Abriendo las alamedas

  • 24-08-2010

Con sus movilizaciones, los estudiantes secundarios y universitarios llaman la atención del país y las autoridades respecto de la inequidad de nuestra educación y la responsabilidad que el Estado debe asumir para garantizarles a todos una instrucción de calidad. Nos advierten sobre una situación que también compromete a sus padres, maestros y, por cierto, a todas las instituciones de enseñanza. Sin embargo, en la práctica, son sólo ellos los que salen a las calles, se toman sus establecimientos y sufren la drástica represión de las fuerzas policiales.

Si en las democracias serias el pueblo no tiene que pedirle permiso a las autoridades para movilizarse y protestar por medios pacíficos, aquí en Chile la principal avenida  y el barrio cívico de la Capital están vedados para la circulación de los manifestantes.  Mientras que en las democracias sólidas, las policías se despliegan para resguardar la seguridad de quienes protestan, en nuestro país los carabineros, los agentes de civil y los provocadores contratados copan desde las primeras horas de la mañana los espacios escogidos por los jóvenes y los trabajadores para reunirse y marchar. Esperándolos, como se sabe,  con lumas, gases lacrimógenos y carros lanza guas y un despliegue enorme de agentes  que a veces hasta supera en número a los convocados. Han transcurrido más de 20 años desde el término de la Dictadura, pero las prácticas represivas siguen plenamente vigentes y se expresan a lo largo y ancho de todo el país, militarizando la Araucanía, aplicando la Ley Antiterrorista y aplastando toda forma de descontento social.

En tanto todo esto ocurre, la televisión y los grandes medios escritos ignoran las demandas populares o las estigmatizan con imágenes trucadas y sacadas de contexto. Otra vez uniformada, grotesco nos parece el silencio de la prensa ante la huelga de hambre de los presos políticos mapuche, protesta que ya se extiende por casi dos meses  y arriesga dramáticamente la vida de quienes no hacen más que luchar por sus derechos reconocidos universalmente. Del mismo modo en que se constituye en un grave atentado a la ética profesional  la emisión de reportajes televisivos en que se condena ante la opinión pública a detenidos y procesados sin que los Tribunales hayan corroborado las graves imputaciones que se les hacen desde el Ministerio del Interior y ciertas fiscalías.

En toda nuestra vida republicana han sido los estudiantes y los trabajadores los primeros en reaccionar frente a las injusticias sociales y los abusos del poder, pero sus movilizaciones llegan a ser plenamente efectivas cuando el conjunto de la sociedad civil toma conciencia y resuelve sumarse a  estas protestas. De esta forma, desde el alzamiento de los secundarios en su “Revolución de los Pingüinos”  la sociedad en su conjunto sigue en deuda con la causa de los estudiantes que, por supuesto, es también la de los maestros, padres y apoderados y la nación toda.

No es justo observar las movilizaciones desde los balcones.  Menos, todavía, enterarse de éstas por los sesgados medios de comunicación. Se hace preciso acompañar las marchas estudiantiles y convertirlas en manifestaciones tan masivas y contundentes que inhiban la represión policial y obliguen a las autoridades a abrir las puertas del diálogo y el cambio. Para los jóvenes cualquier dilación es fatal para su porvenir; tienen asumido que las erradas estrategias educacionales  han convertido a Chile en uno de los países más desiguales de la Tierra y nos ponen ante un escenario de nuevos y más dramáticos escenarios de confrontación y violencia.

Hoy como ayer,  es necesario que los jóvenes se encuentren en la calle con sus maestros y familiares, confluyendo también con las demandas de los millones de trabajadores que sufren los efectos de las políticas de discriminación que los herederos de Pinochet  finalmente sacralizaron en la economía, los acotamientos del sistema electoral  y el sindicalismo cooptado.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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