Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 29 de marzo de 2024


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Palabra de Dios

Columna de opinión por Wilson Tapia
Miércoles 28 de abril 2010 12:42 hrs.


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Cuánto más fácil es hablar de política humana.  La política divina se le escapa de las manos a los seres terrenos como yo. Sin embargo, de vez en cuando no hay alternativa.  Y es allí donde se empieza a entender que no hay diferencia. Que tanto la una como la otra la hacen humanos o humanoides -depende de la profundidad a que lleguen o del lodazal en que se metan-. Y que eso de divino es una herramienta de poder que utilizan algunos.  Porque Dios no es mundano.  Por lo tanto, es imposible verlo con tales ojos o comprenderlo con esos esquemas mentales.

Y así, quedamos frente a las debilidades, a los juegos de poder, al aprovechamiento de las circunstancias, a la búsqueda del éxito al costo de utilizar a la divinidad.  Es lo que hace pensar esta ola de denuncias acerca de los abusos sexuales de curas en todo el mundo. La situación es atroz de por sí.  Generalmente son niños los dañados.  Y con el agravante de que sobre ellos se ejerce un poder que obnubila.  Que les hace ver las aberraciones a que se los somete como una prueba más para acercarse a la divinidad.  Hasta allí, la revisión cruel de una condición humana enferma.  Pero hay más.  Es la enfermedad de la institución.  De una Iglesia Católica que reacciona con sentido corporativo y esconde bajo la alfombra la mugre que la emporca desde hace decenios, tal vez centurias.

El caso del carismático sacerdote Fernando Karadima Fariña (80) lo destapó ahora el New York Times.  El Chile, las denuncias las conocía la Iglesia  -por lo tanto el Vaticano- desde 2005. Se optó por el silencio. Y es tanta la seguridad con que abordan el tema y la confianza que creen les tienen sus fieles -por algo los llaman así- que en medio del escándalo mundial, el cardenal Francisco Javier Errázuriz se permitió una ligereza. Consultado sobre los abusos sexuales de curas en Chile, respondió: “Gracias a Dios, son poquitos”.  Ya se conocen 20 casos.  Como si uno no bastara.

Esa es una liviandad que irrita.  Como si cuando es un sacerdote el que abusa, tuviera licencia para que su delito sea “un poquito” delito nomás. Y el caso Karadima es la exaltación que faltaba.  Se trata de un sacerdote con un considerable peso en sectores pudientes de la sociedad chilena. Además, es uno de los pocos que ha logrado engrosar las alicaídas vocaciones sacerdotales.  Y entre los curas que el formó -más de una cincuentena-, hoy hay cinco prelados -Andrés Arteaga, obispo auxiliar de Santiago; Horacio Valenzuela, obispo de Talca; Juan Barros, obispo castrense; Tomislav Koljatic, obispo de Linares, y Felipe Bacareza, obispo de los Ángeles. Todos representantes de posiciones conservadoras dentro del clero. La influencia de Karadima, ya considerable durante la dictadura, se vio acrecentada con la instalación de los Legionarios de Cristo en Chile, en la que colaboró eficientemente.

La investigación recién ha comenzado. Y pese a que hasta que se pruebe lo contrario Karadima sigue siendo inocente, las presunciones en su contra con abrumadoras. El sacerdote jesuita Antonio Delfau, director de la revista Mensaje, se muestra sorprendido. Le cuesta entender que después de casi cinco años de las primeras denuncias, no haya habido ningún movimiento en la investigación.  Y que tuviera que haberse desatado el escándalo a nivel mundial para que en Chile saliera a relucir este caso que parece será emblemático. Tal vez el más interesado en apurar las cosas debiera haber sido el acusado. La inocencia tendría que haberlo impulsado a lavar su honor.  No fue así.  Hoy Karadima se escuda en el silencio, recluido en la casa reposo de la parroquia de El Bosque. Y, paralelamente, su defensa jurídica suma a una de las voces más reputadas del foro, el abogado Luis Ortiz Quiroga.

Por el linaje del personaje involucrado, aún hay otras aristas. Manuel José Ossandón, alcalde de Puente Alto, salió en defensa de su mentor espiritual. El destacado militante de Renovación Nacional (RN) afirmó que la Iglesia está usando a Karadima para lavar su imagen.  Lo que, de inmediato, fue calificado de “infamia” por el presidente de la Conferencia Episcopal, el obispo Alejandro Goic. Fue un cruce de espadas entre dos tendencias contradictorias dentro de la Iglesia.

El “caso Karadima” también es utilizado para afianzar posiciones en la jerarquía eclesiástica.  Se espera que en julio se conozca al reemplazante del cardenal Arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz. La terna de la que saldría ese nombre ya fue enviada a Roma.  La compondrían, según fuentes cercanas a la Iglesia, Juan Ignacio González, obispo de San Bernardo (Opus Dei, 53), Alejandro Goic (diocesano, 70) y el arzobispo de Concepción Ricardo Ezzati (salesiano, 68).

El obispo González ya comenzó a poner distancia del caso Karadima.  Afirmó que las denuncias de las víctimas, propaladas en un programa de TV, eran “testimonios verosímiles, creíbles”. Es una forma de mostrarse confiable al alinearse con la nueva postura del Vaticano respecto de los abusos sexuales. Esta es, denunciar, investigar y castigar.

El papado comprendió que no puede seguir ocultando lo que el propio pueblo católico condena. Y espera que aún sea oportuno, ya que el mayor costo lo tendrán que pagar Juan Pablo II y Benedicto XVI.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.