Violencia ginecológica y obstétrica en Chile

  • 28-05-2020

Desde el año 2018 que como colectiva contra la violencia ginecológica y obstétrica venimos trabajando para realizar la primera encuesta sobre violencia ginecológica y obstétrica en Chile, un trabajo totalmente autogestionado y que nace de la acuciante necesidad de visibilizar cómo nos sentimos las mujeres con los servicios de ginecología y obstetricia que recibimos (y los tratos que nos prodigan en ellos). Hoy tenemos los resultados preliminares de dicho estudio, que son fruto del compromiso de más de 4.500 mujeres que volcaron sus experiencias y compartieron su pensar y sentir sobre los tratos recibidos por ellas de parte del personal de salud que las atendió. Lanzamos la encuesta a fines de diciembre del año pasado y la cerramos el 10 de mayo, y durante el transcurso de ese tiempo, recibimos muchos mensajes de aliento y gratitud, que nos llenaron de emoción, vinculando nuestras experiencias e historias con las de ellas y nos señalaron que nuestro trabajo era sentido como una necesidad por parte de muchas mujeres en Chile, subrayando la dimensión política (y colectiva) de nuestros cuerpos y su relación con el modelo médico hegemónico.

Estas disciplinas médicas se han considerado el espacio del cuidado de la salud sexual y reproductiva de las mujeres y es por ello que nos parece tan importante estar atentas a cómo se nos trata y qué se desprende de ese trato, cuestión que en el día de acción mundial por la salud de las mujeres es de gran relevancia volver a preguntarnos. En primer lugar, me voy a referir a la violencia ginecológica. No existen estudios previos en Chile sobre violencia ginecológica y los resultados nos indican que la ha vivenciado un 67% de las mujeres que participaron de la encuesta. De ellas un 5,9% dijo haber dejado de asistir a controles, ya sea por sus malas experiencias previas, su edad avanzada o la falta de acceso a este tipo de servicios. Entre las experiencias de violencia más comunes en la consulta encontramos: la infantilización, los retos o amenazas, comentarios inapropiados de índole sexual referidos al cuerpo o genitales, la realización de procedimientos intencionalmente dolorosos, entre otros. A modo de ejemplo, un 17,1% sintieron que le realizaron tactos o tocaciones inapropiadas dado el motivo de su consulta y 1 de cada 5 mujeres reportaron que se les realizó procedimientos que le causaron intencionalmente dolor. Un 20% de las encuestadas afirma que se le medicó sin tener claridad de qué modo esos medicamentos pueden tener utilidad en su salud ginecológica y un poco más de 1 de cada 5 mujeres declaran que fueron juzgadas por el personal de salud por sus prácticas sexuales. Y algo que resulta extremadamente grave es que un 17, 45% dice haber vivido violencia sexual en sus atenciones ginecológicas u obstétricas. Creemos, como colectiva feminista, que es urgente cuestionar el modo en que actualmente se está desarrollando la relación entre las mujeres y la ginecología en nuestro país, cuestionar la enorme asimetría de poder en la consulta, donde las mujeres no tenemos voz para hablar de nuestro propio cuerpo, de nuestra salud y sexualidad, donde el autoconocimiento de nuestros cuerpos es cuestionado y no tomado en cuenta. Parte de la definición de violencia gineco-obstétrica se refiere justamente a la pérdida de autonomía y a la apropiación del cuerpo de las mujeres por parte del personal de salud mediante prácticas que devienen en medicalización y que traerían serias consecuencias en nuestra calidad de vida, cuestión que queda en evidencia por los resultados que ya he comentado.

Respecto a la violencia obstétrica 8 de cada 10 mujeres que contestaron nuestra encuesta relata haber vivenciado violencia obstétrica. Asimismo, constatamos que muchas de las prácticas desaconsejadas por la OMS son aún habituales, tales como: episiotomía de rutina (corte entre la vagina y el ano cuyo uso es agrandar el canal de parto y que ha sido considerada como la mutilación genital de occidente), rotura artificial de membranas, obligación de mantenerse acostada durante el trabajo de parto, tactos vaginales reiterados, impedimento de estar acompañadas o compresión del abdomen en el momento de los pujos (maniobra de Kristeller).  En este sentido es relevante señalar que a casi la mitad de las encuestadas se les realizaron procedimientos sin pedir su consentimiento o haciéndolo en el momento del trabajo de parto.  En relación con el aborto, un 27,18% de las mujeres afirma haber tenido alguna vez un aborto espontáneo o inducido, y un 5,6% de ellas reporta que le realizaron un legrado (raspaje) sin anestesia cuando debieron asistir a un servicio de salud. Esta última cuestión, creemos que puede ser considerada un castigo hacia las mujeres que presuntamente se piensa desobedecieron el mandato de maternidad o maternidad obligatoria debido a que se presume realizaron un aborto. El personal de salud en vez de acompañar y asistir parece cumplir una función de juzgar y castigar.

Les quiero compartir también una parte fundamental de nuestra encuesta, aquella en que preguntamos cómo la vivencia de violencia ginecológica como asimismo obstétrica cambió la percepción que tenemos de nosotras mismas, nuestros cuerpos y sexualidad. Aquí también los resultados son abrumadores. Un poco menos de la mitad (41,11%) de las mujeres dice que cambió la percepción de su cuerpo, casi un tercio de las participantes dijo que esta vivencia de violencia ginecológica afectó negativamente su autoimagen corporal, mientras que un 41,89% declara que afectó su autoestima y un 38% su sexualidad. Las transformaciones en la percepción de sí mismas de las mujeres que vivenciaron violencia obstétrica son levemente mayores. Tanto la experiencia de violencia ginecológica como obstétrica es más profunda de lo que pensamos y deja huellas en la vida de las mujeres, en la menara de percibir nuestros cuerpos y de relacionarse con ellos y con las demás personas, impacta en la sexualidad un espacio que debe ser de gozo y cuidado, se transforma en un lugar de malestar. Un hallazgo de nuestra encuesta (cuyos resultados se harán públicos en pocos días) nos señala que colectivizar nuestras experiencias es un proceso necesario para sanar, ya que mayoría de las mujeres que vivenciaron estas violencias encontraron ayuda y sanación en redes de mujeres y terapias alternativas al modelo que las violentó.  Asimismo, una parte importante de lo que ha revelado la encuesta es que las mujeres no nos sentimos a gusto con los tratos que nos otorgan estas especialidades médicas y que es necesario visibilizarlo y denunciarlo ya que colectivizando nuestras experiencias podemos darle palabras y volverlas políticas. Nos merecemos una salud que nos acompañe y no nos juzgue, que nos de espacio para decir lo que pesamos y lo que sentimos sobre nuestros cuerpos. Para terminar, quisiera agradecer a las mujeres que nos compartieron sus vivencias y que hicieron posible este primer reporte sobre violencia ginecológica y obstétrica en Chile, que sin duda esperamos contribuya a visibilizar y erradicar dicha violencia, porque como dice Adrienne Rich poeta, teórica y activista feminista “nuestras vidas y nuestras muertes son inseparables de la liberación u opresión de nuestros cuerpos pensantes”.

*La autora es integrante colectiva contra la violencia ginecológica y obstétrica

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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