Más allá de Camilo

  • 04-01-2010

La decisión de Escalona y Latorre de no renunciar a la presidencia de sus partidos, mientras la gran mayoría de los chilenos estaba de verdad pendiente del año nuevo, es el último episodio de una Concertación que trata de salir adentrándose más en el bosque. Y es que sus dirigentes, incluido el candidato presidencial, parecen no saber ya entender ni representar al país que aspiran a conducir por quinta vez.

Asistimos a la obligación de elegir entre Piñera y Frei. El primero ya se apropió del concepto de cambio y se ha envalentonado incluso con el de progresismo, mientras Frei no logra responder al desafío de ser el representante –contra natura- del “conjunto de las fuerzas democráticas”. Ante la disyuntiva, muchos votantes sienten verdadero tedio y hablan sin eufemismos de males mayores y menores, para responder a la pregunta de por quién votar ahora. Mientras, en el reducido grupo de quienes tienen más tiempo para dedicarse a estas disquisiciones, circulan hasta hastiar cientos de documentos, todos con la pretensión de nombrar la gran verdad de la segunda vuelta.

Cierto es que la premura de elegir al próximo presidente de Chile absorbe. Por eso, entre otras cosas, el acto apresurado de Auth y Gómez. Pero esta descoordinación nos alude a otras más profundas que explican este cuadro. Por un lado, su fracaso en cumplir con una promesa fundacional que era quizás desmesurada. Y, por el otro, la transformación que ha sufrido Chile durante sus gobiernos, respecto a la cual la derecha parece estar haciendo una lectura más certera. El electorado (el país) ha sufrido una mutación cultural e ideológica, aunque el padrón sea tan parecido al del plebiscito de 1988.

Los chilenos hoy razonan políticamente a imagen y semejanza de la obra de la Concertación. A saber, primero, que las ideologías murieron en 1989 y que cumplir con los programas de gobierno es opcional, por lo tanto da lo mismo si tienen diferencias. Segundo, que las bases sociales y los dirigentes políticos pertenecen a ámbitos distintos y que, por lo tanto, las primeras, en vez de movilizarse, deben dejar a los segundos hacer la tarea. Tercera, que política no es un campo en la vida de todos, sino burocracia para unos pocos. Existe, por lo tanto, como función remunerada de una casta. Y cuarto, que la “superioridad moral” del progresismo no se empató manchándose las manos con sangre, sino con actos corruptos de poca monta.

No es extraño entonces que se crea que ambas opciones son lo mismo, aunque no sea cierto.

Lo que sí es extraño es que la Concertación trate de politizar una elección cuando lleva veinte años despolitizando al país. Si ni siquiera la popularidad de la presidenta se debe a la adhesión a su obra, sino a atributos personales.

Hoy el pueblo de Chile no es el de las postales románticas de la izquierda. No es el que recuperó la democracia y luego vio como se hizo algo distinto a lo pactado. En su imaginario, donde antes libertad era una mujer sagrada que guiaba multitudes, hoy es la facultad de cumplir con aspiraciones personales y tangibles. Es terminar creyendo, como lo  hace el sistema, que la confianza en el individuo es más importante que la comunión de voluntades. No es de extrañar entonces que los más humildes confíen sus sueños a la derecha, dándole a la UDI un tercio de la Cámara de Diputados y a Sebastián Piñera una mayoría abrumadora en las diez comunas más pobres del país.

De tanto esperar en vano las promesas de la democracia, parece consagrarse el proyecto histórico del pinochetismo con la conversión de los ciudadanos que ahora miran el mundo como lo hace el mercado.

Mientras la Concertación, en su torre, ya no piensa ni habita en el pueblo, que es el fin de la acción política, sino en una entelequia cupular de tipo instrumental llamada progresismo. Confundida, ha elegido a un candidato que no logra representar ni a una cosa ni a la otra. Le queda entonces como única opción una tarea quizás imposible: convencer que no es lo mismo quien gane y reponer en dos semanas el campo de la política, mística incluida. Que ambos programas tienen diferencias en temas sustantivos, como educación, política cultural y derechos reproductivos y sexuales. Tarea complicada, sobre todo si ya llevan demasiado tiempo obrando como si en política nada importante estuviera en juego.

Patricio López es conductor de Política en Vivo de Radio Universidad de Chile
patriciolopezp@gmail.com
Twitter: patriciolopezp

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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