El mundo ha seguido con mucho interés lo que sucede en Cataluña y los esfuerzos que hizo el gobierno de esta autonomía por hacer un referéndum para que la población decidiera si quería o no independizar a esta región de la Corona Española. Ya pudimos percatarnos cómo el gobierno de Mariano Rajoy las emprendió contra los catalanes dispuestos a votar y los reprimió brutalmente con la llamada Guardia Civil, contrariando uno de los más elementales derechos ciudadanos, cual es el de sufragar.
Esto de ser partidario o no de los independentistas no depende de nuestra definición de derecha centro o izquierda. Las naciones en esta materia actúan por convicciones culturales, religiosas, económicas y geográficas más que por sus orientaciones propiamente políticas. Los habitantes de Cataluña desde hace mucho tiempo han añorado su independencia y mucho se resistieron a que el Dictador Franco los pusiera bajo su tuición y hasta impusiera el castellano a los medios de comunicación, en las escuelas y, desde luego, a la propia población catalana.
Sorprende que desde la distancia escritores como Mario Vargas Llosa se hayan hecho parte de la cruzada del gobierno de Rajoy por someter a los catalanes, aunque sea mediante la fuerza de esos miles de policías que llegaron a reprimir a quienes querían votar pacíficamente. Así es como ahora se cuestiona en el diario El País que notables personajes de la historia cultural y política catalana (la mayoría ya muertos) hubiesen apoyado al gobierno catalán de Puigdemont en su esfuerzo independentista.
Por cierto que España, sus Fuerzas Armadas y el apoyo de la Comunidad Europea pueden llegar a hacer imposible el afán independentista de los catalanes. Sin embargo, solo sería la fuerza la que podría lograr este cometido, así como sucediera antes con los vascos o en Gran Bretaña con los irlandeses. Con todo, sabemos que uno de los afanes más constantes en la historia de sus pueblos es éste de la independencia. Que al respecto tengamos ejemplos más que contundentes en la lucha que por siglos mantienen los kurdos y un sinnúmero de pueblos en todo el mundo. En carne propia, observamos cómo en Chile los mapuches por cinco siglos siguen aspirando al reconocimiento de sus derechos, como a la posibilidad de que se les reconozca su nacionalidad y un territorio propio.
Por cierto que muchos de estos fenómenos podrían ser encarados y resueltos por el diálogo o por la concesión de derechos efectivos para aquellas naciones que viven bajo la hegemonía de algunos países. La lucha del pueblo saharaui, de los palestinos y tantos otros son un ejemplo vivo de que los afanes del independentismo y el reconocimiento internacional son imperecederos.
Esto también explica la forma en que los alemanes derribaron el muro que los separaba para reconocerse como una sola nación. Pero mucho más significativo es todavía, la forma en que se desintegró la Unión Soviética y Yugoslavia en distintas naciones y estados que hoy son reconocidos plenamente. Sin que nos acordemos que los Vargas Llosa u otros delfines actuales del régimen español hayan denostado a los héroes de cada uno de estos procesos independentistas. Es cosa de observar cómo ha cambiado el mapa en estos últimos 20 o 30 años y lo que debiera variar en los próximos tiempos si los pueblos que luchan por su reconocimiento mantienen viva sus luchas.
Parece explicable que Estados Unidos y otras potencias que mantienen bajo su tutela a tantos estados disímiles, como también aquellos países que ejercen el colonialismo sobre la Tierra, coincidan en respaldar al régimen de Rajoy e, incluso, estén alentando mano dura para frenar la sublevación pacífica de los catalanes. Ya vimos cómo en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas el poder de ciertos estados sobre los otros se sobrepuso a la voluntad soberana de los ciudadanos a objeto de elegir a Donald Trump.
Sería pretensioso de nuestra parte tomar pleno partido por una situación compleja y tan lejos de nuestro territorio, pero sin duda que la represión descargada el domingo pasado por el gobierno de Rajoy en la tierra de Gaudí, Dalí y Serrat nos hace empatizar con el pueblo catalán y tomar nota de que podríamos estar celebrando la irrupción de otro legítimo estado en el mundo, cuando en algún momento hubo quienes pensaban que la humanidad avanzaba hacia una identidad común e, incluso, confiaron en que se acabarían las fronteras entre los países. Se ve que los mercados y los tratados de libre comercio no han logrado someter nuestra diversidad cultural y política. Y es muy posible que a la lucha catalana le siga la “insurrección” de otras autonomías españolas, como las que se constatan en otras latitudes.
Siendo partidarios siempre de la integración y la hermandad de nuestras naciones, ello no debe pasar nunca por el sometimiento de unos, sino por la igualdad de sus derechos y dignidad. Así como valoramos la diversidad cultural y lingüística de nuestra Humanidad.
Es cosa de recorrer la península ibérica para descubrir este legado entre nosotros.
*Comentario radial