La conmemoración del evento que marcó el final de la separación de posguerra entre el este y el oeste del país, coindide con el colapso de la coalición de Gobierno liderada por el canciller Olaf Scholz.
La caída del Muro de Berlín, la noche del 9 de noviembre de 1989, se desarrolló de forma pacífica y las imágenes de perfectos desconocidos del Este y el Oeste abrazándose dieron la vuelta al mundo. “Fue un momento de felicidad”, resumió Merkel.
La mujer, de 89 años, ejerció como ministra de Educación en Alemania Democrática durante el gobierno que encabezó su marido, el cual recibió a varios chilenos exiliados después del golpe cívico militar de Augusto Pinochet.
Sintió Gabo lo mismo que yo, en 1985, cómo un país con un avance tecnológico y científico notable fuese tan pobre en sus vitrinas. Pues justamente, porque la prioridad era la carrera espacial, la industrialización e incluso el hacer negocios con el enemigo, como en tiempos del Soquimich de Ponce Lerou cuando Chile exportaba vía Rotterdam yodo a la URSS.
Sea en América del Norte, África, Asia Central, Medio Oriente, Europa o el Lejano Oriente los muros, las vallas, las cercas y alambras son creaciones destinadas a separar, a dividir, a segregar, a hacer más injustas las relaciones entre nuestras sociedades. El mundo del Tercer Milenio muestra la marcha de un sistema, parafraseando la frase de un fallecido Príncipe de la Iglesia, como “intrínsecamente perverso”, donde la riqueza social, conseguida a golpe de reivindicaciones, luchas, prisión, represión y muerte de millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia, ha quedado concentrada en unas pocas manos.