EEUU…sin gloria

Con los talibanes controlando nuevamente el país, el ejército de Estados Unidos -que se había propuesto derrocarlos en 2001- debió retirarse sin gloria de Afganistán este 31 de agosto, poniendo fin a 20 años de ocupación militar e intervención política en ese antiquísimo territorio del Asia Central. La pregunta que queda en el tintero es: ¿cuánto tuvo que ver Washington en el surgimiento de este grupo radical islamista antes de invadir Afganistán?

Con los talibanes controlando nuevamente el país, el ejército de Estados Unidos -que se había propuesto derrocarlos en 2001- debió retirarse sin gloria de Afganistán este 31 de agosto, poniendo fin a 20 años de ocupación militar e intervención política en ese antiquísimo territorio del Asia Central. La pregunta que queda en el tintero es: ¿cuánto tuvo que ver Washington en el surgimiento de este grupo radical islamista antes de invadir Afganistán?

Ya se sabe que el temor que provocan los talibanes es su interpretación para aplicar de manera extrema y estricta la ley islámica, algo que promueven de modo obligatorio para todos los y las habitantes, no importando edad ni condición. Definitivamente fue el miedo la palanca que movió a miles de afganas y afganos a intentar abandonar desesperadamente su país.

No obstante, al intentar obtener una visión que nos permita entender lo más profundamente posible la historia de este territorio convulso, la pregunta pendiente es el rol de Estados Unidos en el origen de los talibanes, que consideran ya por décadas  a la nación norteamericana como su enemigo por antonomasia.

La respuesta no es sencilla, porque obliga a remitirse a la época en que Estados Unidos y sus aliados occidentales se confrontaban permanentemente con la Unión Soviética y los suyos, es decir, al período conocido como “Guerra Fría”, que sucedió casi sin pausa a la Segunda Guerra Mundial.

Un período en que el mundo se dividió ideológicamente entre el capitalismo y el socialismo, dos posiciones no  sólo opuestas, sino contrapuestas. En ese crisol histórico se decidió, de una u otra manera, el futuro de Afganistán, un territorio atractivo por sus múltiples riquezas y recursos naturales, situado en un cruce de rutas milenarias en el corazón de Asia, constituyendo un singular pero verdadero puente entre oriente y occidente, a lo que hay que sumar su extrema inestabilidad política interna. Situación estratégica vislumbrada con mucha antelación por los imperios de los siglos XVIII Y XIX, como quedó demostrado cuando la Rusia zarista y Gran Bretaña se enfrentaron en su intento por hacerse de tan fundamental región.

Así, en abril de 1978, surgió allí la “Revolución Saúd”, situación en la que el Partido Democrático Popular, apoyado por insurgentes armados, derrocaron al presidente Mohammed Saud Khan, instaurando en el país un gobierno socialista, aliado de la Unión Soviética y con el respaldo de ésta. Daud fue el primer presidente de Afganistán, habiendo proclamado en 1973 la república, después de derrocar a rey Sair Shá, su cuñado, quien ocupó el trono por cuatro décadas mientras el país fue una monarquía constitucional a imitación de la británica. Y aunque Saud impulsó una cierta modernización del país, también aplicó férreamente el poder y reprimió de modo cruento las manifestaciones populares nacidas del descontento que provocó su gobierno.

Así, no fue difícil que se levantara una fuerte insurgencia armada, que facilitó la llegada de los comunistas afganos al poder. Éstos, al instaurar un gobierno socialista, el Partido Democrático Popular creo la seguridad social, un sistema nacional de salud y también, algo no menor, amplió los derechos para las mujeres. Pero, al mismo tiempo, el disenso no fue permitido y de ese modo, se conformó una fuerte resistencia armada, caldo de cultivo en que surgieron los muyahidines, denominación musulmana para los combatientes de la “guerra santa”. Entonces, para enfrentar a la guerrilla de los muyahidines, en abril de 1979, el gobierno revolucionario de Kabul solicitó la ayuda militar de la Unión Soviética, que envió a más de 30 mil soldados, carros de combate y aviones a Afganistán.

La reacción de Estados Unidos fue casi inmediata y entregó a la insurgencia todo el apoyo de su respectiva maquinaria de guerra con el propósito declarado de intentar expulsar a los soviéticos a través de la llamada “Operación Ciclón”, una operación encubierta para equipar y armar a la oposición afgana. De hecho, ésta fue autorizada por el entonces presidente Jimmy Carter por consejo de Zbigniew Kazimierz Brzezinski, su asesor de seguridad de origen polaco. En principio, se le suministró a los rebeldes equipos antiguos y se limitó a los aportes económicos recogidos en diversos países árabes que apoyaban la “guerra santa” contra los soviéticos.

Los muyahidines era un grupo diverso, políticamente fragmentado y heterogéneo de combatientes reclutados fundamentalmente por razones de fe, aunque algunos de sus líderes más relevantes fueron -años más tarde- fundadores del Talibán. Además, los muyahidines contaban con una red de contactos conocida como Al Qaeda, que muy pronto lanzaría una ofensiva internacional liderada por Osama Bin Laden. Ronald Reagan, sucesor de Carter en la Casa Blanca, los llamó “combatientes de la libertad”. Así, fuertemente apoyados por Estados Unidos, los combatientes musulmanes lograron sacar a los soviéticos de su territorio tras nueve años de cruentas luchas… sólo para terminar en una feroz guerra civil que los dejó a cargo del país en la década del 90. Una vez en el poder, los talibanes aplicaron su extrema interpretación de la ley islámica, pero Washington guardó silencio ante las atrocidades y atropellos cometidos por éstos. Sólo reaccionó después de los atentados del 11S.

Lo demás es historia conocida.

(Imagen: RFI – AP Wali Sabawoon)





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