“Una fe que nació milagrosamente entre la plebe […] estaba destinada a no olvidar nunca ese nacimiento. Pero, a la vez de respetar esa tradición popular, tenía el deber de mirar que, fuera de su origen, la llamada plebe, que yo llamo el pueblo maravilloso, es por su vastedad, el único suelo que la mantendría inmensa”
Gabriela Mistral, Cristianismo con sentido social, 1925.
A los 36 años de edad Gabriela Mistral, después de convivir con el pueblo campesino de México, estampa esta expresión notable. La llamada “plebe”, la vieja expresión de la Antigüedad romana para referirse a las mayorías humildes y perseguidas de la historia, a los no-patricios, pasa a ser denominada de una manera completamente distinta, imprevisible y original: el “pueblo maravilloso”. ¿Qué gesta, qué gestos provocaron este cambio singular en el habla de esta mujer chilena, americana y mundial? Ella transforma lo que antes era lo despreciado, lo abyecto, lo insignificante. Se convierte en una experiencia admirable, sublime, extraordinaria. Para los dueños de este mundo la expresión es pretenciosa, falaz, engañosa. ¿Por qué habla así Mistral? Un integrante de la redacción editorial de El Mercurio de Santiago desde 1924, y miembro reconocido de la Academia Chilena de la Historia, hurga en las deficiencias e insuficiencias de la formación escolar de Gabriela Mistral: “La autora no conoce la cultura greco-latina en todo lo que ella tiene de profundo y de preciso; de joven seguramente no leyó a Platón […]. En todo caso, la serena y clara literatura clásica, en la cual hay generalmente adecuación entre forma y contenido, ha sido ignorada de la autora en sus años mozos.” Añade impetuoso: “Los versos parecen haber sido compuestos en un éxtasis, en un trance, en momentos de frenesí, dictados al inexperto poeta por un demonio familiar” (Raúl Silva Castro, Estudios sobre Gabriela Mistral, 1935).
Un descollante investigador de nuestra cultura popular, Juan Uribe Echevarría, conoce personalmente a Gabriela Mistral en 1952. Ella le hace saber sus abismales distancias con el Chile oficial, el sobajeo oficial, la indolencia oficial. Hablando con más entusiasmo de su país de Montegrande le confiesa que su padre cantaba décimas glosadas, a lo humano y lo divino. Ese había sido su entorno familiar, auditivo y afectivo, la extensa cultura oral y rural de Chile. En 1962, diez años más tarde, el investigador del folklore dio a conocer las expresiones poéticas que cultivara el padre de Gabriela. En una obra inolvidable sobre las décimas glosadas de los campesinos de las afueras de Santiago revela la imaginación desbordante e inusitada del “pueblo maravilloso”. Un mundo inadvertido desde la capital administrativa del país (Cantos a lo divino y a lo humano en Aculeo. Folklore de la provincia de Santiago, Editorial Universitaria, 1962).
Un luchador indiscutido por los derechos y la unidad de los trabajadores chilenos, Clotario Blest, se inspira en el valiente giro histórico y semántico de la llamada plebe que Gabriela Mistral propuso en 1925. Como presidente de la Central Única de Trabajadores escribe en 1957: “Gabriela Mistral pertenece al pueblo, a nuestro maravilloso pueblo, es su extracción más típica, por eso es amada y reverenciada por todos. Ella supo interpretarlo. Ella encontró esa veta maravillosa, ese filón de oro y diamantes que, oculto en la masa anónima, es la única, la auténtica riqueza de esta patria nuestra: nuestra alma proletaria, humillada y escarnecida por los déspotas de esta tierra; pero, siempre pura y grande para erguirse en el momento del sacrificio y la dura jornada heroica.” (Clotario Blest, Las enseñanzas de Gabriela Mistral, El Siglo, 22 de enero de 1957).
¿Qué hace que la plebe se torne “pueblo maravilloso”? ¿Cómo tanto? Hay de por medio un fenómeno sorprendente, de índole espiritual.
Los poderes de este mundo administran el planeta como un Imperio romano. Sabemos lo que éste hizo y lo que fue. Sin embargo, el sentido humano y divino de la historia se encuentra en otra dimensión. En los inicios de la Guerra Fría, alarmada por la mundial violencia creciente, especialmente de Estados Unidos, Gabriela Mistral ofrece una interpretación de la historia desde lo que llama un “suceso disparatado a lo divino”. Recuerda la llegada del niño Jesús, el mesías que brinda la alegría a todo el pueblo, en la Navidad de 1948: “Un poco más allá de Palestina, vive el romano blanco, y ‘sabido’, y dueño del mundo. Pero el recién llegado asomaría en la Judea colonial, y mínima, y paupérrima. […]. El buen lector de Historia -el no torcido- entiende que Esto tenía que llegar. Había habido ya reyes de más, capitanes de sobra, letrados greco-romanos y hasta hechiceros egipcios. Faltaba Uno que reinase sin reino, mandase sin espada y hablase recto, sin vicios ni culebreo de palabras.” (Gabriela Mistral, Recado de Navidad, 1949).
Hoy vivimos entre nosotros un momento excepcional, diríamos privilegiado, de la evolución histórica colectiva. Alterándose bruscamente los pomposos cronogramas establecidos de la elite nos corresponde diseñar el marco constitucional de nuestro común convivir futuro. Desde el clamor de los pobres. ¿Qué lugar brindaremos a las mayorías populares que anhelan fervientes un país distinto? ¿Reinaremos sin reino, mandaremos sin espada? ¿Hablaremos recto, sin vicios ni culebreo de palabras? ¿Dejaremos a esas mayorías una vez más abandonadas, como en el viejo indolente Imperio romano, a su condición innominada y desprotegida de plebe, o de sectores subalternos, como enseñan en su jerga las ciencias sociales contemporáneas? La alternativa es clara. Con el lenguaje inspirado e inspirador de Gabriela Mistral –“presidenta y bienhechora de la lengua castellana”, dijo Violeta Parra-, y de sus múltiples discípulos y seguidores, podremos reconocer al “pueblo maravilloso” que colma de luz, de sentido y de esperanza la historia de Chile.