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Protestas ¿globalizadas?

Columna de opinión por Hugo Mery
Viernes 19 de agosto 2011 17:15 hrs.


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“No sólo Chile, el mundo quiere un cambio” se leía ayer en una pancarta desplegada por los estudiantes de la Universidad de Santiago, durante la “marcha de los cien mil paraguas” en la capital.

No se puede hablar en rigor de un fenómeno de globalización de las protestas, pero lo cierto es que muchas manifestaciones se producen en estos días en países impensados, como Israel y China, aparte de los europeos y del norte de África. Y si bien cada movilización está impulsada por fuerzas propias y específicas, “la mala situación económica, la desigualdad y la falta de oportunidades para los más jóvenes están presentes en muchas de ellas”, según anota el ex director de la revista Foreign Policy, Moisés Naim.

Para este reputado analista “la furia se ha vuelto contagiosa y la indignación popular se ha globalizado”, a partir de un solo hecho: “Es imposible diferenciar una foto de jóvenes enfrentados a la policía en Santiago de Chile de otra con la misma imagen en Londres. O una que muestra a los indignados acampados en la Puerta del Sol en Madrid de otra con las tiendas de campaña de los miles de manifestantes en las calles de Tel Aviv”.

Mientras 300 mil israelitas se manifestaron el sábado 6 de agosto principalmente en contra del alto costo de la vida y de la escasez de arriendos, el 11 de agosto miles de habitantes de una provincia del sur de China atacaron en las calles a la policía y golpearon y quemaron varios vehículos oficiales, en respuesta a la brutalidad de funcionarios municipales.

Este “incidente de masas” se suma a otros producidos en todo el país en los últimos meses, por el descontento con los abusos de las autoridades, las crecientes desigualdades sociales y las continuas alzas de precios, especialmente de los alimentos y la vivienda.

Tal vez, aparte de las movilizaciones opositoras duramente reprimidas por los dictadores árabes, las protestas de los jóvenes chilenos sean hoy las más políticas. Ellos tienen claro desde hace tres meses que las demandas estudiantiles no se satisfacen con aportes financieros más y rebajas crediticias menos. Ellos apuntan a un cambio en el modelo educacional, que asegure una enseñanza gratuita y con una calidad claramente definida en su contenido conceptual.

Así como el primer ministro británico David Cameron anunció “tolerancia cero” a los miembros “enfermos” de la sociedad que ejercen una “criminalidad pura y simple”, el presidente Sebastián Piñera creyó que bastaría un ofertón a los estudiantes con un nombre de fantasía cuya sigla sonaba a mercantil: “GANE”. Esa “creatura” murió antes de nacer.

Las dos nuevas ofertas consiguientes a su rechazo mostraron que el gobierno podía mejorarlas y que las consideraba como parte de una negociación. Hasta ayer los jóvenes no han dejado de movilizarse con gran éxito de convocatoria y lo seguirán haciendo sin temor al desgaste  –con huelga de hambre de siete alumnos incluida-, hasta que las autoridades, parlamentarios y dirigentes políticos e institucionales internalicen que ellos aprendieron la lección de sus antecesores, los pingüinos de 2006, No están más dispuestos a que se chutee la pelota.

Han dejado de este modo la expectativa muy alta: es posible que ahora sí la clase política se allane a una reforma política que posibilite la reforma social. Algo de mayor comprensión se expresó también en Reino Unido, cuando miembros conservadores del gabinete reconocieron que no todo se trataba de desmanes violentistas y que había que apuntar también a las crecientes desigualdades en esa supuesta sociedad de bienestar.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.