Los naipes están en la mesa. Los jugadores se frotan las manos, con una especie de fruición por lo que vendrá. Pero, no. Es un gesto mecánico, de profesionales acostumbrados de tratar de calmar la tensión con ese movimiento que ya casi se ha transformado en instintivo. De todas maneras, el juego está por comenzar. Y si se pudiera escarbar en el corazón de cada uno -no en la cabeza-, se observaría pena, dolor, desconcierto. Pero a ellos no los guía el corazón. Es el poder lo que esperan alcanzar al final del juego. Y para eso, saben que no tienen la mejor preparación y que el ego no basta. Las cartas se barajan y ahora han sido repartidas.
El panorama político de la centro izquierda chilena se vislumbra poco alentador. Los protagonistas recién hoy empiezan a preguntarse si, en realidad, alguna vez tuvo sentido verdadero esa llamada “centro izquierda”. Claro que fue necesaria una derrota nefasta para asumir la impostura ideológica. Por eso, hoy el juego se desarrolla bajo la convicción de que no bastará el triunfo de uno.
Las quejas más altisonantes vienen desde lo que alguna vez se denominó el centro político. La Democracia Cristiana (DC) y el Partido Radical (PR) rasgan vestiduras por el “maltrato” de recibieron de sus compañeros de coalición. A ello culpan la baja en su votación, los primeros, y la desastrosa derrota del candidato Alejandro Guillier, los otros.
En la DC, las críticas más duras nacen del sector derechista. Encabezado por Mariana Aylwin, sostiene que el mayor daño electoral provino de su presencia en el gobierno junto a los comunistas. Eso habría alejado al electorado de centro que los acompañaba. Pero tal aseveración no explica por qué ese electorado no respaldó a la senadora Carolina Goic en su aventura presidencialista por fuera de la coalición gubernamental.
Los tiempos en política parecen tener una dinámica distinta. Hasta ahora no se conoce una autocrítica profunda por los errores cometidos. Sin embargo, la presión por ubicarse en el tiempo porvenir es lo que prima. En todo caso, el proceso interno en los partidos es difícil de acallar. La DC tendrá que resolver en qué lugar del espectro quiere ubicarse. Mariana Aylwin ya ha dicho que se siente más cómoda con Chile Vamos que con la Nueva Mayoría. Esto es apenas una muestra de las tensiones que se viven en el interior de la DC. Otros parlamentarios democristianos se oponen a cualquier a acuerdo con el Frente Amplio y varios de ellos -con bastante sentido común- dan por terminada la alianza que apoya a la administración Bachelet.
En este sentido, los comunistas parecen haber sido los más claros. Su presidente, el diputado Guillermo Teillier, no entró a cuestionar la ideología de sus aliados. Simplemente recordó que la Nueva Mayoría es una coalición programática para un gobierno determinado. Esto, según él, no obliga a renunciar a ninguno de los postulados que adornan a cada partido. Sin embargo, parece que los electores no piensan lo mismo. La votación comunista no puede tener satisfecho a Teillier.
Cualesquiera sean los resultados que acarreará en términos de reacomodo política la última elección, el momento actual no es fácil. Son varias las colectividades que hoy analizan cómo seguir adelante. Por lo que es un momento en que las corrientes internas se aprestan a pasar la cuenta a sus contendores. Sin embargo, esta es una mirada estrecha. Una mirada que no abordará problemas que superan a la realidad chilena. Que se queda, por comodidad o miopía política, aprisionada en un resultado local, pero que tiene evidencias de estar en consonancia con lo que está ocurriendo en otras latitudes. Si bien esto no aminora los problemas que afrontarán los partidos políticos chilenos derrotados, permite reconocer hasta qué punto el electorado busca hoy respuestas distintas a las que intentan dar algunas agrupaciones políticas.
Todo parece indicar que para la supervivencia resulta indispensable una revisión profunda de los planteamientos programáticos. Ahora es necesario reconocer que lo que está en juego es el poder, pero esto difícilmente se acepta. Se prefiere insistir con la monserga, que en otra época rindió frutos, que apunta a tratar de convencer que quien entra en la política lo hace por el afán de servicio público. Aunque esté pasada de moda; aunque atropelle una realidad que debiera servir de base para acercarse más al electorado. La lucha por el poder no acepta la generosidad, lo que desmiente que la política que se practica en democracia, esté al servicio de pueblo.
Es evidente que hoy el mundo político gira más rápido. Lo que antes se buscaba en el centro, ya no se encuentra allí. O puede estar en ese lugar sólo por un tiempo breve. Vuelven a resurgir los planteamientos contra el sistema, la rebelión ante esquemas que sólo sirven para enriquecer a quienes llegan a sitios de poder, como el Parlamento, cargos gubernamentales bien remunerados y desde los que puede hacerse escuchar. En otras palabras, hacer funcionar la maquinaria en beneficio propio o de quienes son aliados y manejan el poder económico.
Hoy, lo que está en entredicho es la forma como se llega al electorado. Es lo que a éste le hace más sentido. Y en eso, los políticos chilenos han quedado atrás. Los eslogan y titulares de prensa no bastan. Es necesario que la personificación de la propuesta convenza, Y en eso no importa si el candidato es de derecha, izquierda o anodinamente independiente.
Todo está en revisión. La derecha hace malabares para asegurar a un electorado que sabe esquivo. Y lo primero es convencer que la derecha no es derecha, sino “centro derecha”. Que en esa designación estén quienes sustentaron la dictadura del general Pinochet, es casi un detalle. Tal como la izquierda también se esmera por ser “centro izquierda”. Ambos esfuerzos resultarán inútiles. Como en todo el mundo. No se trata de que se estén imponiendo los postulados más extremos. Pero los ciudadanos parecen no querer que les sigan mintiendo. Se liberan de los trajes ideológicos. Optan por vestimentas más livianas y eficientes, como son las soluciones para los problemas concretos del día a día.
La partida recién comienza.