Aniversario del FPMR: A la dictadura no se la derrotó solo con un lápiz

Su rol en el fin de la dictadura ha sido silenciado por la historia oficial, tal como el de miles que enfrentaron con piedras a los militares en las poblaciones. Sin esos sujetos sociales, se ha construido una versión funcional a la política cupular que ha gobernado el país durante los últimos 25 años.

Su rol en el fin de la dictadura ha sido silenciado por la historia oficial, tal como el de miles que enfrentaron con piedras a los militares en las poblaciones. Sin esos sujetos sociales, se ha construido una versión funcional a la política cupular que ha gobernado el país durante los últimos 25 años.

“Con un lápiz y un papel derrotamos a Pinochet”. Esta afirmación de Ricardo Lagos resume la forma en que la transición construyó la versión histórica sobre cómo se combatió a la dictadura. Al hacerlo, se ha desvinculado al evento puntual del plebiscito de 1988 del proceso de luchas de los 15 años anteriores y, más funcional aún, ha contribuido a que un grupo de dirigentes –los del plebiscito- gobernaran sin la participación activa de los millones de chilenos que los pusieron ahí.

Si se tiene en cuenta que la reflexión histórica siempre tiene como propósito ayudarnos a comprender el presente y el futuro, es preciso decir, respecto a ese periodo, que la salida de Pinochet de La Moneda fue obra de acciones multitudinarias y diversas, complementarias aun cuando discreparan sobre el país de después, realizadas en su enorme mayoría por personas que no pensaban en cuotas de poder para sí, sino en la conquista de la libertad y en la construcción de una nueva sociedad.

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Entre ellos, los luchadores populares que el 14 de diciembre de 1983 iniciaron acciones contra el régimen bajo el nombre Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Esta organización, formada por jóvenes comunistas y que tenía como objetivo apurar la caída de la dictadura, se había fraguado desde bastante tiempo atrás con la Política de Rebelión Popular de Masas del PC, pero al presentarse públicamente en ese año de enormes movilizaciones sociales pretendía sumar golpes, en lo militar, a los que las protestas ya habían dado a la tiranía.

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Su hipótesis era que Pinochet nunca entregaría el poder por su propia voluntad. A juzgar por la ya acreditada tentativa de autogolpe de la noche del 5 de octubre de 1988, el diagnóstico era correcto.

El año pasado, el presidente de la Democracia Cristiana, senador Ignacio Walker, afirmó respecto a ese periodo que “esa política militar y paramilitar que fue proclamada oficialmente por el PC no hizo más que servir de pretexto a la dictadura de Pinochet para ejecutar mayores acciones represivas”. La evidencia dice lo contrario: los años donde las violaciones a los derechos humanos alcanzaron su punto más alto fueron, precisamente, aquellos donde no hubo ningún atisbo de resistencia. Por lo tanto la aparición del Frente fue una consecuencia, no un antecedente, de la represión desatada. Menos aún cabe aceptar la deleznable justificación que dio la dictadura para el asesinato de chilenos inocentes, como represalia a las acciones del Frente.

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Pero hay otras cosas que tampoco se dicen. Por ejemplo, que el diálogo político abierto por la dictadura al nombrar a Sergio Onofre Jarpa ministro del Interior en 1983, y que tuvo a la Democracia Cristiana como principal contraparte, jamás se hubiera producido sin el multitudinario ánimo de desobediencia civil en el país. En aquellas jornadas había en los hechos una complicidad entre las acciones del Frente y las protestas poblacionales, puesto que los apagones protegían más de la represión a los manifestantes. Tampoco se hace suficiente mención a que el atentado a Pinochet –diferencias políticas aparte- derrumbó en los hechos la idea de la invulnerabilidad del régimen, y por lo tanto despejó las condiciones para una salida política a través del plebiscito, aun cuando esa acción terminó por romper la relación entre el Frente y el Partido Comunista.

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En el análisis de los posibles escenarios posteriores a la dictadura, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez planteaba que si ésta no era derrotada en el ámbito de la política y en el ámbito de la fuerza, la negociación con sus autoridades perpetuaría el modelo de sociedad injusto construido por el régimen. El paso del tiempo permite reconocer que ésa tampoco fue una idea peregrina.

Por cierto, no es posible proponerse una sola mirada histórica que abarque lo que fue el Frente en los ‘80, puesto que, además de sus quiebres políticos y la caída de muchos de sus militantes, hasta el día de hoy persisten entre quienes lo integraron diferentes apreciaciones. Pero sí debe decirse que sin su acción de resistencia, tal como la de millones de jóvenes y pobladores, Pinochet se hubiera perpetuado en el gobierno.

En ese sentido, la transición tiene una deuda con ellos. El periodista Juan Cristóbal Peña nos recordaba, a propósito de su libro “Los Fusileros” sobre el atentado a Pinochet, que todos los militantes pagaron un alto costo por su compromiso. Ninguno de ellos logró una sólida posición personal, económica o social en el Chile de la post-dictadura. Al revés, fueron considerados un lastre por las nuevas autoridades y hasta el día de hoy viven en una suerte de nebulosa social.

Imagen que encabeza el libro "Los Fusileros"

Imagen que encabeza el libro “Los Fusileros”

Este nuevo aniversario del Frente Patriótico Manuel Rodríguez nos da una nueva oportunidad de mirar con honestidad nuestro pasado, lo cual pasa, en primer lugar, por reconocer que el lápiz y el papel fueron un paso más de un proceso de lucha diversa, donde los combatientes también hicieron un aporte. Y, en un plano más general, aprender de la historia que solo la movilización social produce transformaciones, mientras que la política cupular tiende a perpetuar el statu quo.





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