes, tiene hadas. Entonces mezcla el mundo divino con lo humano. Yo quería contar eso de manera campesina, ingenua y con Daniel Muñoz hicimos una cierta dramaturgia en el sentido de guiar las cosas por el lado de que hubiese claridad y se contara la historia de Shakespeare.
¿Qué formato le acomoda más trabajar: cine, teatro o televisión?
El 90 por ciento de los personajes que he hecho, son personajes que me ha gustado hacer. Todos tocan temas muy importantes, y en las teleseries, por ejemplo, yo siempre me he sentido afortunado.
Durante 2015 también se estrenó la película Mr. Kaplan donde usted tuvo un rol protagónico…
Si, eso fue una maravilla. Para mí fue una de las experiencias más gratas de mi carrera. Ver el resultado, ver el impacto, la cantidad de premios y, sobre todo, disfrutar la experiencia, porque en una ocasión cuando estábamos postulando a los Premios Platino en Marbella, estábamos con todo el cine iberoamericano y pasó algo muy curioso. De repente yo no conocía a nadie y me decían: “Mira ahí está el productor, acá está este director” y yo no conocía a nadie. Pero para sorpresa mía, ellos me conocían. Entonces, ahí me di cuenta de que yo era parte del cine latinoamericano. Y yo no tenía idea de eso.
Esa película tuvo muy poca difusión…
Casi nula. En Chile estuvo en algunos cines, pero fue en horarios imposibles, pero en Argentina se distribuyó en 17 cines y en Brasil, estuvo 20 semanas en cartelera. También estuvimos en España, y Alemania y en todas partes recibimos comentarios críticos muy buenos. No es la película más exitosa, pero si le ha ido muy bien, entonces no entiendo porque aquí en Chile nadie quiso distribuirla. Pero, eso pasa con el arte en general. No se difunde y es bastante malo eso de estar fuera, de estar aislado.
En su opinión, ¿cuál es la deuda de la institucionalidad cultural con el teatro? ¿Qué falta considerando que no existe un ministerio dedicado a la cultura?
Está claro que la institucionalidad cultural es bastante pobre, pero indudablemente hay mucho más que antes, pero todavía falta una consciencia de que las artes son parte de la vida de las personas. No es sólo un hobby, no sólo una entretención, por eso creo que es tan importante la recomendación que acaba de hacer la Cámara de Diputados que incluye a las artes escénicas como asignatura. Eso no significa que las Escuelas de Teatro se vuelvan innecesarias. Esto permitirá desarrollar ciertas potencialidades que ninguna asignatura desarrolla como la capacidad de comprensión de lectura, de expresión, el trabajo en equipo, la sociabilidad y creatividad. Esto no es para que todo el mundo sea actor o actriz, que no entren en pánico los papás. No serán todos los chicos actores, sólo serán personas más desarrolladas, con un conocimiento más integrado. Además, esto permitirá formar audiencias más críticos.
Pero aún queda mucho que hacer respecto del acceso al teatro…
Eso es muy importante, que exista acceso. A mí me gusta mucho cuando está el Festival Teatro a Mil porque el teatro se transforma en una actividad ciudadana y la gente, en general, ve por lo menos una obra. Hay que hacer que la gente se familiarice con la actividad artística. Esto no es un adorno más. No es un lujito, es el desarrollo de los seres humanos.
¿Algún proyecto pendiente?
Tenemos hartos proyectos en carpeta. Tenemos una película y en Teatro Camino vamos a estrenar varias obras, porque cumplimos 25 años. Así que vamos a tener muchas actividades. El límite lo pondrán las capacidades. Mientras haya salud, continuaré realizando lo que quiera hacer.