Las decepciones presidenciales

  • 14-11-2017

Hace unos años, en un foro radial en la Radio Universidad de Chile, me tocó polemizar con el sociólogo Manuel Antonio Garretón, relativo al tema de por qué la gente denostaba a los líderes políticos de la Concertación. Garretón señalaba el ejemplo de cómo se podía imponer un hombre tan “picante” como el diputado (en ese entonces) Navarro, sobre un hombre como Viera Gallo, que era de gran prosapia y preparación, con gran trayectoria política y gran prestigio intelectual.

Yo me extendí en dos explicaciones: 1) primero señalé que en Chile no se estaba dando lo que Vilfredo Pareto indicaba como norma, es decir una “circulación de las élites”. Que en Chile se venía produciendo, en cambio, un “tapón”, concepto también de Pareto y que alude a cuando los dirigentes se quedan pegados y no se renuevan, generando un encharcamiento en el flujo necesario de lo político. 2) Luego señalé que en Chile de la recuperación democrática, se venía anhelando una democratización social y popular, que si bien se planteaba silenciosamente, se evidenciaba en efectos tangibles, como el dejar de votar o el votar por gente que se pensaba contra toda lógica política establecida. Eso pasó con Navarro y se debían dar cuenta que la gente votó por Aylwin porque consideraban que era un demócrata con gran sensibilidad social, seguidor de Frei Montalva y que, por tanto, enrumbaría a Chile por un camino de justicia.

Cuando se postula Frei Ruiz Tagle, se pensó que el camino de “la medida de lo posible”- que finalmente se transformó en más de lo mismo, es decir en una flagrante pasividad frente a las demandas urgentes del Chile popular-se convertiría en un acelerado camino a la vía revolucionaria que había adelantado su padre en los 60. Pero nuevamente la esperanza del pueblo fue defraudada y el hijo del gran líder demostró ser un incapaz y retardatario partidario del modelo, que tanto dolor causa a la gran mayoría de chilenos.

Lagos apareció en el horizonte como poniendo fin a la transición insípida liderada por los democristianos, y se le visualiza como el adalid de los cambios esperados y no realizados en esa primera transición. El resultado todos lo conocemos y Lagos se transformó en el líder del empresariado y en la desfachatez misma del poder vertical y corrompido.

Bachelet, surge como esa nueva esperanza, de un gobierno y de una persona cercana al pueblo. Bachelet en su primer gobierno no varió mucho respecto de los otros presidentes de la transición. Su mayor capital político fue su cercanía y su simpatía, amén de la reforma del sistema  previsional, que otorga la pensión básica solidaria a miles  de personas de escasos recursos.

Piñera y la derecha llega al gobierno como consecuencia de varios factores: Chile es un país de ciudadanía conservadora y militantemente disciplinada. No por casualidad Pinochet obtiene más del 40% de las preferencias en el plebiscito. Uno podría decir que ese plebiscito se realizó en precarias condiciones para los del NO, pero no se puede negar que al poco tiempo Lavín, candidato de la derecha más pinochetista, estuvo a punto de derrotar a Lagos, que era la esperanza del progresismo. Por tanto, la derecha era y es poderosa en Chile. A estas alturas-y con todos los escándalos de corrupción que le aqueja-la UDI es el partido más fuerte en Chile. En consecuencias, la derecha sufría dolores de parto presidencial desde hacía un tiempo largo. Por otra parte, la Concertación mostraba a esas alturas total agotamiento de sus posibilidades de ofrecer algo novedoso a los chilenos mayoritarios. La esperada “circulación de las élites” se constituyó en una obstinada “circularidad de la misma élite”, y en verdad su liderazgo estaba también tan agotado que el candidato de su opción fue Eduardo Frei Ruiz Tagle, que, ciertamente era una muy mala opción.

Piñera, a pesar de sus fraudes “legales” y otros “penados” y pagados (multas millonarias) –como otros fueron perdonados por decisión de Pinochet (caso Banco de Talca)-, logró imponerse como una cara novedosa, con demostración de capacidades de gestión (expuesta en su viveza para alcanzar la cota de millonario Forbes, partiendo de la clase media sin recursos) y abrazando el discurso de ser un demócrata (a pesar de defender a Pinochet en el episodio de Londres) y de ser un selfmademan  (trasmitiendo el mensaje que ser como él es el destino de todos los chilenos emprendedores que apoyan su programa y su gobierno).

Nuevamente los chilenos se desmoralizan de la experiencia piñerista, aquejada de favoritismos inmorales  o de pésima consecuencia económica (ley de pesca, concesiones hospitalarias, trato con las mineras, perdonazos ), así como gestión bochornosa de ministros empresarios, como el de energía o como el director del censo, el subsecretario de minería y tantos otros que ahora aparecen enfrentando la justicia. Lo cierto es que Piñera terminó con las tablas en la cabeza, con muy baja aprobación como presidente y siendo derrotado de manera vergonzante por la candidata de la nueva mayoría, doña Michel Bachelet.

Bachelet retorna al poder con la aureola de cercanía y sensibilidad social. Tuvo un gobierno discreto y salió con alto grado de aprobación. A pesar de tocarle la crisis subprime, mantuvo firme el timón de la economía, gracias a un ministro de hacienda, que se le puede cuestionar muchas cosas, pero que logró  instalar una política contracíclica, con lo cual evitó una recesión extensa y destructiva (compárese con la crisis asiática, pésimamente manejada por Aninat, Masad y compañía).

La Bachelet del segundo gobierno, viene con un ímpetu diferente al del primer período. Ahora viene a hacer los cambios estructurales  necesarios para sacar al país del foso de la desigualdad, que ya venía amenazando con afectar el desempeño económico a mediano plazo y con exacerbar los conflictos sociales a niveles poco amistosos.

Lanza su primer ataque y sus aliados de la vieja guardia concertacionista entran en rebeldía, luego de pasar por el estupor (no se dieron la molestia de leer siquiera el programa de gobierno propuesto por Bachelet , que ellos ratificaron con su firma; así de plana era la política continuista e inmovilista de la Concertación hasta entonces). Junto a la derecha y el empresariado comienza el bombardeo ideológico y mediático; usan el concepto de la “retroexcavadora” como el estandarte contraideológico, como si ese término significara remover las bases de la democracia y como si su aplicabilidad (muy limitada a ciertas áreas) representara un arrebato extremoso de un populismo irresponsable.

Se debe reconocer, por ejemplo, que la reforma tributaria original era bastante más nítida y simple que la reforma “cocinada” por los Zaldívar y CIA.; que la reforma educacional era más dirigida a la gratuidad que a lograr una educación pública de alta calidad, pero esto  es ciertamente un fenómeno poco aclarado por sus gestores, pues es sabido que esta reforma tenía, en su primer tiempo, como objetivo el alcanzar mayores niveles de equidad educativa; que la calidad es una fase  que requiere más tiempo y dedicación, pero que está puesta en los objetivos ineludibles, pues de lo contrario la gratuidad sería un aborto social a mediano plazo. A Bachelet le tejieron el tema de Caval, y eso le significó perder los estribos y quedar a merced de la cabalgadura  encabritada, conducida, ahora, por la vieja guardia concertacionista, baleada desde ambos flancos por la derecha y los estudiantes. Como dice el refrán popular venezolano “Chivo que se devuelve, se desnuca”. Y lo que aconteció a Bachelet, luego del episodio Caval, es que debilitó al extremo su liderazgo (no reaccionó bien ante un caso muy definitorio del deber máximo en un jefe de estado) y quienes se opusieron desde siempre a los cambios hicieron picadillo con su propuesta y con su persona (es incomprensible que tolerara tanto tiempo a un personaje como Burgos en el ministerio del interior; eso habla de su deterioro político).

Con todo, Bachelet deja en el panorama político chileno un camino señalado. Si la derecha triunfa con Piñera, tratará de retrotraer las cosas; pero será sólo por un tiempo. Todos saben que un país que aspira a crecer y desarrollarse debe abandonar el “LECHO DE PROCUSTO” en que lo tienen atado los poderes fácticos y ultramontanos. Si no logra escapar, terminará mutilado como bien lo ensaña el mito griego.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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