La principal vocera del presidente electo Sebastián Piñera atribuye su consistente triunfo en la segunda vuelta electoral a las virtudes propias del Candidato, más que al apoyo recibido de su ex contrincante José Antonio Kast o de uno de sus más atrevidos fustigadores, Manuel José Ossandón. Minuciosos estudios publicados en los últimos días ratifican que una buena parte del electorado demócrata cristiano terminó votando por Piñera e incluso también un porcentaje de los que habían respaldado a Beatriz Sánchez y Marco Enríquez Ominami.
El candidato de la Derecha obtuvo un apoyo inferior al 40 por ciento en la primera ronda, por lo que debemos suponer que los votos añadidos para llegar posteriormente al casi al 55 no son de electores químicamente piñeristas, por lo que es posible que su actitud varíe con el correr de los meses o los primeros pasos del nuevo Mandatario. A lo anterior, debemos agregar que la mitad de los ciudadanos del país no manifestaron adhesión a ninguno de los ocho candidatos presidenciales originales, por lo que el apoyo real al nuevo gobernante efectivamente es porcentualmente solo la mitad del que le asignaron los votos “válidamente emitidos”.
Es evidente, sin embargo, que los partidos que apoyaron desde un comienzo a Piñera se mantienen con una alta fidelidad hacia el triunfador de las elecciones. Sin embargo, esta adhesión podría perfectamente resquebrajarse desde el momento mismo que el nuevo morador de La Moneda empiece a definir sus equipos de gobierno y deba hacer opciones que pudieran irritar a los dirigentes de estos partidos, siempre ansiosos por asegurarle cupos a sus militantes en la gran repartija de cargos que sucede a cualquier elección presidencial.
Si es verdad que las “campañas del terror” pueden explicar la inclinación electoral de cientos de miles de chilenos, podemos deducir que se pronunció a favor de Piñera, también, un electorado “blando”; esto es influido por una falacia tan absurda como aquella de que una eventual la victoria de Alejandro Guillier nos conduciría a una situación como la de Venezuela. Voto irracional e ignorante que no augura, ciertamente, que pueda mantenerse muy leal a la gestión presidencial que tenemos por delante.
Será muy determinante, entonces, lo que haga próximamente Piñera para develar si será capaz de mantener la genuina alegría y tranquilidad que ha producido su elección. Pero lo que es más obvio que esto, todavía, es que es muy difícil que una gestión de centro derecha y de continuidad con el modelo neoliberal pueda capturar más simpatizantes, cuando sabemos que las organizaciones sociales y estudiantiles se preparan para darle una gran guerra ideológica y callejera al gobierno tras un nuevo sistema de pensiones, la gratuidad de la educación, la democratización del derecho a la salud, entre las múltiples demandas ya gatilladas en la opinión pública. Las que también incluyen la idea de una Asamblea Constituyente y las consolidación de otra Carta Magna.
Lo que más obra a favor de la nueva administración presidencial es el verdadero caos en que están sumidas las organizaciones políticas que apoyaron a los candidatos derrotados. Cuando ya se percibe la masiva desafiliación de los militantes de todos los partidos de la Nueva Mayoría, con el fin de este conglomerado. A lo que se suma que varios otros referentes tendrán que disolverse por su precaria votación u obligados a fundirse para continuar con vida, a pesar de ser como el aceite y el vinagre en materia ideológica. Lo que se aprecia, efectivamente, es un PDC inmerso en sus enconados reproches, como cruzado por la división entre los que quieren darle a esta colectividad un perfil izquierdista y los que simpatizan o buscan aliarse a la centro derecha; un PPD que no se anima siquiera a celebrar su cuadragésimo aniversario y otras colectividades como el Partido Radical y los socialistas siempre divididos entre los que quieren ser percibidos como social demócratas o como allendistas, aguirrecerdistas y otras expresiones de antaño.
A lo anterior, agreguemos que la gravitación de todos los partidos en la ciudadanía y los movimientos sociales es demasiado discreta. Que todos éstos, en realidad, son despreciados por la opinión pública y visualizados como los principales agentes de la corrupción de la política, las colusiones con el gran empresariado nacional y los inversionistas foráneos.
El propio Partido Comunista es ahora una colectividad errante, conminada a abandonar la administración pública (donde había puesto muchas fichas) y sin más remedio que descansar ahora en ese pie que “dejaron en la calle”, cuando se integraron al oficialismo. Ello supone, también, un profundo estrés interno, entre aquellas figuras que se “casaron” en extremo con el gobierno de la “compañera” Michelle Bachelet y las que siempre estuvieron inconformes y afligidas por las sucesivas derrotas del PC en las organizaciones sociales y estudiantiles.
Ello podría explicar los “acercamientos” que ya se producen entre comunistas y el Frente Amplio, cuyo destino es muy incierto todavía por la cantidad de grupos y caudillos que integran el nuevo referente. Entre los que hay dispuestos a fortalecer una alianza con el PC y otros sectores, o los que prefieren, también, su camino propio. Entusiasmados por ese tercer puesto obtenido en la competencia presidencial, cuanto por el buen número de parlamentarios que lograron elegir.
Lo más probable es que el descalabro de los partidos todavía nos ofrezca otros múltiples episodios y que la vorágine política se extienda por varios meses o años. Es la confianza que tienen organizaciones como NO+AFP y otras en su posibilidad de administrar lo que sigue siendo evidente: el descontento social por las inequidades económicas y la alta preocupación pública por la inseguridad, cuando la delincuencia y la corrupción no le han dado mínima tregua al acontecer electoral.
Fenómenos que podrían alterar muchísimo la adhesión del Mandatario Electo cuando se supuso qué sería éste el que mejor podría combatirlos. Es decir, al que menos no le temblaría la mano para reprimir y estimular la más drástica acción de las policías, especialmente en la Araucanía.
Porque al menos la justa distribución del ingreso no aparece dentro de sus principales iniciativas para el logro de la paz y sana convivencia nacional.