Más allá de la solvencia técnica de su estilo y la crítica a la modernidad, La Gran Belleza es ante todo, un rabioso poema enamorado a la ciudad de las ciudades, que termina formulando un rescate del viejo ideal romántico del poeta: contemplar los “escasos e inconstantes destellos de belleza” en situaciones cotidianas, para nada extraordinarias, esperando lo que pasa cuando nada pasa, mientras nos pasa eso, la vida.