El 20 de septiembre de 1910 las autoridades nacionales convocaron a los ciudadanos a la antigua Plaza Colón para protagonizar una significativa ceremonia en la que participarían el ministro de Hacienda de la época y en la que además se rendirían honores a las fuerzas militares.
La invitación era de la más alta importancia y había sido incluida en el programa oficial de las celebraciones del centenario del país: el objetivo era instalar una estatua obsequiada por el mismo gobierno italiano a Chile por sus 100 años.
A raíz de ello, la Plaza Colón, que representaba uno de los límites de la ciudad, mutó su nombre y pasó a ser identificada como Plaza Italia. Sin embargo, en 1928, el sector volvió a transformarse, ya que la dádiva italiana fue reemplazada por un monumento en honor al general Baquedano, hecho que nuevamente cambió la nomenclatura del lugar: así nació la Plaza Baquedano.
Pero esta transformación no fue casual. Más bien respondió a un plan de modernización y de ordenamiento de la ciudad, en el que se pretendía conectar el sector de Providencia y el centro de Santiago. En ese contexto surgió el óvalo que, desde el 18 de octubre de este año, es el principal escenario de la revuelta que vive el país.
“Manifestarse en Plaza Baquedano es una tradición que tiene varias décadas. Hay que tener presente que antes se protestaba en la Plaza de Armas. Pensemos en la ‘Huelga de la chaucha’. Entonces, tenemos un cambio, por lo menos, a partir del triunfo del No”, advierte el historiador y miembro del Colectivo Micrópolis, Simón Castillo.
“Además, es el punto de confluencia de los cuatro puntos cardinales de la ciudad. Entonces, la centralidad es importante y ahí cada vez la colectividad es mayor”, añade.
Una zona de encuentros
Las imágenes más antiguas de la Plaza Baquedano hablan de un lugar en proceso de modernización. Allí, entre los colores opacos, se ven rostros de familias humildes y uno que otro automóvil. Nada parecido a lo que hoy es el sector.
Para Soledad Abarca, jefa del Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional, esto no es extraño, sobre todo porque en 1912 se instaló en el sector la Estación Pirque, lo que permitía que familias y viajeros llegaran a la ciudad.
“La Plaza Baquedano fue un lugar donde había de forma estable un minutero registrando familias que iban ahí. También hay que pensar que en ese sector estaba la estación de ferrocarriles que venía de Puente Alto y que iba al Cajón del Maipo. Entonces, en ese sentido, ahí se generaba muchos registros familiares, porque era un hito urbano”, comenta la investigadora.
El Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional es una puerta de entrada para conocer la historia del lugar que, además, ha sido el escenario de manifestaciones y celebraciones. En esa línea, un fondo importante es el del fotógrafo portugués Armindo Cardozo, quien capturó un mitin en apoyo a la Unidad Popular.
A ello se suman una serie de registros que no han sido catalogados, pero que dan cuenta de cómo, con el pasar del tiempo, Plaza Baquedano se transformó en un punto de encuentro.
Sin soldados ni republicanismos
Para Mauricio Uribe, académico del departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, el diseño del lugar responde a un modelo republicano, que está impregnado de símbolos que nada tienen que ver con la identidad del pueblo chileno: se trata, más bien, de un modelo construido con el fin de domesticar y negar el margen.
“Esta es una construcción del urbanismo súper ilustrado, decimonónico y, por lo tanto, está desligado de su significancia cultural y social. Es decir, los expertos, los que tienen el poder, la imponen para un pueblo supuestamente vulgar, ignorante y primitivo. Ahora, justamente lo que está haciendo la gente es reconstruir e interpelar toda esa idea de República”, explica.
Al mismo tiempo, reconoce que el sector tiene una importante carga indígena, aspecto que, en su opinión, aún no ha sido estudiado en profundidad, pero que sin duda es un factor relevante.
“A lo largo de la ribera del río Mapocho se instalaron una serie de asentamientos, porque el agua permitía generar plantaciones. No es raro encontrar asentamientos y cementerios por Avenida Providencia o hacia el centro de Santiago. Entonces, evidentemente, había un mundo bastante más heterogéneo”, sostiene el investigador, quien, además, destaca cómo actualmente los símbolos indígenas se han instalado en la protesta.
La Plaza de la Dignidad
En el marco de la movilización, también ha surgido la idea de renombrar el sitio como Plaza de la Dignidad. Con esa propuesta sobre la mesa, incluso nace la interrogante respecto de cómo transformar el sector de acuerdo a su historia reciente, donde los manifestantes han dejado huella de sus demandas y donde además la protesta ha sido fuertemente reprimida por las fuerzas de orden y seguridad.
Según el antropólogo Mauricio Uribe, “no basta con una restauración”. “Los espacios se han convertido en carnavales andinos o en expresiones de performance Selknam que han quedado representadas en distintos símbolos en las calles. Ahora, hay que hacer un buen análisis y una buena recuperación de eso para no volver a borrar la memoria. Eso sería una de las peores cosas que podríamos hacer. O sea, poner más pintura encima no sería aprovechar el momento”, sostiene.
Por su parte, Paola Jirón, directora del Núcleo Milenio Movilidades y Territorios (MOVYT) de la Universidad de Chile, señala que el sector debe ser rediseñado no sólo en función de la resignificación que dejó la protesta, sino que también de acuerdo a un nuevo modelo de ciudad.
“No tiene mucho sentido con el tipo de ciudad que estamos viviendo hoy. Así, primero, no es posible que ese cruce esté pensado, primordialmente, para el automóvil más que para el peatón. Entonces, sería ideal que el espacio se vuelva peatonal o con un flujo mucho más lento”, propone la investigadora.
“Requiere otro tipo de diseño muy cercano al uso que se tiene hoy de la manifestación, del encuentro, que es un espacio de vida. Puede tener un uso cultural, lo que sería muy interesante a futuro. Hay que reconocer lo que sucedió, que hubo muertos, protestas, un estallido social. Hay una reflexión bien profunda que hacer de forma colaborativa”, concluye la académica.
De esta forma, la incertidumbre de cómo concebir este espacio queda instalada. Lo cierto, es que la ciudadanía ya dejó su huella en él y, por lo mismo, su nuevo rostro tendrá mucho que ver con las demandas expresadas durante los días de movilización, vale decir, dignidad.