Es curioso cómo la elite de Chile -sea la empresarial, la política, la eclesial, la militar o la futbolística- coincide en un diagnóstico: gran parte de los males que los aquejan proviene de la prensa. O de filtraciones de prensa orquestadas por fiscales que desconocen las formas caballerescas y tradicionales de obrar en nuestra República.
El episodio más reciente fue la renuncia la semana pasada de Pablo Longueira a la UDI. El ex general del gran partido pinochetista (porque la jerarquía política de Longueira es mucho mayor a la de un coronel) se sintió injustamente tratado por fiscales y la prensa, acusando entre líneas ser víctima de un asesinato de imagen. Fue la misma estrategia que ocupó su colega Jovino Novoa, pero también el otrora hombre de confianza de Ricardo Lagos, Carlos Ominami, o el ex candidato presidencial Marco Enríquez Ominami.
Y es el mismo discurso que utilizan los grandes empresarios, que se quejan amargamente porque la prensa los mete a todos en el mismo saco, a pesar de que los casos de abusos son, a juicio de ellos, aislados. ¿Aislados? Una breve y reciente lista incluye la colusión de las farmacias, la de los pollos, el caso La Polar o Johnson, por no hablar de Penta, Soquimich, el financiamiento político de compañías como el BCI, la incestuosa relación entre el Grupo Luksic y la Concertación, Corpesca, los abusos ambientales de Agrosuper, la colusión de la Papelera de Los Matte.
Y, probablemente, muchas otras colusiones y abusos que aún no se han revelado, entre ellos seguramente la de las grandes inmobiliarias (casi todos los chilenos nos preguntamos por qué los precios de las viviendas no paran de subir, y nos contestan que son las leyes de mercado, de una demanda que supera la oferta; es decir, no muy distinto a lo que se decía en Estados Unidos poco antes de que estallara la llamada crisis “subprime” en 2008 que, precisamente, se originó en el mercado inmobiliario).
Lo extraño de esta defensa corporativa de la elite es que la prensa chilena, al menos la oficial, nunca ha querido ser un “cuarto poder”, nunca ha querido investigar mucho. Es más, los medios tradicionales son pro-modelo económico, conservadores y derechistas. Es decir, han estado históricamente alineados con los Longueira, los Ominami, los Matte y los Luksic y con las grandes empresas en general. Es más, en estos meses han sido, en especial El Mercurio, la punta de lanza de la candidatura presidencial de Ricardo Lagos, un hombre que sólo entusiasma a la propia elite cuestionada, pero a casi ningún ciudadano de a pie. Entonces, ¿cómo se explica ese discurso de atacar a aliados históricos?
La explicación más simple es que sencillamente no saben a quién cargarle la culpa, y la prensa siempre es un culpable fácil. Después de todo, la credibilidad de los noticiarios de TV y de los periodistas en general, es muy baja.
Resulta casi tragicómico cómo los próceres y arquitectos del Chile de los últimos 25 años ahora tratan de manera desesperada de cargarle el muerto a la prensa y a la fiscalía, cuando fueron ellos mismos los que crearon el actual paisaje de medios en nuestro país, a costa de sacrificar en los años 90 a la prensa independiente y crítica. Fue Eugenio Tironi, siendo secretario de Comunicaciones del gobierno de Patricio Aylwin, quien habría acuñado la frase “la mejor política comunicacional es no tener política comunicacional”.
Un pensamiento que fue absolutamente funcional a que las leyes del mercado dictaran la pluralidad de expresión. Y, a estas alturas, ya sabemos que en Chile no existen políticas pro-mercado, sino pro empresas. Y así, se entregó en bandeja a los empresarios e ideólogos de derecha gran parte de los medios de comunicación de nuestro país.
En abril de 2001, el entonces Presidente Lagos estaba en Quebec, Canadá, participando de una conferencia hemisférica. El periodista que escribe esta columna le hizo una pregunta incómoda en medio de una improvisada conferencia de prensa. Lagos le dijo: “Aprenda de la seriedad de medios como el New York Times o Washington Post”. Ante ello, el periodista le respondió: “Presidente, debe darse con una piedra en el pecho que en Chile no seamos tan serios como esos medios, que no investiguemos tanto, ni podamos ser tan independientes, de lo contrario usted estaría en una posición mucho más vulnerable”. Era la época del escándalo Mop-Gate. Ese intercambio casi termina a puñetazos con un asesor de prensa de la presidencia.
¿Qué se quiere decir con todo esto? Entre todas las transiciones que el país ha tenido en los últimos 25 años, incluyendo el tema militar, los derechos humanos, una mayor democratización de nuestras instituciones, el único ámbito en el que se ha avanzado poco o nada es precisamente el de la prensa. Ciertamente, hay medios loables que diariamente hacen esfuerzos por romper con el duopolio conformado por la elite y la prensa tradicional, como lo es este mismo medio. Sin embargo, aún estamos a años luz de contar con una prensa verdaderamente inquisitiva, como las que, ironías de la historia, existieron incluso en los años 80 durante la dictadura.
Entonces, la próxima vez que un político, empresario, cura, militar o futbolista se queje de la “mala prensa” que recibe, piénselo dos veces: No es mala prensa, es mala conducta.