La dura realidad de la migración haitiana en Chile

Durante este 2016, más de 10 mil haitianos llegaron al país. Principalmente, se asentaron en Quilicura, comuna que ha debido implementar un programa social para su integración. Sin embargo, el desafío que impone su arribo es evidente: la modificación de la legislación nacional y la erradicación del racismo.

Durante este 2016, más de 10 mil haitianos llegaron al país. Principalmente, se asentaron en Quilicura, comuna que ha debido implementar un programa social para su integración. Sin embargo, el desafío que impone su arribo es evidente: la modificación de la legislación nacional y la erradicación del racismo.

Haití posee más de ocho millones de habitantes. Es el país más pobre de América, la mitad de su población vive sin acceso al agua potable, la cesantía supera el 80 por ciento, tiene una de las mayores tasas mundiales de contagiados con VIH-Sida. Ha sido invadido por el cólera, la violencia armada, la inseguridad y desprotección de los civiles. Últimamente sus mujeres son víctimas de casos de abusos sexuales cometidos por los “cascos azules” de la ONU.

Así es la nación de donde provienen las casi 200 personas que llegan a Chile diariamente. De las 300 que arribaban en 2008, la cifra creció a cerca de 10 mil haitianos en lo que va del presente año, según datos del Departamento de Extranjería.

Quilicura es la comuna preferida para residir por los migrantes, debido principalmente a los bajos costos en arriendo de habitaciones.

Su alcalde, Juan Carrasco Contreras, relata la serie de acciones tendientes a consolidar una política local de migración, con el fin de evitar el incentivo a la exclusión, la vulneración y discriminación social e institucional: “Contamos desde hace 6 o 7 años con un servicio municipal de migración. Para poder llegar a salud y a educación, tenemos mediadores en consultorios y en algunos colegios donde hay la mayor cantidad de niños haitianos. Somos reconocidos por ACNUR por ser una comuna solidaria. Además, tenemos el reconocimiento del Ministerio del Interior como Sello Migrante, que valida las prácticas que tenemos en relación a la integración”, detalló.

Wilder Darseling de 34 años, migrante haitiano que trabaja en la construcción, relata los conflictos que afectan a su comunidad en nuestro país. Especialmente, la discriminación por color de piel y la barrera idiomática que impide el acceso a las consultas en salud, educación y trabajo. “Por el color, por dónde venimos, por donde somos, por no hablar el idioma, hemos recibido mucha discriminación principalmente en las escuelas. Hay niños que sufren bullying diariamente en el colegio, porque los negros no somos diablos, seremos pobres, pero no somos diablos, no somos malos. En mi caso, donde vivo hay una señora que es racista, recibo palabras al aire, gestos, pero eso ya no molesta, porque estoy acostumbrado”, indicó.

El profesor adjunto del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, Rolando Poblete Melis, comentó que la comunidad haitiana en Chile corresponde sólo al 0,8 por ciento del total de las migraciones que se han producido en el último tiempo.

En este sentido, el académico manifestó que Chile tiene una legislación migratoria que no está actualizada. “La normativa es del año 75, hecha en dictadura, en el marco de la doctrina de la seguridad nacional y, por tanto, es restrictiva al ingreso de extranjeros. Más bien lo que hace es instalar la sospecha al extranjero, desde ahí una serie de trabas administrativas para dificultar la llegada de personas de otra nacionalidad al país. No dialoga con las conversiones de Derechos Humanos que Chile ha ratificado”, puntualizó.

Por otro lado, el profesor adjunto del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, Rolando Poblete, agregó que llegará un punto que la población chilena envejecerá tanto que necesitará de más extranjeros.

Mientras, seguimos a la espera de una política migratoria actualizada, que oriente el desarrollo de políticas públicas con enfoque en Derechos Humanos en los distintos ámbitos del bienestar, las experiencias cotidianas en los gobiernos locales van varios pasos por delante y son parte activa en la solución de los desafíos que plantea la migración.





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