Indefinición que privilegia discurso de la derecha

Una clara señal de la confusión ideológica del gobierno fue la entrevista que Michelle Bachelet concedió al diario La Tercera y que fue publicado el domingo pasado. En pocas palabras, la Presidenta trata de “nunca quedar mal con nadie”.

Una clara señal de la confusión ideológica del gobierno fue la entrevista que Michelle Bachelet concedió al diario La Tercera y que fue publicado el domingo pasado. En pocas palabras, la Presidenta trata de “nunca quedar mal con nadie”.

La Presidenta Michelle Bachelet se encuentra en la incómoda posición de ser —para tomar prestada una expresión popular— el jamón del sándwich.

La izquierda resiente que la mandataria no aproveche la mayoría que tiene en el Congreso para llevar adelante las reformas comprometidas en su campaña, mientras que la derecha la acusa —arrojando cifras de doble lectura sobre la economía, las inversiones privadas y la seguridad ciudadana— de llevar al país al precipicio.

Como el ADN de la Concertación recorre el ideario político de Michelle Bachelet, ante la duda en el diagnóstico, La Moneda parece haber optado, una vez más, por girar hacia la derecha. De hecho, en rigor las administraciones de la Concertación han sido gobiernos de centro-derecha al estilo europeo. O tal vez un poco más a la derecha aún de Angela Merkel en Alemania o Nicolás Sarkozy en Francia.

Una clara señal de la confusión ideológica del gobierno —ideología, una palabra que desde la dictadura equivale a invocar a Lucifer, como si las transformaciones económicas y políticas de Pinochet y sus asesores civiles en estos temas no hubiera estado impregnado de una profunda ideología— fue la entrevista que Michelle Bachelet concedió al diario La Tercera y que fue publicado ayer.

En pocas palabras, la Presidenta trata de “nunca quedar mal con nadie”. Afirma que en su frase “realismo sin renuncia” lo importante fue la segunda parte: “sin renuncia”. Es decir, en la medida de lo posible la agenda de reformas del gobierno se llevará adelante. “Parece que algunos leyeron sólo la palabra ‘realismo’ y no escucharon el ‘sin renuncia’”, afirmó.

Lo curioso es que justamente sus ministros del Interior y de Hacienda (Jorge Burgos y Rodrigo Valdés) pertenecen a los que evidentemente no escucharon la segunda parte de su ya famosa frase. Y así, una vez más, la Presidenta aplica una cierta gimnasia intelectual para hacer cuadrar el círculo. En otras palabras, la necesidad de la mandataria de ser querida por todos, o al menos por muchos, sigue siendo un motor emocional clave de su liderazgo.

Pese a ese caramelo retórico que ofreció a la base de sus votantes —el “sin renuncia” es igual o más importante que el realismo”—, Michelle Bachelet fue incapaz de identificar con nombre y apellido a los contrarios a su programa de reformas. Frases como “hay personas que no quieren que haya cambios en este país” o “puede haber elementos que generen incertidumbre en algunos sectores… pero tampoco creo justo… asegurar que (el programa de gobierno) es el factor principal del bajo crecimiento”, pero sin identificar quiénes son esas personas o esos algunos sectores, mantiene en suspenso el necesario enfrentamiento ideológico sobre el futuro inmediato de Chile (enfrentamiento lo que no tiene nada de malo; ello forma parte de una democracia sana).

Pero echarle la culpa de todos los males políticos, o al menos indefiniciones políticas, a La Moneda no es del todo justo. La coalición de partidos que está detrás del gobierno se ha convertido en un enjambre difícil de controlar. Como afirma un editorial de El Mercurio de ayer, “la magnitud de las diferencias entre los miembros de la Nueva Mayoría es tal que resulta ya imposible la elaboración de una plataforma o paraguas común”. Ese diario, que representa los intereses permanentes de la derecha chilena, más allá de los partidos de ese sector, tiene esta vez razón. Entre la Democracia Cristiana y el PPD (por no mencionar al Partido Comunista) existe hoy un abismo enorme. El debate en torno al aborto terapéutico —que existió hasta 1989 y que fue introducido nada menos que por el gobierno de Eduardo Frei Montalva en los años 60— es una ilustración evidente.

Sin embargo, existen temas más sensibles para la coalición gubernamental. Tras la muerte el viernes pasado del ex jefe de la DINA, Manuel Contreras, el Partido Socialista encabezado por Isabel Allende se indignó que éste muriera siendo general, vestido con el uniforme de gala correspondiente antes de ser incinerado. Ahora, ese partido de gobierno quiere ponerle suma urgencia a un proyecto de ley para degradar a uniformados condenados por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Pero, ¿por qué no lo hizo antes? Después de todo, el Mamo Contreras estaba en el Hospital Militar, agonizando, desde septiembre del año pasado. Tuvieron 11 meses para presentar ese proyecto legislativo.

Si bien la derecha permanente —encarnada por El Mercurio, La Tercera, la Sofofa, la CPC y el CEP, entre otros— se ha aprovechado de la baja popularidad de la mandataria para imponer su visión-país, a pesar de que la derecha política está por los suelos, lo cierto es que este sector recibió, desde el comienzo del segundo gobierno de Michelle Bachelet, el apoyo indirecto de los sectores más conservadores de la Concertación. Desde marzo de 2014, pro-hombres de la vieja Concertación como José Joaquín Brunner, Genaro Arriagada, Andrés Zaldívar, Jorge Marshall, e incluso los “más jóvenes” como Eduardo Engel, Andrea Repetto y Jorge Insulza, han prestado “ropa” a las visiones más derechistas (en el sentido europeo, no chileno) sobre la política de desarrollo del país.

En definitiva, el segundo gobierno de Michelle Bachelet ya tiene todos los elementos para ser el sexto gobierno de la Concertación (y eso incluye, incluso, al de Sebastián Piñera). Es decir, un gobierno de consensos que tiende a girar hacia la derecha permanente, la de los empresarios. Aguar la reforma laboral cuenta con el apoyo transversal de la elite política. No tocar el sistema privado de pensiones también, a juzgar por las conclusiones preliminares de la llamada “comisión Bravo”, que no sólo no le arrebata poder económico a los gestores que financian a las grandes empresas, sino que pretende otorgarle aún más fondos al aumentar la edad de jubilación. Tener una AFP estatal es como tener al BancoEstado: un actor de mercado más que, al tener el apellido de “Estado”, enmascara una supuesta mayor equidad.

Al final, pese al plebiscito de 1988, pese a las victorias de una supuesta centro-izquierda durante gran parte de un cuarto de siglo, la derecha permanente sigue mandando en Chile.





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