Una muralla kreyòl

  • 11-08-2017

La Casa Central de la Universidad de Chile está parcialmente oculta por enormes murallas. Son instalaciones temporales construidas con el objetivo de resguardar a los transeúntes de cualquier peligro que pudieran revertir los trabajos que realiza el Metro de Santiago. Los cierros superan los 3 metros de altura y 80 metros de largo, y se localizan en ambos lados de la Alameda, en las salidas de la Estación Universidad de Chile. Son trabajos bajo tierra y de gran envergadura en uno de los puntos más importantes de la ciudad: el de mayor contaminación acústica, según estudios recientes y de gran afluencia turística, por el carácter patrimonial que reviste el tercer edificio de la nueva República, como es la Casa Central.

Por la peligrosidad que revisten los trabajos que allí se realizan, se han dispuesto algunas advertencias para los transeúntes. Algunas institucionales, como las clásicas franjas de “Peligro”, cruzadas en rojo y negro, y junto a ellas, improvisados carteles que rezan: “No apoyarse. Riesgo de caídas”; “Do not support. Risk of falls” y “Pa apiye SVP. Li riske tombe”. Este último es el que llama nuestra atención: está escrito en kreyòl, el dialecto de los haitianos, nacionalidad a la que pertenecen algunos de los trabajadores que se hunden cada mañana para seguir socavando el suelo citadino. La mayoría de los haitianos, sin embargo, se pasea por la superficie con paso rápido, bien arropados, yendo a quién sabe dónde. ¿Cómo llegaron hasta aquí? ¿Por qué decidieron venir a Chile? La respuesta es que vienen por un sueño, la ilusión de una vida mejor, la esperanza de encontrar un trabajo que les permita obtener el dinero suficiente para vivir aquí y también, enviar las remesas para mantener a sus familiares que quedaron allá. Ellos son inmigrantes y son quienes tuvieron que “emprender un viaje muy particular, distinto al de las vacaciones o de los estudios en el extranjero. Las causas de este desplazamiento son las guerras, los conflictos, los desastres naturales y la pobreza que se produce por la falta de trabajo”, explican las académicas María Emilia Tijoux y Constanza Ambiado, en un libro de próxima aparición. Han llegado millares de ellos. Más de 50 mil, dicen las cifras no oficiales. Son ellos los que de pronto han cambiado la piel que cubre nuestra ciudad. Una piel que siempre fue morena, aunque no quisiéramos verla de esta manera, pero que hoy luce blanquecina en comparación con la de los antillanos. Una piel oscura que luce junto a amplias sonrisas de dientes albos y de maneras gentiles en el trato… además de educación formal, en muchos casos, cuando se trata de profesionales que estudiaron en la Universidad y que resulta fácil identificarlos si es que hablan el francés además de su dialecto, el kreyòl, hijo de esa lengua romance.

No resulta extraño que un aviso de seguridad pública hoy en Chile esté escrito en kreyòl. Lo extraño es que haya quienes piensan que  son avisos para turistas, y no para quienes residen en nuestro país. De aquí que se hace cada vez más urgente que nuestro país se haga de una legislación moderna y humanitaria para un fenómeno creciente a nivel global, como es la migración. Como que nuestra cultura, más isleña que la haitiana en muchos sentidos, se abra a aceptar que estas personas llegaron para quedarse y que sus hijos ya se sienten chilenos, celebran los goles de la Roja y devoran con pasión las  sopaipillas con pebre.

La presencia haitiana en suelo chileno podría ayudarnos a entender que ya no podemos seguir enredados, como los niños de kindergarten, buscando las similitudes y las diferencias entre los que vivimos entre cordillera, mar y desierto. Que ése es un costumbre peligrosa, anquilosada y dolorosa, que nos ha llevado a altos grados de intolerancia y crecientes ideas racistas. Que nuestra posición geográfica nos hace ser una estación terminal pero que puede significar un nuevo comienzo que podemos ofrecer a los que llegan. Que necesitamos nuevos rostros donde mirarnos y reconocernos como una nación que aspira a la diversidad y a la riqueza que ésta ofrece.

Es posible que esto lo comprendan mejor las nuevas generaciones, aficionadas al Facebook y a otras redes sociales, donde conversan y se ríen de las mismas cosas, aun cuando son jóvenes provenientes de diferentes latitudes y culturas.

Son momentos como estos cuando en la historia de una nación, los jóvenes pueden jugar un rol trascendental. Nuestra tarea es que ellos lo sepan para dejarlos que decidan cómo será ese nuevo país, que es el de sus hijos.

Porque esa muralla que oculta hoy a la Casa Central de la Universidad de Chile y que exhibe ese letrero en kreyòl, abre un espacio aun mayor de respeto y humanismo, sobre los cimientos de la Universidad pública más importante del país.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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