Flexibilidad, transparencia, resistencia, una excepcional rigidez y la posibilidad de expandirse mucho más que cualquier otro material cristalino, son las características que hacen que el grafeno sea considerado el material del siglo XXI. Los científicos de la Universidad de Manchester, Andre Geim y Konstantin Novoselov, obtuvieron en 2010 en Premio Nobel de física por su descubrimiento.
El auge del grafeno y la posibilidad a largo plazo de que reemplace al cobre, por sus atributos como conductor de energía, han abierto las preguntas en este sentido y revivido el fantasma del auge del salitre y el desastre económico que significó para nuestro país la creación del salitre sintético.
Gonzalo Durán, economista de Fundación Sol, explica que si el grafeno sustituyera hoy en día al cobre, significaría una caída abrupta de la minería estatal y el desplome de los proyectos de inversión minera: “Eso traería como consecuencia revelar una condición de Chile subdesarrollado en donde posiblemente el PIB per cápita ya no serían los 23 mil 500 dólares que nos asigna el Fondo Monetario Internacional, sino que serían más cercanos quizás a los 12 mil u 11 mil dólares”.
Al menos en el corto plazo, este escenario ha sido descartado por científicos y expertos de todo el mundo, principalmente debido al alto costo de producción que el grafeno tiene actualmente y sobre todo, porque sus usos se encuentran asociados al desarrollo de ingenierías telemáticas y de comunicaciones. En este sentido, las investigaciones lo sitúan como un elemento clave en los celulares, televisores y tabletas inteligentes del futuro.
El problema de fondo
La irrupción del grafeno permite repetirse las preguntas esenciales que guían el proyecto de desarrollo económico de los países: qué, cómo y para quién producir.
Actualmente, nuestro sistema económico es extractivista y monoexportador, es decir, se basa en las materias primas que sacamos de la tierra y en la exportación que hacemos de ellas a potencias con desarrollo de producción industrial.
Para Gonzalo Durán las preguntas sobre la producción se responden de manera más o menos clara en nuestro país: se produce a competitividad fácil, por la vía del precio y para un grupo dominante, el mismo que constituye ese 1 por ciento que acumula el 31 por ciento de los ingresos, según las estadísticas.
Así, la aparición del grafeno y la baja en el precio de la libra de cobre deberían llevarnos a plantearnos a lo menos tres temas fundamentales: la renacionalización del cobre, la diversificación de la industria y el rol del trabajo.
En este sentido, Durán sostiene que en términos de la productividad, la privatización de la gran minería en Chile abre la puerta a modelos productivos que dejan sumamente vulnerable al país en materia de sustentabilidad a largo plazo. La principal característica del modelo de desarrollo en la industria chilena ha sido la extracción de recursos naturales, que de manera intencionada se ha fijado en una competitividad fácil y rápida sin generar mayor innovación en los procesos de producción y también ha reducido el valor del trabajo a un nivel mínimo.
“La industria no se preocupa de la parte estructural de los costos, es una industria de carácter rentista. En ese sentido uno observa transnacionales que profitaron de los recursos chilenos, llevándose para sus países rentabilidades sobre el patrimonio por sobre un 100 por ciento, lo que es excepcional a nivel mundial”, advierte.
El rol de la fuerza de trabajo
La estrategia de desarrollo que ha llevado adelante nuestro país en los últimos cien años ha estado vinculada a un modelo monoexportador en donde los dueños de los recursos han tenido en sus manos la decisión de explotar tanto los recursos naturales como la fuerza de trabajo.
Para el economista de Fundación Sol el rol del trabajo y la organización de los trabajadores tendrían de esta forma un rol fundamental en el establecimiento de nuevas formas de producción, que le permitan a Chile generar políticas económicas sustentables en el tiempo.
“A través de un mayor espacio en lo que se decide se puede discutir el modo de producción, lo que es un conflicto ineludible de clases, factor que trata muchas veces de invisibilizar”, afirmó.
En este sentido, la incertidumbre generada por el grafeno debería conducir el debate a niveles mucho más profundos, permitiendo a la sociedad preguntarse la forma en que se están conduciendo los modos e incluso modelos de producción: “Esto ayudaría a tomar una decisión respecto a qué sociedad estamos construyendo porque al final era todo una ilusión donde el cobre generaba finalmente una especie de utopía donde teníamos un país con bonitos indicadores, pero era solo la fachada de una casa linda, pero por dentro llena de problemas (…) la idea es que esto se pueda revertir de algún modo a través de la transformación de la industria explotadora del cobre”, finalizó Durán.
La diversificación y generación de una industria propia, la renacionalización de los recursos naturales y sobre todo, la valoración de la fuerza de trabajo, permitirían en definitiva que nuestra economía no dependiera de manera casi exclusiva de la extracción de recursos privatizados por empresas trasnacionales.