La semana económica en los mercados mundiales se caracterizó por un comportamiento aleatorio de los inversionistas, que han reaccionado según las perspectivas de las diversas áreas. En Asia, las bolsas cayeron tras la rebaja de clasificación de los bonos japoneses, mientras que en Estados Unidos subieron, luego de conocerse el aumento de 4% de pedidos de bienes duraderos que revirtió una caída en junio y que muestra cierta reactivación. Asimismo, los mercados estaban a la espera de declaraciones del presidente de la FED, Ben Bernanke, quien mañana podría anunciar un nuevo paquete de estímulo económico. En Chile, en tanto, la bolsa siguió el ritmo de Wall Street y en medio del paro nacional, subió, al igual que el dólar.
Pero a medida que la crisis financiera continúa y los gobiernos parecen incapaces de contenerla tras cuatro años del estallido de la crisis subprime y tres de la quiebra de Lehman Brothers, la cautela parece ser la tónica. En efecto, las preferencias de los mercados hacia bienes seguros se ha acentuado y mientras el cobre –a pesar de amenazas de recesión- sigue estable en cuatro dólares la libra, el oro ha seguido subiendo hasta 1.900 dólares la onza, un nuevo récord, cifra que significa un alza de 17% en el mes, 35% en el año, y 55% en los últimos 12 meses.
Con los mercados europeos a la expectativa, las bolsas del viejo continente se han mantenido estables, luego que el tifón financiero arrasara con Grecia, Irlanda y Portugal y sacudiera a Italia y España. Preámbulos de lo que algunos analistas estiman podría llegar finalmente al núcleo duro de Francia y Alemania y, por consiguiente, remecer la viabilidad del euro como moneda única de la Eurozona. Las negativas perspectivas se deducen del estado de ánimo de los inversionistas. Tras una reunión privada entre Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, pactada hace una semana para aquietar los ánimos, los mercados tuvieron una reacción exactamente opuesta y las bolsas se desplomaron al unísono. Es decir, las confianzas en las dirigencias políticas están por los suelos, no solo aquí, sino en casi todo el mundo.
La escalada del oro a 1.900 dólares da cuenta de esa incertidumbre actual y la tendencia sicológica instalada en el sentido de que más y más agentes creen que el mundo se dirige a una nueva recesión, pues ni los líderes de Europa ni en Washignton han podido dar respuesta. Las razones impetradas no dejan de ser atendibles: las fuertes presiones de los organismos internacionales y la banca mundial para que los gobiernos adopten planes de austeridad que les permitan pagar sus enormes deudas, han impulsado un aumento del desempleo y reducido el consumo y producción. Tales medidas han apuntado al desmantelamiento de servicios sociales, salud y educación, haciendo trizas el antiguo estado de bienestar. Si a estas condiciones se agrega la erosión de los fondos de pensiones, producto de las apuestas financieras de alto riesgo con dichos recursos, las perspectivas no son nada auspiciosas. Así, los llamados a paros nacionales podrían pasar de ser acciones esporádicas y extraordinarias, a una práctica ciudadana cada vez más habitual.