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Piñera über alles

Columna de opinión por Alberto Mayol
Martes 9 de noviembre 2010 17:42 hrs.


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No es un misterio que es éste el año más importante de la burguesía en la historia de Chile.  Momentos estelares ha tenido con anterioridad, presencias relevantes, logros enormes de conseguir la confluencia de su poder con las instituciones nacionales (sin ir más lejos, Portales). La burguesía tuvo a su favor una dictadura tan cruel como exitosa. Pero no habían tenido la virtud, el mérito, la obscenidad, de ser simplemente burguesía. No habían logrado habitar sus propias lógicas, presentarse con sus ropas, dar su propio nombre. La burguesía había articulado y dominado ya muchas instituciones: la Universidad Católica, la Iglesia chilena, el sistema educacional mercantilizado, muchos partidos políticos. La burguesía había formado, vitalizado, hecho florecer, a numerosas agrupaciones de empresarios. Y había convertido en empresas eficientes para pocos lo que otrora eran instituciones públicas, lo que eran corporaciones y toda clase de grises organismos sin el emprendimiento ni el dinamismo añorado. Pero los tiempos tienen siempre sus signos y a la burguesía le faltaba el propio: Pinochet era un militar, Guzmán un beato amante del orden. A uno y otro, tal como a muchos otros, les habitaba un dios en su alma que era distinto al dinero. Podían considerar importante la riqueza, el desarrollo de los mercados, podían prescindir cómplices de hacer algo en contra de la profecía mercantil; pero no portaban la divinidad del pragmatismo a ultranza, la mera conveniencia, no eran adalides puros del interés particular, del deseo increíble de ganar cada centavo y del bello logro de privar a otro de lo conquistado. Su alma no era la propiedad. Sus almas podían no ser mejores ni peores que las de un burgués, pero en cualquier caso no eran simplemente burgueses.

Este año la burguesía conquistó el cielo. Piñera, empresario, pragmático, especulador, llegó a gobernar Chile. Contar como recursos personales con cerca del 10% del presupuesto nacional, ser propietario de empresas estratégicas, tener objetivos conflictos de interés, haber hecho de su alma un fondo de inversión; pasaron a ser valores y no disvalores, elementos de prestigio y no de repudio o al menos sorna.  La burguesía había llegado, con sus valores, con sus engendros, a la legitimidad del voto, a la democrática conquista. La burguesía era poderosa al fin. Tenía el dinero y el Estado, miraba a todos hacia abajo. La historia parecía tener sentido, parecía tener un fin. La burguesía sobre todos, era el lema.

La ironía de la historia, que para eso porta sus astucias, es que todo momento de poder de un grupo, todo instante de consumación de un proyecto, toda gran conquista de un colectivo; tiene como contraparte la necesaria concentración en una o pocas manos de la misión histórica. En nuestro caso, la burguesía ha visto prosperar el poder de Piñera y los suyos. Con iracunda fortaleza, el gobernante ha elegido la fórmula del tirano, como en Grecia, donde ricos comerciantes, con algún elemento de nobleza, aprovechaban conflictos entre poderosos y desposeídos o momentos de despolitización para conquistar el poder por medio de su riqueza.  Ellos, como ahora,  fomentarán obras rutilantes capaces de esconder la ilegitimidad de su poder, producto de usurpaciones. Piñera ha logrado el apoyo popular, apostando a la magia de su dinero primero y al estímulo del rescate minero después.  Pero acto seguido ha mostrado las pretensiones concentradoras de poder. Como la Revolución Francesa, donde el espíritu democrático terminó en el imperialismo napoleónico; en este año parece ser que la burguesía ha logrado un triunfo resonante, pero su riesgo es que, de pronto, la única burguesía que importe sea la de su emisario, Piñera, que devenido en profeta, parece quererlo todo, controlar cada escenario, modificar las leyes para perpetuar su poder, rebajar a toda carta presidencial que no sea la propia, en fin.

En pocos meses, el burgués Piñera ha devenido en poderoso ejecutante de su voluntad y la de los suyos. Modificó personalmente el emplazamiento de una central de energía, saltándose la burocracia estatal; ha solicitado el juicio amable del pueblo a su persona frente a la objetiva y lamentable armonía de sus intereses personales con el poder que detenta (Chilevisión, LAN, Colo Colo); su tío Bernardino (ex obispo de Temuco) ha ido a declarar a favor de un fiscal militar chileno en un juicio de derechos humanos en el Vaticano, por la desaparición de un ex sacerdote, en una maniobra ineludiblemente política (¿O creeremos que un tío de un Presidente en ejercicio es lo mismo que un sacerdote cualquiera?); intervino sobre una elección en el fútbol chileno, intentando neutralizar un sujeto cuyo capital político ya le había resultado un problema (Bielsa).

La expresión del poder total es siempre el aplastar al enemigo y la multiplicación de todo aquel que es diferente en antagonista. No es raro que Piñera haya recordado en Alemania la frase prohibida del himno alemán: “Alemania sobre todo”. Lo representa de cuerpo entero. La burguesía ha tenido una conquista, pero ha durado poco. Si al final, el pragmatismo de un burgués siempre terminará transando y negociando un espacio con los poderosos de siempre y así será mejor tener cerca el cáliz y la espada. Y es que así el mundo se mueve más fácil, con dinero, con fe, con violencia.

Ya se nos viene el imperio. Piñera über alles.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.