El miedo de los chilenos

  • 29-02-2016

Puede que haya sido la dictadura…o tal vez los chilenos siempre fuimos así y este es un momento en que se nota. Las explicaciones pueden ser varias, pero lo concreto es que hoy hay un malestar soterrado. Rabia, más bien, que sale a la luz cada vez que un reportero -con la definida orientación política de su medio, en general opositora- pone ante un connacional su micrófono y pregunta sobre los tacos y el alza en los peajes en las autopistas, los precios de los medicamentos, el valor de los políticos, la independencia de la Justicia, el estado de la locomoción colectiva, los abusos de los bancos, la corrupción, las trampas de los supermercados, las colusiones de productores de pollos, de papel sanitario, de las farmacias.  El cuestionario es variado. La respuesta, una sola: condena. Pero cuando se ahonda un poco, la cara de rabia cambia y aparece otra de “qué se le va hacer”. Las organizaciones para protestar son flor de un día.  No dejan herencia, aparte del sabor amargo de que todo fue en vano. Incluso a los estudiantes, con revolución de los pingüinos incluida, terminadas sus obligaciones escolares los consume la necesidad de la sobrevivencia y hacia allá apuntan sus capacidades resilientes,  Cierto, hay excepciones, pero son eso, excepciones.

Algo ocurre que nos tiene paralizados. Algunos sostienen que es el temor que generó la dictadura. Actitud que bajó a lo cotidiano la frase del expresidente Patricio Aylwin: “Justicia en la medida de lo posible”. Se trataba de los atropellos a los DD.HH. cometidos por la dictadura y él temía la reacción de los militares. Otros, entre los que me incluyo, vemos en la globalización una explicación que podría sumarse a la anterior. En la actualidad la globalización no solo nos muestra la realidad de una economía mundial fuertemente dependiente entre sí. Y al sector financiero como su cabeza orientadora. Aquí, claro, la dictadura cívico-militar llevó las cosas al extremo al imponer un sistema en que las leyes de mercado son las que determinan parte esencial de nuestras vidas. Veintiséis años después, las fuerzas democráticas que reemplazaron a la dictadura no han sido capaces de terminar con ese sistema.  O, lisa y llanamente, los contubernios que implica la mantención del poder las ha llevado a hacer tales concesiones.

Hoy ya se piensa en quien reemplazará a la presidenta Michelle Bachelet en 2018. Las voces agoreras advierten sobre los peligros del populismo. Son los mismos que ven solo dos alternativas: los expresidentes Lagos y Piñera. Pero nada asegura que esos líderes estén dispuestos a hacer las transformaciones que el sistema chileno necesita. La desigualdad en el reparto de la riqueza se ha incrementado en los últimos años. Y la segregación se ve hasta en la educación. Por otra parte, Lagos y Piñera representan más o menos lo mismo, con distintos equipos que se beneficiarían.  Pero sus propuestas y realizaciones han sido fundamentales para sostener el esquema político-económico que hoy mueve a Chile.

Por lo demás, esta última aseveración solo recoge la realidad de lo que está ocurriendo en el mundo. La socialdemocracia, el refugio de Ricardo Lagos, ya no es una alternativa de izquierda. Entre otras cosas, porque la izquierda, desde 1989 y hasta ahora, no ha sido capaz de levantar una propuesta que se oponga a la conocida inmovilidad que enarbola la derecha. Y aquí, el líder de tal tendencia es Sebastián Piñera.

La izquierda más definida, que sustentaban otrora los partidos marxistas, en la práctica ha desaparecido. Y los partidos políticos, en general, no son polos atractivos ni orientadores. De allí que los cambios a nivel gubernamental no signifiquen mutaciones de tendencias ideológicas. Más bien son manifestaciones ciudadanas de hastío ante procesos que se agotan en el tiempo y que, por lo general, incuban lacras de corrupción.

Para Chile, los tiempos venideros no se anuncian tranquilos. Aparte de los problemas de una economía detenida, la realidad política abre grandes interrogantes. La Nueva Mayoría, coalición hoy en el gobierno, no muestra una lozanía que permita pronosticar salud duradera. Las tensiones entre las corrientes más progresistas y sectores conservadores de la Democracia Cristiana (DC), se hacen cada día más patentes. Una de las líderes de la derecha DC, la hija del expresidente Aylwin, Mariana, vaticina una ruptura. Y las tensiones también han estado presentes en diversas instancias de discusión de las reformas esenciales, como la tributaria y la educacional.

Ante este panorama, el chileno medio se muestra desencantado.  Tal actitud queda de manifiesto en la inquietante abstención electoral.  La más alta del mundo, de acuerdo a datos entregados por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral. En la elección  en que resultó ganadora la presidenta Bachelet, el 58% de votantes se abstuvo. Luego de Chile se ubican Eslovenia, Mali, Serbia, Portugal, Lesoto, Colombia, Bulgaria y Suiza. Todas estas naciones tienen voto voluntario y superan el 50% de abstención.

Es un galardón acorde con el “que se le va a hacer”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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