Demanda continental por los DD. HH. de las mujeres

El machismo bien conocido que existe en Latinoamérica y que parece remontarse a los tiempos del Big Bang, es la mitad de la cara de la moneda. La otra es el Estado. El Estado que no garantiza seguridad ni justicia porque la mayoría de estos crímenes no sólo quedan impunes, sino que ni siquiera son investigados por ser de “naturaleza doméstica”. En el ámbito privado un machismo exacerbado y un desprecio por la mujer, en el espacio público la incapacidad del Estado de cumplir algunas de sus responsabilidades esenciales.

El machismo bien conocido que existe en Latinoamérica y que parece remontarse a los tiempos del Big Bang, es la mitad de la cara de la moneda. La otra es el Estado. El Estado que no garantiza seguridad ni justicia porque la mayoría de estos crímenes no sólo quedan impunes, sino que ni siquiera son investigados por ser de “naturaleza doméstica”. En el ámbito privado un machismo exacerbado y un desprecio por la mujer, en el espacio público la incapacidad del Estado de cumplir algunas de sus responsabilidades esenciales.

El pasado 8 de octubre el cuerpo de Lucía Pérez de 16 años fue encontrado sin vida en Mar del Plata, Argentina. Había sido violada y lo que le quitó la vida fue que le introdujeron un objeto, quizá un palo de madera, lo que le provocó un paro cardíaco debido a un reflejo vagal. Apenas unos días antes, Karen Esquivel de 19 años fue asesinada y encontrado su cuerpo en una maleta en la zona conurbada de la Ciudad de México. Estos asesinatos y la violencia cotidiana que sufren las mujeres reeditaron la acción global que bajo la demanda de #VivasNosQueremos sacó a miles por las calles el 24 de abril de pasado.

El miércoles pasado, el “miércoles negro”, la exigencia fue la misma: #NiUnaMenos, haciendo eco de las movilizaciones en Argentina de 2015. Los feminicidios es una de las realidades más tristes que aquejan a nuestro continente. Para quien no esté familiarizado con el término, el feminicidio es un concepto legal que fue utilizado por primera vez en 1976 ante el Tribunal Internacional sobre los Crímenes contra la Mujer en Bruselas. Posteriormente, en su obra Femicide. The politics of woman killing, Diana Russell y Jill Radford clarificaban que el concepto se refería al “asesinato de mujeres por hombres motivado por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión hacia las mujeres”. Según un artículo de The Economist, las mujeres entre 15 y 44 años tiene más probabilidades de ser mutiladas y asesinadas por un hombre que debido a enfermedades como el cáncer, la malaria accidentes de tráfico y hasta causales derivadas de la guerra, todas estas combinadas. De este tamaño es el problema.

Las protestas de ese “miércoles negro” incluyeron movilizaciones y paros laborales que se extendieron más allá de Argentina y México. Bolivia, Chile, Guatemala, Honduras, Paraguay y Uruguay se sumaron a las protestas como también lo hicieron España y Francia. El machismo bien conocido que existe en Latinoamérica y que parece remontarse a los tiempos del Big Bang, es la mitad de la cara de la moneda. La otra es el Estado. El Estado que no garantiza seguridad ni justicia porque la mayoría de estos crímenes no sólo quedan  impunes, sino que ni siquiera son investigados por ser de “naturaleza doméstica”. En el ámbito privado un machismo exacerbado y un desprecio por la mujer, en el espacio público la incapacidad del Estado de cumplir algunas de sus responsabilidades esenciales.

¿Qué podemos hacer para garantizar la seguridad y calidad de vida de las mujeres? En la esfera de lo privado debemos educar a nuestros hijos, sobrinos, nietos a que participen de las tareas domésticas: lavar, cocinar, hacerse de comer. Enseñarlos a respetar a las mujeres por su intelecto y principios y no por su belleza o por sus atavíos. En casos necesarios tomar decisiones de acción afirmativa, difíciles pero a veces necesarias. Por ejemplo, recuerdo que mi padre, a pesar de no estar exento del machismo propio de su época y de su origen campesino, decidió en algún momento que de no haber suficiente dinero en la casa (eran tiempos difíciles), de sus cuatro hijos -dos hombres y dos mujeres- las que seguirían estudiando debían ser las mujeres ya que era la única manera de posibilitarles una mayor independencia y libertad en el futuro. “Ustedes –nos miró a mi hermano y a mí- ya han nacido con el “privilegio” (inmerecido como todo privilegio) de ser hombres en esta sociedad machista y siempre se las podrán arreglar de alguna manera”. Esa es una acción afirmativa en el espacio privado. Afortunadamente, no hubo necesidad ya que todos pudimos acudir a la universidad, gracias a su gratuidad, otro derecho que debe ser inalienable. Hoy, mis hermanas son profesionales excepcionales que han sabido destacar en un mundo de hombres y que son mi mayor inspiración hasta el día de hoy. No se trata de ser perfectos, nadie lo es, pero se trata de tomar decisiones y construir para que en el futuro cercano haya más libertad y equidad.

En la esfera pública también el Estado debe legislar e implementar políticas de acción afirmativa. No basta decir que hay igualdad de género y que después cada quien se rasque con sus propias uñas. Decenas, centenas de años de desigualdades no se borran por decreto. El piso parejo no comienza en la promulgación de una ley sino que lleva años lograr avanzar en ese sentido. Lo saben las comunidades afroamericanas en Estados Unidos, lo saben los indígenas en Latinoamérica y lo saben las mujeres alrededor del mundo. Todavía existe una tremenda desigualdad en la percepción de salarios, en las oportunidades y en los ascensos laborales. En el tema de los derechos sociales hay claramente un desbalance que favorece al sector masculino. Debe ser prioridad que las mujeres puedan decidir sobre su cuerpo en cualquier asunto, incluyendo la interrupción del embarazo. La centralidad del tema lo muestran las manifestaciones tan vigorosas de hace apenas unos días en lugares tan distintos como Rosario en Argentina y en Polonia. Una propuesta que podría ser medular en varios de nuestros países es la de crear la estructuras institucionales que establezcan y salvaguarden los derechos de las trabajadores domésticas que al ser mujeres, pobres y en muchos casos sin educación formal e indígenas se han vuelto uno de los grupos más vulnerables en nuestra sociedad.

Hay muchos problemas y por ideas no parará la sociedad. No parará la creatividad de nuestras mujeres. Seguramente no serán los políticos profesionales los que lleven a buen puerto estas demandas. Es una lucha que deben encabezar las mujeres y sus colectivos, ya que conocen exactamente las problemáticas y por tanto tienen las mejores respuestas para construir una sociedad de derechos y no de privilegios, de seguridad y justicia y no de maltrato e impunidad. Los hombres no debemos dar un paso al costado, lo tenemos que dar hacia atrás. Dejar el protagonismo y la centralidad y estar atrás para aprender, seguir y apoyar a quien más sabe. Esta vanguardia será femenina y colectiva o no será.





Presione Escape para Salir o haga clic en la X