Cómo hacer una buena nueva cepa… pero no de vino.

  • 30-11-2021

Al momento de escribir esta columna ya arribó a varios países europeos la nueva variante de preocupación (omicron) de SARS-CoV2, el virus causador de COVID-19.

Aún es muy temprano para confirmar los miedos propalados por mucha prensa sensacionalista: ¿la vacuna no protege?  ¿tendremos una nueva ola de hospitalizaciones y muertes?  ¿se viene un nuevo período de confinamientos?

Lo que sabemos es que desde su presunta aparición (la primera muestra donde se detectó tiene fecha de 09 de noviembre), hasta ahora, la nueva variante se ha diseminado muy rápidamente en Botsuana y Sudáfrica, lo que permite especular que su dinámica de difusión en la población es más veloz.  Dicho en otros términos, pareciera que la gente que se infecta pasa a ser contagiante muy rápidamente ó que cada persona contagiada transmite el virus a más personas que con las variantes previamente descritas.

También hay evidencia preliminar de que personas previamente contagiadas con otra variante ahora se contagian con omicron y hay por lo menos dos pacientes en Hong-Kong (que visitaron Sudáfrica) que tenían por lo menos dos dosis de una de las vacunas basadas en mRNA.

Hay dos aspectos importantes que deben ser destacados en este nuevo escenario:

  1. Finalidad del proceso de vacunación.

Aunque idealmente las vacunas se piensan para evitar que las personas se infecten con los agentes que causan enfermedades, en la práctica se acepta que algunas pueden ser útiles para evitar que las personas sufran enfermedad grave o muerte.  Tal es el caso de la vacuna contra Influenza y de las vacunas para prevenir COVID-19.  En esos casos, las personas se infectan, eventualmente transmiten la enfermedad (por lo que no se corta la difusión del microorganismo) pero no tendrán consecuencias graves, secuelas ni muertes.  Eso, en sí, es una razonable política de salud pública.

Bajo ese punto de vista, aún no hay evidencia de que la nueva variante omicron vaya a disminuir la eficacia de las vacunas contra SARS-CoV2 en lo que respecta a proteger a la población contra enfermar gravemente o morir.  Tampoco hay evidencia de lo contrario, por supuesto.  Falta tiempo para que conozcamos la realidad.

Sí es plausible especular que habrá presión en el sistema hospitalario porque en menores lapsos de tiempo más personas consultarán por síntomas leves, pero el impacto de eso es imposible de anticipar.

Respecto a este punto, entonces, el mensaje es: no entrar en pánico.  Es muy improbable que la protección por inmunidad previa disminuya a cero.

  1. Probabilidades de que sigan surgiendo nuevas variantes.

Desde un punto de vista virológico, la gran diferencia de la variante omicron es que acumula muchísimas más variaciones en sus proteínas (32 en la proteína de superficie) cuando se la compara con la variante original.  Eso quiere decir que cuando el sistema inmune de una persona se encuentra con este virus, molecularmente estará menos entrenado para combatirlo.

En los medios científicos se ha levantado la idea de que no es casualidad que esta variante, tan distinta a las anteriores, haya surgido en Sudáfrica.

Ocurre que Sudáfrica, y el continente africano en general, tiene una de las tasas de vacunación más bajas de todo el planeta (ver figura para comparación con el resto del mundo; fuente Our World in Data).  En los hechos eso significa que hay más personas que pueden infectarse.  Como cada nueva persona que se infecta es una nueva “ruleta” donde puede aparecer una nueva variación en las proteínas del virus, a más personas que se infectan, mayor es la probabilidad de que se acumulen mutaciones.

Pero hay otro factor agravante: Sudáfrica es uno de los países más golpeados por la otra pandemia: VIH, agente causador del SIDA.  Esto, en los hechos, significa que hay una importante fracción de la población que tiene su sistema inmunológico afectado.  Y por lo tanto cualquier infección oportunista (como por ejemplo una nueva variante de SARS-CoV2) tendrá más espacio para replicar más, mutar más y de paso provocar más daño a los pacientes.

Es la peor combinación posible: mucha gente con defensas bajas, mucha gente sin vacunar y un virus con gran potencial de variabilidad: es evidente que nuevas variantes probablemente vendrán desde allá.

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Lo más grave es que el planeta en lugar de haber prevenido este escenario, se ha enfrascado en la versión “nacional” del paradigma individualista: yo me vacuno, yo cierro mis fronteras.  Por más llamados que la OMS ha hecho, en la práctica los países más desarrollados no han hecho esfuerzos verdaderos por permitir que las vacunas lleguen a África.  Muchos, incluido Chile, han estado más preocupado de llegar hasta cuartas dosis de vacunación (con utilidad aún dudosa a escala de población completa) en lugar de pensar a escala planetaria y entender que sería mucho mejor impedir que nuevas variantes aparezcan en vez de tener que remediar el impacto de una potencial nueva ola.

Lo estamos haciendo muy bien como vinicultores preparando cada cierto tiempo una nueva cepa.  Veremos qué tan borrachos salimos con cada una y si la resaca no nos va a dejar arrepentidos.

P.S.: El término “cepa” fue usada sólo para fines estilísticos.  No es equivalente a variante.

Jonás Chnaiderman
Programa de Virología, Instituto de Ciencias Biomédicas
Facultad de Medicina, Universidad de Chile

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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