Para el capellán del Hogar de Cristo, Pablo Walker, el análisis sobre nuestra sociedad es claro: “Se han perdido los espacios de reflexión”.
En su opinión, hoy es urgente generar un cambio que nos permita desvincularnos de lo material, sobre todo, en un contexto marcado por el consumismo.
“Hay una especie de colonización de las lógicas de rentabilidad y de productividad en todos los quehaceres humanos donde se debe rendir con los mejores estándares de competitividad”, indica el sacerdote.
Además, el religioso es crítico respecto de cómo hoy se celebra Navidad: “Vivimos un anhelo muy grande de intimidad familiar, de descansar, de disfrutarnos, de sentirnos queridos, pero esto tan legítimo se ve amenazado por las lógicas de estrés en las que vivimos”, dice.
Actualmente, el 10 por ciento más rico gana 26 veces más que el 10 más pobre. En ese contexto, ¿cómo analiza el hecho de que, frente a una festividad religiosa que debe desvincularse de lo material, se continúe fomentando el consumismo?
Esa desigualdad ilegítima es el resultado de una lógica de ascenso individual. Por lo tanto, desde el cristianismo miramos ese misterio de que las personas somos todas únicas y distintas como un llamado a la responsabilidad, a sentirnos corresponsables, cocontructores, ha sentirnos con un origen y un destino común, pero además hay otra gravedad: primero, si nosotros decimos que vivimos en la vida eterna y que la vida humana no está para acumular, entonces no se entiende porque se ha puesto tanta confianza en asegurar el futuro individual y desvincular la suerte de la vida de mis contemporáneos, viviendo en un barrio ultra elitista, estableciendo estándares de consumo prohibitivos para mis pares. Eso es grave, porque modela la aspiración de la clase media. Secuestra su identidad y la lleva a un estándar de consumo, entonces, esa modelación de la aspiración es responsabilidad de los estratos económicos más altos.
¿Cree que la Iglesia Católica debería hacer un mea culpa respecto de cómo Navidad se ha transformado en un hito de consumo?
Como Iglesia Católica debemos sincerarnos permanentemente como una conversión pendiente. O sea, no estamos a la altura de la dignidad que trajo Jesús. A veces nuestras instituciones son funcionales a lógicas segregadoras. Entonces, el país laico tiene todo el derecho de esperar que nosotros unamos fe y vida, que acortemos la brecha entre lo que nosotros profesamos y nuestro credo.
¿Hacia dónde cree que deberíamos repensarnos como sociedad?
Deseo que reaparezca una lucidez de destino común transversal en todos los grupos sociales. Este pensarnos y definirnos como comunidad de manera que libremente los grupos sociales elijamos decisiones económicas, políticas, cívicas y religiosas inclusivas, que celebren la dignidad de todas las personas independientes de su condición. Eso es posible, pero desgraciadamente ha habido una colonización de un modelo social que transformó la economía social de mercado en una sociedad entera de mercado, donde todas las lógicas se ven tamizadas por el interés de relaciones de intercambio y de construcciones de la identidad en términos de aumento de los estándares de consumo. Requerimos conectarnos con las necesidades que no pueden ser compradas con dinero. Quedarnos cómodos siembra violencia y segregación.