Este martes, el presidente Piñera apareció sorpresivamente en el restaurante del chef José Luis Calfucura para hacer el anuncio del envío de un proyecto de ley para la entrega de un bono que, según afirmó, en promedio será de $ 100 mil para 1.336.000 familias chilenas, es decir, unas seis millones de personas.
Se entiende, a la luz de las propias palabras del Presidente, que con esta decisión se busca llevar alivio a los hogares y calmar los ánimos que han llevado al país a una movilización inédita en extensión y profundidad, con la consiguiente reducción de la popularidad de Piñera a los mínimos posibles. Este enésimo intento por recuperar el control de la agenda, sin embargo, volvió a naufragar. Primero, porque la política de los bonos suena añeja: es muy propia del Chile transicional con Estado subsidiario que no busca resolver los problemas, sino simplemente atenuarlos. El propio Presidente lo confesó: “Yo sé que los bonos no resuelven los problemas”. Y segundo, porque toda la puesta en escena fue opacada por la denuncia posterior de José Luis Calfucura, según la cual había sido objeto de una emboscada comunicacional y que, en realidad, no apoyaba al Mandatario ni a la represión ejercida durante los últimos 45 días. En un video grabado con posterioridad a la actividad el chef dijo “pequé de ingenuo”, dando un nuevo golpe a la credibilidad presidencial.
A diferencia de otros momentos en la historia política reciente del país, esta vez la ciudadanía comprende que los bonos están en las antípodas de las soluciones estructurales. Crítica que no es adjudicable, por cierto, solo a este gobierno. Los constantes “beneficios” entregados por las últimas administraciones se han erigido en una suerte de política de Estado. A través de ella, se ha pretendido morigerar climas políticos cuando aparecen las críticas por la pobreza y la desigualdad, pero sin resolver nada en el fondo. Así, ha habido bonos para casi todo: como aspirinas para asuntos estructurales como vivienda, salud y educación, o para contingencias como el famoso bono marzo, los incendios en Valparaíso, en el sur del país o la reconstrucción tras el 27F.
Si se mira desde la perspectiva de la crítica, la política de Estado de los bonos ha sido una herramienta efectiva y predilecta para desligarse de la solución de los grandes problemas nacionales, que se fueron acumulando bajo la alfombra. Nunca se propició un salario mínimo como lo exigen los trabajadores, ni las transformaciones estructurales en educación, salud, viviendas y otros asuntos que ahora movilizan al Pueblo.
El Presidente pretendía hacer lo mismo, pero es demasiado evidente que el horno no está para bollos.
Adicionalmente, tanto Piñera como el ministro Briones de Hacienda han culpado a las manifestaciones de la situación económica, asunto que no solo es equivocado porque el mal desempeño de la macroeconomía venía desde mucho antes, sino porque ha sido en realidad la sucesión de errores y las negativas del Gobierno los que han agravado la crisis llevándonos a este callejón que, a estas alturas incluso para sectores de la Derecha, empieza a parecer sin salida.
Pretender entregar un bono en estas circunstancias es como elevar un dedo al cielo y pretender, con ese minúsculo gesto, tapar el sol.