Entre todos los rayados, afiches y murales que se multiplicaron por el centro de Santiago en los últimos cuatro meses, en una pared de calle Monjitas permanece estoico un mosaico con el rostro multicolor de Ludwig van Beethoven. A pocos pasos de ahí, Richard Biaggini parece replicar la escena: en medio del tráfago veraniego, se concentra en una pieza que el músico escribió y estrenó en 1806, en Viena.
“Es que él estaba en otro mundo”, dice en la víspera de una fecha importante: el próximo viernes 6 y sábado 7 de marzo, será el solista encargado de tocar el Concierto para violín en Re mayor en la apertura de la temporada oficial de la Orquesta Filarmónica de Santiago, que será conducida por Juan Pablo Izquierdo.
La segunda parte del programa contempla la monumental Alexander Nevsky de Serguéi Prokófiev, pero la que marcará un hito es la primera: será uno de los muchos conciertos que en la sala de calle Agustinas celebrarán los 250 años desde el nacimiento de Beethoven, un festejo anticipado en enero con dos funciones de su Novena sinfonía.
“Tiene mucho que enseñarnos, por cómo vivió y todo lo que sufrió”, sigue Biaggini, fascinado. “Fue un luchador, alguien con un propósito siempre encima. Hasta que no lo lograba, no descansaba. Hacer las sinfonías, los tríos para piano que son fantásticos… su música es exquisita”.
¿Cómo se prepara un solista para abordar una obra como este concierto?
La preparación es de décadas, no de un mes para otro. No se trata solamente de lo difícil que puede ser técnicamente, sino que estamos hablando de un gran concierto del repertorio violinístico, donde hay que tener una madurez artística, musical, espiritual. Yo vengo haciéndolo hace unas dos décadas y todavía tengo mucho que aprender. Son obras tan llenas de mensajes, por todas partes, que hay que tener paciencia y mucha disciplina.
¿Cómo se aborda una obra que se ha interpretado y grabado tantas veces? ¿Cómo se hace una lectura propia?
Es muy difícil ahora que está todo en internet, pero creo que siempre tiene que ser de la manera más honesta y humilde posible, que es tener la estructura técnica lista y conocer el lenguaje del compositor lo más profundamente. Tienes que conocer no solo su obra para violín, sino que otras piezas, los compositores que tenía a su alrededor en la época, por ejemplo. Todo influye. Luego, hay margen para interpretar: siempre puedes decir, por ejemplo, que una parte debe ser más como música de cámara con la flauta o el oboe. Hay espacio.
¿Te acuerdas de la primera vez que lo tocaste?
Sí, fue una pesadilla. Es un concierto muy limpio, muy cristalino, cada nota es un planeta. Ser joven y no cuidar cada detalle fue como un wake up call, algo que te despierta y dice que así no se hace. Son obras maestras y las obras maestras necesitan un respeto distinto.
“Hay músicos que hacen Uber”
Richard Biaggini nació -hace una cantidad de años que no quiere revelar- en Maiquetía, junto al mar Caribe y a menos de 30 kilómetros de Caracas. En su familia no había músicos profesionales, pero su abuelo materno era un auditor dedicado. “Me ponía Schubert, sinfonías, cosas así. No sé por qué, pero de niño yo siempre quería escuchar violines”, recuerda divertido.
Quien lo escuchó con el violín a él fue José Francisco del Castillo (“el mejor maestro de toda Venezuela”), que le preguntó dónde estaban sus padres: “Me vio tocando en la calle, prácticamente, y quería hablar con ellos para darme una beca”.
Así, Richard Biaggini se acostumbró a viajar constantemente a Caracas para formarse como violinista. Fue el inicio de un trayecto que a los 15 años ya lo tenía dentro de la Sinfónica Simón Bolívar, el escalón más alto del reconocido Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. “Creo que para muchos músicos, el Sistema fue como una gran familia”, dice ahora sobre esos años de formación. “Siempre ha sido como una casa”.
En 1997, sin embargo, abandonó ese hogar para perfeccionarse en Pittsburgh (EE.UU.), donde conoció a Juan Pablo Izquierdo, de hecho. Luego siguió hacia Indiana y California, hasta convertirse en un solista y más tarde en el concertino de orquestas como la Sinfónica de El Paso y la Sinfónica Nacional de Bogotá.
Hasta que Chile apareció en su camino: en 2015 vino como invitado de la Filarmónica de Santiago y al año siguiente ya había ganado la audición para transformarse en el primer violín. “Me encantaba esta orquesta y es un puesto donde puedo hacer ballet, ópera, conciertos en escenario, como concertino y solista. Es una mezcla de muchas cosas y eso fue un plus”, explica sobre esa determinación.
¿Por qué Chile? ¿No estabas en un nivel más alto en Estados Unidos?
Viví 16 años en Estados Unidos, soy residente y todo, pero me gusta estar en Latinoamérica. Hay muchas cosas por hacer, por construir, hay mucho talento. Además, me siento más identificado culturalmente hablando, es más cercano. Me ha encantado estar en Chile, he ido a Colombia, Venezuela, Perú, pero no te puedo decir que voy a estar aquí siempre.
Hay muchos músicos venezolanos hoy en Chile. ¿Cómo lo experimentas tú?
Hay varios, también tengo muchos alumnos por aquí. Es triste, porque muchos se ven obligados a hacer otras cosas. Me ha tocado ver grandes músicos y no están haciendo su carrera. Hay gente que hace de Uber o de lo que sea para vivir. Yo he tenido mucha suerte, pero no es el caso de todo el mundo. Es una situación compleja.
¿Sientes nostalgia por Venezuela?
Por la familia, más que todo, por la gente que amas y te ayudaron cuando eras niño. Ahorita no es un buen lugar para estar, eso lo sabe todo el mundo. Quisiera una Venezuela como cuando yo crecí allá. Era fantástico, había un auge en lo artístico, en lo político, en lo musical, todo estaba sucediendo. No digo que ahorita no esté pasando, quizás hay personas a las que les pueden gustar esas cosas, pero a mí no. Yo viví en otra Venezuela, que extraño y me gustaría ver algún día.
¿Cómo ha sido vivir y trabajar en el Santiago de los últimos meses?
Fue interesante, muchas veces tenía de vecinos a la policía y a los manifestantes, era una locura entrar y salir de mi edificio. Quizás esto sirva para que puedan ver a la gente menos favorecida y no la dejen abandonada, porque eso ocurre en muchos países. Tal vez era necesario para tomar otro camino, pero no me quiero meter, porque cada país tiene su cultura.
¿Ha sido más complicado para los venezolanos?
Es una situación difícil, pero creo que no es comparable. Chile está en otro camino. No me gusta hablar mucho de política, no es mi ámbito, pero creo que no es la misma historia que tiene Venezuela en los últimos 20 años. Allá la clase social más baja quería luchar, que se le pagara mejor, y hubo alguien que salió a decirles que les ayudaría. De eso han pasado 20 años y mira cómo está la cosa: el que era pobre, ahora es más pobre.
Acá se ha hecho esa comparación, una amenaza habitual es que “Chile terminará como Venezuela”. ¿Lo has escuchado?
Pero es distinto el socialismo de allá, lo que se puede hacer acá, lo que hay en Europa. Es tan distinto. Si fuese hecho bien acá, ¿por qué no? Es una gran opción. El problema es que hay países que ya nos han dejado un modelo un poco corrupto, de derecha e izquierda. Prácticamente no creo en ningún bando, se pasan la pelota de un lado a otro, engañan al pueblo. Creo más en la meritocracia, que cada quien se esfuerce por llegar lo más lejos como ser humano y con su profesión. Ahí se abren puertas.
¿Funciona la meritocracia en la música? ¿Una persona puede abrirse camino en base a su talento y esfuerzo?
Al menos yo, eso es lo que busco.
Cuándo y dónde
La Orquesta Filarmónica de Santiago se presentará a las 19 horas del viernes 6 y sábado 7 de marzo en el Teatro Municipal. Las entradas tienen valores entre dos y 35 mil pesos. Detalles acá.