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Escritorio

El Nobel a un escritor político

Columna de opinión por Hugo Mery
Jueves 7 de octubre 2010 19:54 hrs.


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Resulta imposible en las reacciones al Nobel de Literatura otorgado a Vargas Llosa disociar al escritor del político. Y esto no sólo por el oportunismo sempiterno que se adjudica a las decisiones de la Academia Sueca, sino también por los compromisos militantes tomados por este intelectual peruano y cosmopolita a lo largo de su vida. Primero como joven comunista y el año 1990 como candidato presidencial de la derecha, pasando por su ruptura con  Fidel Castro y Gabriel García Márquez –a quien le entintó un ojo- y culminando con sus denuestos a las que él llama “dictaduras populistas” de América Latina.

Pero hay otra dimensión política en la figura de Vargas Llosa que tiene que ver directamente con su literatura: la incorporación de los acontecimientos históricos a las tramas de sus novelas, al punto que la vida de sus protagonistas están más o menos ligadas a aquellos. Es lo que los otorgantes del Nobel de Literatura 2010 llamaron “su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”.

Esto debieran reconocerlo los conservadores de uno y otro extremo del espectro ideológico, y aceptar que el liberalismo del autor lo lleva a fustigar también a tiranías derechistas como la de Trujillo en La Fiesta del Chivo y la brutalidad del gobierno de Leopoldo II de Bélgica  en la colonización del Congo y la violencia contra los recolectores de caucho en el Amazonas, que son los temas de su próxima novela El  Sueño del Celta.

Con esta urdiembre político-literaria, sin duda que Vargas Llosa marcó a la generación del 60, traspasando las fronteras regionales y contribuyendo al boom de la literatura latinoamericana. Su reflejo de la vida militar en La Ciudad  y los Perros (de 1962) fue alucinante, con personajes inolvidables como El Boa, El Esclavo y Pies Dorados, reproduciéndose el éxito en el cine 23 años después, de la mano del director Francisco Lombardi.

Del mismo modo, la invocación inicial de la novela Conversación en la Catedral (de 1969) –“¿Cuándo se jodió el Perú?”- atizó aún más el descontento con su país de los jóvenes de aquella época, como lo recordó el presidente Alan García, tan rival de él como el dictador Fujimori.

En el plano de las letras, no puede desconocerse tampoco el entusiasmo del galardonado por diversos géneros, como el teatral –que lo llevó a escribir La Señorita de Tacna, que en el Buenos Aires de los ‘80 representaron Norma Aleandro y el chileno Patricio Contreras- y el periodístico, a los que se agregan ensayos y clases sobre escritores como Borges y Onetti.

Acaso tanta diversidad conspiró contra su calidad autoral a partir de los `90. Las memorias de El Pez en el Agua tuvieron aún la gracia de que los capítulos sobre su frustrada incursión electoral podían leerse saltados de aquellos referidos a la infancia y juventud, con los numerosos cambios de casa y después de país. Un ejercicio tan cómodo como el que permite la Crónica de una Muerte Anunciada de García Márquez, que puede empezar a leerse desde cualquier página. Ya La Fiesta del Chivo muestra más encomiable investigación histórica que vuelo creativo e invención literaria en la construcción de época y personajes.

Pero si Mario Vargas Llosa es hoy más bien un cultor eminente del periodismo –con artículos lacerantes como el aplastamiento  de palestinos y pacifistas extranjeros en el ghetto de Gaza y su descubrimiento de la infortunada escritora ucraniana Irène Nemirovsky, que huyó toda su vida por ser judía-, de todos modos sus novelas de la primera época bastan para situarlo en el Olimpo de los escritores, más allá de los juicios políticos que se tengan sobre él.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.