La República de Moldavia, pequeño país del sureste europeo, con 34 mil kilómetros cuadrados, dos millones 400 mil habitantes, cuyos límites la vinculan con Ucrania, Rumania y la república de Transnistria. Una Moldavia que formó parte, hasta el año 1991, de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas – URSS – y que hoy se ha convertido en una pieza más de la política de presión y cerco de las potencias occidentales, lideradas por Washington, contra la federación rusa.
Una realidad que día a día acrecienta los deseos de generar una revolución de colores en Moldavia y establecer otra punta de lanza contra Moscú. Esto, con todo el peligro que ello conlleva para la precaria estabilidad de una Europa occidental, en un frenesís de disputa con Rusia que puede desencadenar una conflagración de enorme magnitud. La tensión entre Rusia y Moldavia ha revelado acusaciones, por parte del gobierno del presidente Putin, respecto a que el gobierno moldavo sirve de testaferro de occidente y constituye una amenaza incluso biológica contra Rusia. Efectivamente, el teniente general Igor Kirillov, jefe de las tropas de protección nuclear, biológica y química de Rusia acusó a Estados Unidos de estar trabajando en conjunto con Moldavia y Rumania para “crear agentes biológicos capaces de afectar selectivamente a diversos grupos étnicos de la población”.
La información completa sobre esta acusación está vedada si alguien quiere acceder vía redes pues las empresas tecnológicas occidentales niegan el acceso el acceso al portal del ministerio de defensa de Rusia, como arte de la política de silencio contra el país euroasiático. La denuncia fue dada en una sesión informativa del mencionado ministerio de defensa ruso donde se consignó, igualmente que, materiales biológicos, como muestras de sangre y tejidos humanos, habrían sido enviados desde el Centro de Salud Pública de Ucrania a laboratorios de investigación occidentales asociados con el Pentágono. Según Kirillov, esta cesión de materiales biológicos ha significado la creación de un complejo de operaciones que involucra instituciones médicas, intermediarios occidentales y empresas de logística con vínculos establecidos con la presidenta moldava, Maia Sandu.
Estrechamente relacionado con lo mencionado, Moldavia, con apoyo de la OTAN y moviendo los hilos desde Washington quiere aprovechar la guerra en Ucrania, para generar los pasos para relanzar lo que llaman la “reunificación económica y política con Transnistria. Un territorio de mayoría de población rusoparlante, con estrechos vínculos con Moscú y que declaró su independencia de Chisinau el año 1990. Los líderes políticos de esta región separatista han alertado de las acciones de presión de Moldavia en llamados a Moscú, solicitando su apoyo. Rusia, ante ello ha declarado que está analizando paso a paso los acontecimientos, sobre todo considerando el enorme valor geoestratégico de esta región limítrofe con Ucrania occidental. La ayuda a Transnistria, frente a una invasión moldava puede ampliar el radio de conflicto pues implicaría, para Rusia, la necesaria conquista de Odessa y con ello el impedimento del acceso al mar Negro de Ucrania, que ya tiene dificultades en la zona del mar de Azov.
Volver a mover las piezas, desde occidente, para generar un desequilibrio regional, bajo la directriz de Washington es un peligro mucho más evidente para los europeos que para las administraciones estadounidenses. Es claramente intensificar la política de generar enormes ganancias al complejo militar industrial norteamericano y sus socios franceses, británicos y alemanes – en forma principal – a costa de la sangre de aquellos habitantes, principalmente del este del continente europeo. La carne de cañón que llena los bolsillos de Washington y los suyos, dinamiza sus economías, desestabiliza la región y el mundo e incrementan en forma sustancial el número de muertos, heridos, la destrucción de países y retarda el necesario fin del poder unipolar. Es de interés del poder hegemónico occidental el mantener el estatus quo, pues en ello va su propia sobrevivencia.
Moldavia sufre en estos momentos, un proceso de “atracción” política, económica y hasta discusiones en aspectos que se suelen denominar valóricos, fundamentalmente desde los centros de poder occidentales. Una línea destinada a generar divisiones profundas al interior de esa sociedad, en el plano de sus creyentes y la iglesia ortodoxa con estrechos vínculos con la iglesia rusa, como también sectores políticos y sociales críticos de esa cultura occidental que se presenta como desarrollo inevitable. Una pugna entre aquellos sectores reacios a ser parte del influjo occidental y aquellos que reclaman su incorporación a la Unión Europea, como si eso fuese la panacea para todos sus males. Esto, en una línea muy similar a la que se ha llevado con otras repúblicas, que conformaron la extinta URSS y aquellos que formaron el llamado bloque socialista. Realidad que ha implicado concretar una política de cerco contra la federación rusa desde los países del Báltico hasta la ambivalente Turquía.
Lo señalado es una discusión muy interesante, que se plantea en la actual lucha entre la potencias hegemónicas occidentales, con aquellos países de una línea de desarrollo multilateral y donde esas políticas de imponer ciertos valores aparentemente “indiscutibles” alentadas por occidente, como es el caso de la llamada agenda de género, la legalización de drogas y aspectos relacionados con la legitimación del matrimonio de personas del mismo sexo, generan discusiones respecto al objetivo final de imponer una línea de determinaciones sociales que, en muchísimos países – incluyendo Moldavia – chocan con tradiciones, culturas, formas de pensamiento muy disímiles de aquellos centros que irradian la idea de la más amplia diversidad. Influjo que suele ir acompañado de un generoso financiamiento de institutos de políticas sociales, de género, de derechos para las comunidades LGBT, de lucha contra el VIH entre otras con la participación de la cuestionada Fundación Open Society del multimillonario George Soros (1).
Hablo de imposiciones a sociedades, que no han compartido históricamente tal cosmovisión asentada en el occidente influido por Washington y los suyos, como es el caso de Moldavia y que, en el contexto internacional de dominio de medios de comunicación de occidente, la rusofobia transmitida urbi et orbi se ha convertido en campo de objetivos políticos. La demonización de la dirigencia rusa, el presentar al país euroasiático como un contendiente a vencer, en el desarrollo cultural, valórico y otros temas presentados como elementos indiscutibles y necesarios de imponer, de facto si es necesario es parte d ela agenda estratégica de la política exterior de Estados Unidos y con ello una orden a sus aliados.
Tal realidad genera que temas como los mencionados, que solían estar en el ámbito de las ideas y culturas de la diversidad de países y sociedades del planeta, se conviertan en referentes exclusivos y excluyentes desde los centros de poder occidental. Se trabaja por imponer como muestra evidente de la enorme contradicción de hablar de libertades, pero obligar a su puesta en marcha. Y traigo esto a colación porque, precisamente, una de las maneras de generar fragmentación social y de contrabando colocar temas como la incorporación a organizaciones como la OTAN, la Unión Europea u otras van aparejadas en la narrativa de obtener las “más amplias libertades” aunque el país ni siquiera haya logrado satisfacer mínimas necesidades vitales de su población.
Tal es el caso de Moldavia con una economía considerada la número 132 dentro de 196 países. Con un PIB per cápita de 6.500 euros que se considerada como un nivel de vida muy bajo con relación a los 196 países donde se mide tal cifra. El indicador de desarrollo humano, que es una medida más certera de medir el grado de avance de determinados países sitúa a Moldavia en el puesto número 81. Y, en cuanto al llamado índice de percepción de Corrupción del sector público de Moldavia este es de 39 puntos lo que ubica a este país en el lugar 91 de un total de 180 naciones, que conforman el ranking de percepción de corrupción (2).
Tales cifras, los altos niveles de corrupción y las cifras de intercambio económico, no son importantes para una Unión Europea que busca por todos los medios que sus cantos de sirena a Moldavia, como a Ucrania en su momento, le signifiquen réditos en materia de seguir cercando a la federación rusa. La rusofobia alcanza niveles monumentales en una Europa ciega ante la posibilidad de construir relaciones sostenibles y beneficiosas con Moscú en lugar se convertirse en el patio trasero de Washington con una indigna pérdida de su soberanía y autodeterminación. Moldavia es hoy, como Ucrania desde el año 2014 un peón adecuado en ello.
En un interesantísimo artículo de Juan Gómez Quintero y Juan Franco Martínez titulado “Feminismos y postcolonialidad: La agenda oculta de la igualdad de género en el desarrollo “(3) estos autores analizan los procesos de implantación de la igualdad de género en la Cooperación Internacional para el Desarrollo (con todo el apoyo financiero que significa ser parte de esta línea de cooperación) como expresión de la agenda oculta de la colonialidad. La hipótesis plantea que, en el trasfondo de estos procesos, se encierra un anhelo homogeneizador por el cual las metas de Occidente se postulan como las metas del mundo.
Y, ante ello, como parte de la crítica de la oposición política, religiosa y amplios grupos sociales en Moldavia, a esos afanes de instalar políticas netamente occidentales por las actuales autoridades moldavas se discute sobre el objetivo final que tienen esas políticas tratando de constituirse como una verdad irrefutable y exigible como una necesidad incluso “democrática”. Esto a pesar de la existencia, la concreción de múltiples leyes de avance en materia de igualdad, que no dejan satisfechos a los adherentes a la agenda de género, como lo sostuvo la vicepresidenta de la Duma Estatal Rusa, Anna Kuznevsova en un encuentro en el marco del Foro Económico Internacional de San Petersburgo celebrado en junio de este 2024 donde asistieron representantes moldavos “La propaganda LGBT, por ejemplo, es un elemento de la política colonial” (4) Un tema claramente rico en discusión, que tiene que darse, exponer argumentos y sobre todo respeto por culturas diversas.