Juan Allende-Blin y los debates en torno al Premio Nacional de Artes Musicales

  • 01-11-2018

En diciembre próximo, la Revista Musical Chilena publicará una serie de documentos editados por mí y relativos a la visita de Juan Allende-Blin a Chile en el año 2017, en el marco del Festival Pedro Humberto Allende. Entre otros, éstos incluyen una conferencia de Luis Merino sobre la obra del compositor y dos discursos pronunciados por Allende-Blin. Para su edición, mantuvimos una amable correspondencia vía email, durante la cual el compositor redactó nuevos textos que incluimos en la edición. Este trabajo en conjunto me permitió conocer más en profundidad su trayectoria artística y su amplio horizonte intelectual, y admirar su lucidez a sus 90 años de edad. Juan Allende-Blin es para mí uno de los últimos modernistas chilenos, aquellos que siguen creyendo en la música docta como portadora de grandes relatos, con mensajes profundos para la humanidad, los que en su caso incluyen temáticas variadas y multifacéticas, como la denuncia de la intolerancia, el antisemitismo y el exilio. Con su trayectoria de alcance internacional, sin duda su obra es merecedora de una distinción en su país natal y por lo mismo celebro este reconocimiento, para el que fue postulado por Álvaro Gallegos, periodista especialista en la música de los siglos XX y XXI. Con numerosos candidatos postulados a este galardón, la decisión del jurado necesariamente iba a ser cuestionada y no es mi intención salir en defensa del premiado, cuyos méritos por lo demás se sostienen por sí mismos. Lo que me motiva a escribir estas líneas es la superficialidad con la que en mi opinión se lleva cada dos años la discusión en torno al Premio Nacional de Artes Musicales, para luego caer en el olvido hasta la siguiente premiación.

¿Qué criterios permitirían comparar la música de un/a compositor/a docto/a con la de uno/a popular? ¿Tiene sentido, por lo demás, establecer esta comparación? Circula en las redes sociales la propuesta de alternar el premio entre la música docta y la música popular, lo que en mi opinión no resolvería el problema base, que es no saber qué es lo que finalmente se premia. Por lo demás, ¿tiene sentido encajonar a nuestros/as creadores/as en las categorías de docto y popular, en un país latinoamericano donde los límites entre estas esferas son necesariamente permeables? ¿Es Vicente Bianchi un compositor docto o popular? ¿Qué ganamos ubicándolo en una u otra categoría? Esta dicotomía es extensiva a la existente, y no menos compleja, entre creadores/as o intérpretes: ¿Cómo comparar el valor de creadores/as con intérpretes, directores/as de orquesta, incluso investigadores/as? ¿Cuál sería la medida? ¿El impacto internacional, el aporte al medio chileno, el aporte al desarrollo de las nuevas generaciones?

Una temática que será ampliamente discutida estos días es la escasa presencia física de Allende-Blin en Chile. ¿Se está buscando entonces premiar a artistas que han formado escuela en Chile o el criterio fundamental es la -difícilmente comparable- calidad musical? Si el criterio que primara fuera la participación activa en el desarrollo musical en nuestro país durante las últimas décadas, es cierto que ni el maestro Allende-Blin ni León Schidlowsky habrían clasificado para el galardón. Sin embargo, me extraña que no se profundice en las razones tras su ausencia, así como la de varios otros compositores formados durante las décadas de 1950 y 1960 en Chile; entre ellos Gustavo Becerra, Sergio Ortega, Gabriel Brncic, Juan Orrego Salas, por nombrar sólo a algunos. Más allá de señalar que ellos se fueron, mientras que otros se quedaron –una contraposición que por lo demás pasa por alto 17 años de dictadura militar: ¿Han existido en nuestro país políticas culturales que propicien la (re)inserción laboral de sus compositores/as? ¿Qué condiciones tienen que existir en un país para que un/a compositor/a pueda desarrollar su labor creativa? En el caso de Juan Allende-Blin y en tiempos en que tanto se habla de género, me extraña que no se mencione como aspecto central de su trayectoria de vida su relación con el compositor y organista alemán Gerd Zacher, quien falleció en 2014 y con el que Juan Allende compartió más de seis décadas de vida. Si bien la pareja residió entre 1954 y 1957 en Santiago, las proyecciones laborales para un organista luterano eran sin duda más auspiciosas en Alemania que en la comunidad de la iglesia de calle Lota, donde Zacher se desempeñó en Santiago. Así, la partida de Allende-Blin a Alemania tiene que ver con la nacionalidad de su compañero de vida y las posibilidades de inserción laboral de ambos. A propósito de género: Si Juan Allende-Blin hubiera sido mujer, ¿se lo criticaría por haberse radicado en el país de su pareja?

Por último, el gran tema invisibilizado en la discusión en torno a los premios es el factor económico. ¿Se está premiando a quien efectivamente necesita una ayuda económica o hablar públicamente de esto es faltar a algún tipo implícito de decoro? ¿No es importante que hablemos de quién efectivamente necesita la ayuda económica del Estado chileno, sin desmedro de su trayectoria artística?

Cuando en 1945 por primera vez se otorgó el entonces llamado Premio Nacional de Arte, mención música, a Pedro Humberto Allende, tío de nuestro actual galardonado, la vida musical centrada en la Universidad de Chile se encontraba en pleno proceso de (re)creación de la historia musical chilena, buscando sus mitos fundadores y sus compositores célebres, que le permitieran escribir una historia de la composición propiamente nacional, queriendo diferenciarse así de Europa y reproduciendo paradójicamente modelos narrativos europeos que en ese momento caían ya en desuso en el Viejo Continente. No sólo la constitución del jurado del Premio Nacional de Artes Musicales es heredera de este período; también lo es la manera de hablar desde la “obra”, obviando aspectos histórico-culturales, económicos, de género, de vida personal que rodean a los/as candidatos/as. Pareciera que implícitamente se buscara aún un genio creador para alargar la lista de próceres nacionales, y por supuesto un residente en Chile es más adecuado que un músico migrante para una narrativa tradicional centrada en lo nacional. Si en el siglo XXI la canonización de meta-relatos y discursos ha dado paso a la diversidad y la pluralidad, por qué no, se podría evaluar la posibilidad de transformar el premio en menos pomposas y polémicas becas o pensiones para músicos chilenos de reconocida trayectoria y mayores de 65 años, que se decidieran por sus pares y en función a criterios tanto artísticos como económicos, que dieran cabida a los diversos ámbitos en los que transcurre la música chilena, en Chile como en el extranjero.

*Daniela Fugellie es Doctora en Musicología de la Universidad de las Artes de Berlín y académica Universidad Alberto Hurtado.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

Presione Escape para Salir o haga clic en la X