El Fanta, la traición y la confianza

  • 06-09-2021

Este sábado fue informada la muerte del criminal de lesa humanidad Miguel Estay Reyno, alias el Fanta, en la cárcel de Punta Peuco como consecuencia del Covid-19. Fue quien participó del degollamiento de los profesionales comunistas -el profesor Manuel Guerrero Ceballos, el sociólogo José Manuel Parada y el publicista Santiago Nattino- en las pavorosas horas desde sus secuestros hasta el hallazgo de los cadáveres, entre el 28 y el 29 de marzo de 1985. Su nombre reabre heridas muy hondas, personales y colectivas, no solo por haber sido uno de los perpetradores de los atroces crímenes de la Dictadura, sino por algo tanto o más doloroso: el Fanta fue un traidor. Militante comunista durante la Unidad Popular, se transformó luego en un agente que entregó a su familia y a sus compañeros. Él sostuvo que fue bajo la presión de la tortura, pero investigaciones periodísticas lo desmienten. Fue, de hecho, amigo de Manuel Guerrero y de su familia, por lo que resulta muy difícil concebir que haya terminado siendo uno de sus verdugos.

Los dolores de aquellos años oscuros de la historia de Chile siguen con nosotros. Todavía forman parte de esta comunidad tantos detenidos injustamente, torturados, perseguidos y exiliados. También hay muchos y muchas que no están y cuyo recuerdo sigue siendo hondo y sensible para los seres queridos. Esa herida sigue siendo parte del Chile de hoy. Pero hay otros dolores quizás más sutiles e igualmente profundos que no hemos podido aquilatar aún. Se ha dicho que durante la Dictadura se fue destruyendo el tejido social lentamente forjado durante décadas en el país, hasta volvernos más individualistas y ensimismados. En ello algo, sino mucho, tuvo que ver la conducta promovida por la Junta Militar para perseguir a sus opositores, que fue, precisamente, la traición ¿Cómo se puede vivir si, de un momento a otro, nuestros amigos, compañeros de trabajo, de partido, vecinos, incluso familiares, podrían pasar a ser quienes nos acusaran y entregaran? Empatizamos y solidarizamos con lo que vivieron aquellas generaciones, y entendemos muy bien por qué muchas veces ha sido tan difícil, cuando no imposible, volver a confiar en los seres humanos.

En una entrevista realizada hace 14 años por la periodista Francisca Skoknic para CIPER, Miguel Estay Reyno intentó explicar su comportamiento. Describió que el intento de los aparatos represivos por quebrar sicológicamente a los torturados para transformarlos en colaboradores, era recurrente. Que si él no hubiera accedido, sería un detenido desaparecido más y no habría tenido la opción de sobrevivir y formar una familia. Y que, aunque resultara difícil de entender, él había optado por la vida, por su vida.

Más allá de la empatía o distancia que se puede tener por las palabras de quien produjo tanto daño, resulta evidente, y así lo ha señalado el hijo del profesor Guerrero, Manuel Guerrero Antequera, que no hay una relación entre cualquier tipo de apremio y la conversión en un torturador. Los recovecos internos de un personaje tan oscuro se fueron con su muerte y hoy solo podemos especular, mientras tanto nos quedamos aquí, en un momento en que parece reconstituirse la confianza en lo colectivo, luego de la sociedad que nos heredó la Dictadura.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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