Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 19 de abril de 2024


Escritorio

Fatuos y Sabios

Columna de opinión por Argos Jeria
Lunes 5 de abril 2010 10:59 hrs.


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En nuestra infancia comenzamos por asociar cosas con sonidos e imágenes que luego se convierten en palabras con significado. Hablar, leer, escribir, sumar y restar son la antesala a las multiplicaciones, las divisiones y la gramática. Y partimos por el eterno camino del conocimiento, escuchando a otros, siguiendo pautas y libros de texto, investigando, preguntando, viendo TV y leyendo la prensa. Se ha convertido en un lugar común decir que el conocimiento es hoy la principal fuente de riqueza de una nación; la especialización y el postgrado se desarrollan sobre esa idea. Poco se ha hablado, sin embargo, de la relación que los individuos tenemos con el conocimiento. Permítame presentarle un modelo – una representación simplificada del proceso de conocer – que  puede ayudar a entender algunas cosas. Tome un papel y un lápiz.

Imagine que el conocimiento es un plano infinito representado por ese papel. Dibuje un círculo más bien pequeño cuya área representará lo que alguien sabe cuando tiene, digamos, cuatro años: los nombres de las cosas, los números, lo que consigue una sonrisa. Mediante aprendizaje formal (la escuela) e informal (el resto) el círculo crece conteniendo al anterior. Puede dibujar sucesivos círculos concéntricos que representan, por ejemplo, lo que ha aprendido a los quince – las metáforas, el roce de una piel – y a los treinta, cuando ya tiene una profesión u oficio y los éxitos y fracasos se van convirtiendo en experiencia. Aunque no sabemos los tamaños relativos de los círculos, ya tiene un modelo simple que, al igual que el modelo corpuscular de la luz mediante bolas de billar (que ilustra la igualdad entre los ángulos de incidencia y reflexión), permite visualizar un par de cosas. Por ejemplo, que los primeros círculos son bastante parecidos entre las diversas personas, lo que podría explicar por qué tomamos una actitud algo soberbia cuando notamos que – en etapas posteriores – nuestro círculo comienza a crecer más que el de otros. Pareciera que en esa nueva etapa asignamos gran importancia a la velocidad de crecimiento del área que representa nuestro conocimiento adquirido.

Pero el modelito también nos muestra que la longitud de la circunferencia que delimita al círculo también crece con el tamaño. Esa circunferencia representa el límite entre lo que sabemos y lo que no sabemos; es decir, mientras más sabemos mayor es la percepción de la cantidad de cosas que ignoramos. La forma en que miramos esa frontera marca una diferencia fundamental, incluso entre quienes han tenido la fortuna de acceder a los niveles más altos de instrucción o quienes contribuyen al conocimiento desde la investigación científica; hay quienes se quedan (ad)mirando la velocidad de crecimiento de su propio saber y el tamaño de su círculo, y hay quienes se maravillan de saber tan poco sabiendo tanto. Puesto de otra forma, los primeros miran hacia adentro y los segundos hacia afuera: los fatuos y los sabios.

Antes de que usted lo haga notar permítame agregar que hay muchas cosas importantes que el modelito presentado no permite abordar. Por ejemplo, por qué querría uno aumentar su conocimiento. También en esta dimensión me parece detectar diferencias entre los individuos, pues hay muchos que miran el conocimiento como inversión de tiempo y energías hoy para un mayor ingreso monetario en el futuro. Otros lo miran como una herramienta para entender mejor las cosas. Usted dirá que ambas visiones van de la mano; tal vez. Pero el énfasis puesto en la primera cría cuervos; puesto en la segunda, se busca el Bello Sino.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.