García Márquez, casi por la derecha

Sintió Gabo lo mismo que yo, en 1985, cómo un país con un avance tecnológico y científico notable fuese tan pobre en sus vitrinas. Pues justamente, porque la prioridad era la carrera espacial, la industrialización e incluso el hacer negocios con el enemigo, como en tiempos del Soquimich de Ponce Lerou cuando Chile exportaba vía Rotterdam yodo a la URSS.

Sintió Gabo lo mismo que yo, en 1985, cómo un país con un avance tecnológico y científico notable fuese tan pobre en sus vitrinas. Pues justamente, porque la prioridad era la carrera espacial, la industrialización e incluso el hacer negocios con el enemigo, como en tiempos del Soquimich de Ponce Lerou cuando Chile exportaba vía Rotterdam yodo a la URSS.

En 1956, Gabriel García Márquez y tres amigos emprenden un viaje en automóvil y ferrocarril por lo que se resume en el libro “De viaje por Europa del Este”.

Si el Gabo, Premio Nobel de Literatura, hubiese escrito este libro diez años más tarde, es probable que jamás lo hubiesen dejado ingresar a Cuba.

Es una visión crítica muy, profundamente antiestalinista, independiente de lo que el Gabo ve mientras viaja por estos países recién ingresados al socialismo unos pocos años antes.

Las diferencias, no exentas de críticas hacia occidente, de lo que aprecia en Alemania, son notables y a veces espantosas. Habla de lo que se sabía; una sociedad triste, tiendas con escasos víveres, un café con sabor a achicoria lo cual para un colombiano constituye un crimen.

Aparece un Herr Wolff, muy crítico que le comenta a García Márquez, proclive en este viaje a reunirse más con la oposición a los regímenes que con los partidarios: “Esta bien que no nos paguen nada, pero  que más encima no nos dejen expresarnos, es demasiado”, leemos.

En cierta forma elogia a los checos por saber llevar el sistema a su manera y le dan color al gris. Por ser como fueron, los invadió con tanques la URSS en un momento en que Praga se erigía como una capital intelectual interesante desde todo punto de vista, especialmente el cultural.

La confluencia de extranjeros que ansiaban estudiar en sus universidades, la corroboro un amigo Fernando Velasco Arrieta quien salió de Praga después del derrocamiento de Alexander Dubceck en 1968, promovida por Leonid Brezhnev.

Asimismo,  demuestra una simpatía inevitable por los rebeldes húngaros a quienes también su búsqueda de una propia vía en 1954, les costó una sangrienta invasión, peor que la sufrida por los checos años más tarde. Quizás fue la acción más brutal de Nikita Kruschev.

Señala Gabo que quizás el mayor error de Stalin fue su afán de meterse en todo; hasta en la vida sentimental de los ciudadanos, acusar a los o las amantes y qué decir de las policías secretas.

El propio Volodia Teitelboim en una larga entrevista que concediera diez años antes de morir al suscrito para un programa dominical en  Radio Universidad de Chile, trató a Stalin como un gregoriano inculto, que hablaba mal el ruso, apenas apto para administrar en cargo secundario una colectividad. Pero la desaparición de Lenin hizo que cambiaran muchas cosas.

Acusa el autor que durante los quince días en Budapest jamás pudieron zafarse del acoso de quince funcionarios de gobierno que les pisaban los talones.

Sintió GGM lo mismo que yo, en 1985, cómo un país con un avance tecnológico  y científico notable fuese tan pobre en sus vitrinas. Pues justamente, porque la prioridad era la carrera espacial, la industrialización  e incluso el hacer negocios con el enemigo, como en tiempos del Soquimich de Ponce Lerou cuando Chile exportaba vía Rotterdam yodo a la URSS.

GGM elogia asimismo el hecho de que todos tuvieran alimentación, salud y educación, más vivienda, gratuitas. Algunos con más privilegios y dachas (casas o parcelas de agrado privilegio de la nomenclatura o dirigencia).

Uno puede seguir las palabras del ex canciller alemán Willy Brandt “Para qué quiero libertad de prensa  si no tengo nada que echarme a la boca. O Bertold Brecht; “El hombre anhela comer pan y no una piedra” (Weil-Brecht, Opera de los Tres Centavos).

Leemos en este libro una frase inolvidable: “Mas colas para la lotería que para el pan. Ocurrió en Hungría.

Es una obra  diferente de Gabriel García Márquez porque no dispara hacia un solo lado. Es curioso pero describe que en la carretera hacia Berlín desde Frankfurt en la que se pasaba solo por territorio dominado por la URSS,  se veían letreros camineros con un Konrad Adenauer con aspecto de Drácula como para demostrarles a los habitantes de la RDA lo monstruoso del sistema de la Republica Federal.

Falla Gabo cuando predice que si en 50 años se reúnen los dos Berlín, habrá un estallido social.  Nada de eso ocurrió.

Otro error de Gabo es la crítica a la existencia de la destrozada catedral de Berlín por culpa del bombardeo en 1945. Lo cierto es que la mantuvieron en ese estado los propios alemanes no como un espejo de lo que podría ser el comunismo,  sino como un  homenaje a sus caídos.

Y un monumento al nunca jamás una nueva  guerra.

Fui testigo cuando ocurrió 30 años más tarde lo del muro, y fue pacifico. Poco a poco el lado oscuro, el de la RDA,  fue adquiriendo valor, belleza y hoy en día es difícil distinguir, salvo por algunos terrenos baldíos, cual Berlín fue de Ullrich y cual de Brandt.





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