Fue un político que dignificó la política. Sus valores morales e intelectuales permanecían en silencio. El rasgo fundamental de su personalidad fue la modestia. Una modestia de verdad. En 1993 rechazó la candidatura presidencial que le pedimos asumiera como abanderado de los derechos humanos y sociales del pueblo. Conservo la carta que me envió razonando sus motivos para no aceptar una misión que habría convocado a buena parte de la Izquierda y a importantes sectores de la Democracia Cristiana. Andrés Aylwin Azócar -hijo y hermano de juristas- se jugó durante la dictadura en defensa de los derechos humanos. Habría sido un presidente de la República emblemático de los principios democráticos y de la demanda popular por una nueva Constitución.
Bastaría señalar -en su honor- que el diputado Andrés Aylwin fue uno de los 13 dirigentes demócratas cristianos que el 11 de septiembre de 1973 firmaron una declaración condenando el golpe de estado. Junto con Bernardo Leighton, Ignacio Palma, Renán Fuentealba, Jorge Donoso, Sergio Saavedra, Mariano Ruiz-Esquide, Belisario Velasco, Claudio Huepe, Jorge Cash, Ignacio Balbontín, Florencio Ceballos y Fernando Sanhueza, marcaron a fuego al terrorismo de estado que comenzaba con el derrocamiento del presidente Salvador Allende. Sus nombres hay que grabarlos en la memoria porque la democracia tiene una deuda de gratitud con estos demócratas cristianos que salvaron la honra de su partido. Andrés Aylwin y varios de ellos pagaron un precio por su lealtad a los principios fundadores de la Falange Nacional y la DC. Detenciones, relegaciones, exilio y discriminaciones castigaron al histórico grupo de los 13. Ellos no aflojaron en su conducta valiente y democrática. En cambio Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin y otros dirigentes demócratas cristianos apoyaron la dictadura hasta bien avanzado el régimen de terror.
Con Andrés Aylwin cultivamos una amistad que me honra. El vínculo fue la revista “Punto Final”que él apoyó hasta el cierre de la publicación, hace unos meses. Simpatizó con iniciativas de la revista en los años 90, como el Foro por la Democracia. Participó en nuestras asambleas junto con los socialistas Clodomiro Almeyda y Ramón Silva Ulloa, la comunista Gladys Marín y el jesuita José Aldunate; y firmó con nosotros declaraciones demandando una Asamblea Constituyente, hasta ahora negada por la clase política. En abril de 1996 encabezó el documento “Constitución del 80. Es hora de consultar al pueblo” que también suscribieron los diputados Fanny Pollarolo y Alejandro Navarro, Clodomiro Almeyda, la abogada Fabiola Letelier, la sindicalista María Rozas, los sacerdotes José Aldunate, Mariano Puga y Roberto Bolton, y muchos otros (1).
Como diputado (1990-98), Andrés Aylwin profundizó su defensa de los derechos humanos y apoyó sin reservas las denuncias y demandas de las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos. También se preocupó de velar por la ética en la política y despreciaba los privilegios de la clase gobernante. Una de sus primeras iniciativas al regresar al Parlamento fue un proyecto de ley para rebajar las remuneraciones de diputados y senadores.
Andrés Aylwin no solo fue un político decente y leal con los principios que abrazó en su juventud. Eso solo bastaría para señalarlo como ejemplo en tiempos de corrupción y traiciones como los de hoy. Fue un hombre cabal y un servidor del pueblo. Cumplió su deber sin alardes, sin buscar reconocimientos. Sin embargo los mereció sobradamente y hoy se los tributamos al pie de su silencio definitivo.