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La culpa de los periodistas

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Martes 13 de julio 2010 16:24 hrs.


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“El periodismo requiere de una voluntad de testigo acucioso, incorruptible, apasionado por la verdad. No es un simple medio de vida, es una manera de mirar la vida”, ha dicho Tomás Eloy Martínez. Una sentencia que sólo entendemos nosotros, los periodistas, porque de otro modo no se darían situaciones tan vergonzantes como el despido reciente de quien fuera por más de 20 años la redactora jefe para Medio Oriente de la cadena estadounidense CNN, Octavia Nasr. Otra víctima más de la pulsión adictiva del twitter, quien la semana pasada escribió apenas supo de la muerte del ayatollah Mohammed Hussein Fadlallah, uno de los personajes más influyentes del Islam chiíta, la fatídica frase: “Es triste su muerte…es uno de los gigantes de Hezbollah a quien respeto mucho”.

Fueron 140 caracteres, que son los que permite este acotado, pero tremendamente  globalizado medio de comunicación, los que sepultaron la larga trayectoria de la periodista de ascendencia libanesa. Olvidó la perspicaz periodista que su país está en guerra y que tenía desde hace cinco años en su lista negra sindicado como un terrorista a esta alta figura islámica. No fueron suficientes las explicaciones que debiera dar a través del blog de la cadena televisiva ya que cuatro días más tarde fue despedida.

Y claro, en el resto de los medios de comunicación del mundo, como en Chile, la noticia ocupó un par de párrafos donde se aludía a la frase twitteada y se dejaba sentado que el personaje fallecido y respetado por la profesional había sido uno “de los mentores  espirituales de Hezbollah”, cuestión que fue negada tanto por él mismo como por el grupo militante. La periodista aclaró que su admiración hacia el ayatollah Fadlallah radicaba en su “postura contraria y pionera entre los clérigos chiítas sobre los derechos de las mujeres y la advertencia a los hombres musulmanes de que el abuso en contra de ellas era contrario al Islam”.

La cadena estadounidense explicó que el despido obedecía a la pérdida de credibilidad de quien había sido su editora para asuntos del Medio Oriente. ¿Qué hubiese sucedido si la periodista en vez de haber manifestado su dolor por la muerte del ayatollah Fadlallah hubiese celebrado la muerte de este enemigo de los intereses de Estados Unidos? ¿No habría perdido acaso también su credibilidad, no profesional, pero sí moral? Pero jamás habría sido despedida.

Tantas veces escuchamos los periodistas las quejas de los  ciudadanos respecto de nuestro trabajo y compromiso. Sin embargo, no reparan que en el medio chileno disponemos de escasos medios que a su vez tienen dueños, que no son periodistas y que éstos son para ellos su negocio, no un espacio necesariamente de diversidad informativa. ¿No se pregunta usted acaso qué pasa en cualquier medio cuando un periodista es despedido por hacer uso de su libertad de expresión? La autocensura se impone en el resto de los profesionales como un manto invisible, pero efectivamente amordazador.

No es fácil ser periodista hoy, juzgue usted.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.