Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 18 de abril de 2024


Escritorio

Ciencia y Mujer: Una relación misógina

El hombre se ha preocupado mucho de determinar, a lo largo de la historia, la supuesta incapacidad intelectual de la hembra, con argumentos que hoy provocan sonrisas burlonas. Pese a ello, las puertas del quehacer científico apenas han cedido al avance de la mujer en las esferas de las actividades humanas. Terreno fértil y poderoso, se constituye en otro baluarte de la diferencia.

Pablo Jofré Leal

  Viernes 16 de diciembre 2011 21:04 hrs. 
mujer_ciencia

Compartir en

La ciencia moderna, tal como se constituyó en el siglo XVII, es una empresa que encarna valores predominantemente masculinos y que ha permitido a los hombres afirmar su superioridad en la sociedad. Esta afirmación llamó mi atención, por primera vez, al leer la obra del historiador ingles Brian Easlea en su libro Sciencie and Sexual oppression Patriarchy´s confrontation with woman and nature. En este libro, Easlea analiza la situación patriarcal de nuestra sociedad occidental, sobre todo en el campo científico a partir de la Revolución industrial. En este tipo de cultura, señala Easlea, hay establecida una clara y fuerte oposición entre el hombre y la mujer (hasta aquí nada nuevo bajo el sol.) El hombre es considerado fuerte, valeroso, inteligente, creador, activo, mientras que la mujer es considerada dulce, paciente, pasiva, menos inteligente (por no decir limítrofe), comparada y asimilada a los bárbaros y esclavos, y posteriormente, a medida que la “civilización” avanzaba, a negros y  monos.

En definitiva y por donde se mire,  el hombre es superior a la mujer. Estas imágenes y prácticas culturales tienen implicaciones en todos los campos de la actividad humana. Por otra parte, quizás sea necesario ponerlas en relación con algunas grandes etapas de nuestra evolución social. Así, escribe Simone de Beauvoir, la religión de la mujer está ligada al reino de la agricultura, reino de la duración irreductible, de la contingencia, del azar, de la espera, del misterio; el del Homo Faber, que es hablar del hombre; es el reino del tiempo que se puede vencer como al espacio, de la necesidad, del proyecto, de la acción, de la razón.[1] Esta interpretación permite entender la Ciencia como una institución típicamente masculina, ya que en ella se hacen carne las virtudes de: racionalidad, objetividad y aptitud para la dominación de la naturaleza que posee el hombre, que es hablar del dominio del otro sea este del mismo género o del contrario.

A lo largo de la historia

En el siglo XVII la ciencia moderna se impuso social e institucionalmente. Sus impulsores, defensores y promotores subrayaron muchísimas veces su carácter eminentemente masculino. Para Francis Bacon, por ejemplo, la filosofía experimental anunciaba el nacimiento de un nuevo tiempo, donde lo masculino era preponderante. Era la promoción de una filosofía masculina, que al decir de Robert Hooke permitía al hombre ejercer su dominio sobre el principio femenino de la materia. Más cercano al siglo XX Galton declaraba que los hombres de ciencia sentían poca simpatía por las formas  de pensar femeninas. La ciencia, para los hombres sustentadores de esas ideas era la forma, el medio de asegurar y confirmar su identidad. En el siglo XIX se aceptaba corrientemente que la sede de la inteligencia radicaba en los lóbulos frontales del cerebro y que estos órganos estaban mejor situados y eran más grandes en los hombres que en las mujeres. De tal modo se impuso esta noción, que en los estudios del cerebro, a partir de la mitad del siglo XIX, se estableció la norma de designar al hombre como Homo Frontalis y a la mujer como Homo Parietalis pero: “A fines del mismo siglo nuevas investigaciones condujeron a la conclusión que los lóbulos frontales de las mujeres eran más gruesos que los de los hombres ¿ Qué conclusión sacar de eso? ¿Sería preciso admitir que las mujeres eran más inteligentes? Felizmente se descubrió que la preponderancia de la región frontal, contrariamente a lo que se creía, no implicaba una superioridad intelectual. Eran los lóbulos parietales, los que tenían importancia… en una palabra, pasara lo que pasara con sus lóbulos la mujer era muy inferior al hombre.”[2]

El ámbito de la investigación científica ha sido dominado por los hombres durante casi toda la historia, las mujeres siempre han tenido un rol más de espectadoras que de activas participantes del proceso del saber. En ciertos periodos les fue prohibido incluso la investigación y aquellas que desoyeron ese “orden natural” recibieron los más crueles castigos, aquellas que se internaban por los laberintos de las preguntas y las experimentaciones, para resolver las dudas no recibieron más respuestas que la hoguera. Cuando esta costumbre perdió vigencia, los hombres se esforzaron por rechazar a las mujeres del campo donde ellas tenían mayor presencia, como era el área médica, de tal manera que trataron incluso de reemplazar a las parteras. Desde el punto de vista práctico, como del simbolismo que tal hecho muestra, resulta claro el afán de impulsar una forma de conocer el mundo, interpretarlo y hacerlo praxis en forma masculina, cuestión que no se remonta solamente a los siglos que he mencionado como inicio de la ciencia moderna.

Ya Aristóteles, en su trabajo sobre La Reproducción de los Animales plantea la tesis que sólo el hombre es creador “ la hembra en tanto tal, es pasiva, el varón, en tanto tal es activo… la hembra es un varón mutilado y la relación entre ambos es sencillamente la relación entre un ser superior y uno inferior… las hembras son más débiles y frías por naturaleza, y hay que considerar el sexo femenino como una malformación natural…” Toda esta teoría de la Reproducción animal, donde el esperma ocupa un lugar principal, se basa en ciertos principios que se explican por la misoginia presente en la sociedad griega de la época. Entre esos principios se haya aquel que afirma que el macho es el principio del movimiento y, por tanto, lo mejor y más divino por naturaleza, y la hembra es la materia, y por tanto la parte más débil. El más y el menos de Aristóteles – tô mâllon kaì êtton – corresponden al más como sinónimo de lo masculino, por tanto todos los atributos positivos y el menos al mundo femenino, por tanto todo lo negativo que puede traer aparejado con el mismo signo con se marcaba a bárbaros y esclavos.

Esta concepción aristotélica se manifiesta con aún mayor fuerza a partir del desarrollo del capitalismo que detenta como consigna que, para que las ciencias progresen es preciso ser racional, riguroso, inventivo y objetivo. Con ello se exalta es la inteligencia y el pensar masculino. El hombre es considerado un cerebro. ¿La mujer?, bueno: sexo y sensibilidad que son lo mismo que decir irracional. Un texto médico del año 1694, citado por el Epistemólogo Francés Pierre Thuillier [3] es ilustrativo“Las mujeres a causa de su sexo frío y húmedo no pueden estar dotadas de un juicio tan profundo como el de los hombres; de hecho constatamos que son capaces de tener conocimientos sobre temas sencillos, pero raramente consiguen ir más allá de nociones superficiales cuando se trata de ciencia profunda.”

En un interesante Ensayo sobre el cerebro de las mujeres, escrito por Stephen Jay Gould este menciona la afirmación hecha por un discípulo de Paul Broca, el famoso Cráneo metrista parisino del siglo XIX, Manouvrier que era el apellido de este discípulo, escribió una emotiva defensa de la mujer, rechazando la noción de inferioridad que le querían echar a la espalda, bajo el argumento, que les gustara o no, las mujeres tenían el cerebro más pequeño que los hombres y, por tanto no podían pretender ser más inteligente que aquel. Las mujeres exhibieron sus talentos y sus diplomas, invocaron también autoridades filosóficas. Pero se les oponían números desconocidos para Condorcet o John Stuar Mill. Estos números caían sobre las pobres mujeres como un martillo pilón e iban acompañadas de comentarios y sarcasmos más sádicos y atroces que las más feroces imprecaciones misóginas de ciertos padres de la iglesia. Los teólogos se habían preguntado si las mujeres tenían alma. Varios siglos después, algunos científicos estaban dispuestos a negarles una inteligencia humana.

La fragilidad del sexo fuerte

Pero, queda la pregunta del por qué esta necesidad masculina de proclamar su superioridad y en esto es bueno remitirse a ciertos argumentos bastante interesantes y que están tanto en el ámbito de la Historia de la Ciencia, como de la Sicología social e incluso de la sexología como disciplina para entender el comportamiento humano. Para resolver esta interrogante, se debe tener en cuenta la situación propiamente sexual de los hombres frente a sus compañeras humanas. Los textos a este respecto son abundantes y originales pero, la mayoría concuerda en señalar que una mujer abandonada a sí misma es un ser insaciable y los hombres temen no poder satisfacer a tan carnales criaturas y en esto, es indudable que,  la virilidad del hombre queda, en la cama abandonada, a merced de la mujer.

Es lo que se ha denominado la Fragilidad del pene. Teoría, según la cual, los hombres, por temor a no actuar bien, a no responder de manera adecuada se jactan, en el ámbito social de otras superioridades ya se llamen cerebro, conocimiento, racionalidad, aplicando para ello estrategias defensivas como el denunciar a las mujeres como seres eminentemente sensitivas, casi ninfomaníacas. Si en el pasado el hombre demostraba su superioridad guerreando, luchando en competencias ecuestres o saliendo a defender santos sepulcros, en la época de las ciencias, en el mundo de la economía se inventan otras formas de superioridad y por ello adquiere tanta importancia ser racional, activo, ser pensante, pues allí se mantiene la superioridad del hombre sobre la mujer por ser aquel superior intelectualmente.

Sin duda que el actuar científico o mejor dicho el sexismo científico va parejo con un rechazo general (más o menos visible) de los llamados valores femeninos: ternura, sensualidad, gusto por las relaciones propiamente humanas entre otras. El culto a la ciencia tendría pues, una significación cultural importante, llevaría a la sociedad a colocar todos sus problemas en términos racionales y, sobre todo, a concebirlos en términos de dominación, de relaciones de fuerza, de competición. So pretexto de rigor e intelectualidad, con la excusa de afirmar su fuerza, la humanidad “viril” mantiene en la sociedad una tensión y agresividad casi permanente y al mismo tiempo, intenta reprimir con engaños la espontaneidad afectiva. Incluso los placeres del amor son torpemente manipulados por esta necesidad continua de conquistar, de ser más fuerte.

El análisis de Easlea, o de todos aquellos que nos negamos a concebir la Ciencia, o cualquier otro campo del saber humano, desde un punto de vista de relaciones de fuerza y dominación, se remonta a los estudios de una ciencia más humana (en el sentido de ser dos y no uno superior a  otro)  elaborada por socialistas utópicos como Fourier y los saint.- simonianos, quienes daban gran importancia al uso de los sentimientos, al corazón, a la imaginación. Podían ser considerados verdaderos feministas y cuyos postulados insistían en la recuperación de los aspectos femeninos de la naturaleza humana. En su opinión la emancipación de las mujeres constituía no sólo un objetivo deseable sino el medio de alcanzar una sociedad mejor. Este punto es importantísimo para entender esta especie de dureza masculina que muchos progresistas en el campo político, sustentan en sus opiniones sobre la necesidad de cambiar el mundo, sin dejar pie a los sentimentalismos, a la necesidad de la dureza frente a quien oprime desdeñando nuestra propia soberbia de dominadores a partes componentes de nuestra especie.

Ernesto “Che” Guevara planteaba la necesidad de ser duros, sin perder nunca la ternura, y allí está la clave. Pensar con todo nuestro ser que la conformación de este es hembra y varón en común unión de intereses. El plantearse una nueva ciencia es hablar de la necesidad de crear una ciencia femenina también”: La ciencia, por razón de su método y conceptos ha promovido un universo en el cual la dominación de la naturaleza queda ligada a la dominación del hombre… es necesario cambiar aquello.”[4]Estas palabras de Marcuse se repiten en su libro Contrarrevolución y Revuelta al señalar que el principio varón es el predominante en todos los campos del saber pero que es la mujer quien encarna, literalmente la promesa de la paz, de la alegría, del fin de la violencia.

Por su parte una gran luchadora feminista como Simone de Beauvoir afirma que: “La contradicción entre el hombre y la mujer es tan primitiva y fundamental que no importa ninguna más. Después de todo es media humanidad contra la otra media. A mi entender, es tan importante como la lucha de clases.”[5]

Desmitificar los aportes

La ciencia es un fenómeno que requiere ser estudiado en una forma seria, más allá de sonrisitas condescendientes y descalificaciones a las ideas de una ciencia femenina por considerarlas románticas, sentimentales y utópicas a más no poder. Los análisis pasan por el punto de vista económico, la cantidad de mujeres insertas en la producción de conocimiento, desde un punto de vista político, epistemológico y hasta con sentimiento si  me permiten el uso de esta poca científica palabra. En un interesante trabajo sobre el tema “¿Ha cambiado el feminismo la ciencia? –Has feminism changed Science, la Estadounidense Londa Schiebinger, Historiadora de las ciencias de la Universidad de Pennsilvania, afirma que el pensamiento femenino, aunque sólo se institucionalizó a partir del siglo XX cuando pudieron entrar a las universidades a enseñar sus descubrimientos, es un pensamiento que ha estado presente siempre, pero que en las verdades científicas, consideradas neutrales y ajenas al sentir o emociones de quienes las estudiaban – hombres, por supuesto – había escasa cabida para un pensar femenino que mediante un proceso de reevaluación del papel de las mujeres en la sociedad ha permitido influir en el desarrollo científico.

Para Londa Schiebinger, la ciencia no es más sexista que otros campos del saber, que son indudablemente teorías y prácticas profundamente masculinas. Para cambiar ello se necesitan políticas estatales que fomenten el trabajo de las mujeres en la ciencia.  “Tal como decía Bertrand Russel nuestra cultura está dominada por el Tabú de la Ternura, como si la llamada a los sentimientos fuera signo de una debilidad incurable. En mayor o menor grado se postula que sólo la virilidad, la ciencia y la fuerza ( ya que no la violencia puede traer el progreso) Pero esta filosofía, consustancial a nuestras sociedades llamadas avanzadas  ¿es tan objetiva y racional? ? La pregunta merece la pena. Mito por mito ¿ por qué no creer también en los mitos femeninos? Por ejemplo, en este de Fourier: “ los progresos sociales se operan en razón del progreso de las mujeres hacia la libertad; y las decadencias del orden social se operan en razón de la disminución de la libertad de las mujeres.”[6]

El carácter de las diferencias de género, en la participación e investigación científica, parece ser una cuestión más bien cultural que institucional. Hoy en día las mujeres acceden a la educación tanto como los hombres, pero a la hora de elegir opciones de carreras, el camino profesional se vislumbra por otros lares. Ciertas carreras siguen siendo consideradas como netamente femeninas en oposición a aquellas consideradas más convenientemente masculinas. Las féminas son, generalmente, influidas por presiones subjetivas, y esto tiene que ver con el rol que culturalmente se les asigna y que se ve desde los primeros años de la enseñanza educacional. La poca presencia de las mujeres en la ciencia básica, por ejemplo, no sólo se observa en su esencia, en cuanto a ejercer carreras ligadas a este campo del saber sino que, cuando participan del mundo de la ciencia más dura, muy pocas de ellas ejercen posiciones de liderazgo, que les permitan incidir en las decisiones que se toman en materia de avances científicos.

Ciencia : sustantivo masculino

Entre las principales dificultades que enfrentan las mujeres que trabajan en ciencia, se encuentran las expectativas personales, acompañadas del pesado fardo que significa el qué se espera de ellas. Los roles que tradicionalmente se han asignado a la mujer dificultan su plena inserción y pleno acceso a carreras científicas, tanto en la etapa de formación como en el laboral. La investigación científica requiere una dedicación casi exclusiva, que muy pocas mujeres se pueden dar el lujo de utilizar, so pena de “descuidar” sus roles tradicionales de profesional, esposa y generalmente madre. Carreras como astronomía y matemáticas han tenido un fuerte desarrollo en los últimos 30 años, y quizás por ello, por ser carreras relativamente recientes se caracterizan por un ambiente más horizontal y equitativo. Por ejemplo, en el ámbito latinoamericano, las mujeres representan el 25 %, y en el ámbito mundial – principalmente en países industrializados – esa cifra no llega al 45%. Ha costado a las mujeres ganar espacios en campos de mayor rango, con mejores salarios y mayores cupos en las administraciones de recursos. En la vieja Europa, de cada cien estudiantes de ingeniería, sólo 6 son mujeres.

El 50 % de los titulados superiores europeos son mujeres pero, tan sólo el 20%  de los alumnos de carreras de ciencia&tecnología son mujeres. Si la referencia es puestos de decisión, las cifras son aún más abismales. En la Asamblea Europea de C&T sólo el 8% son mujeres. Al contrario de lo que podría pensarse, los países del sur de Europa, considerados “menos igualitarios” que los del norte escandinavo, como es el caso de Portugal y España tienen más mujeres ya sean tituladas en carreras científicas, como también investigadoras y profesoras de disciplinas técnicas. Las mujeres en carreras como Biología representan el 50% del total, al igual que en matemáticas y química, disminuyendo al 40% en física.

Esto es un buen aliciente para el alumnado femenino que tiene un espejo donde proyectarse. Hoy, ya en carrera en un nuevo siglo, las cosas parecen haber mejorado sensiblemente. Claramente no eran equitativas las relaciones hombre-mujer en el campo de las ciencias, cuando las mujeres daban sus primeros pasos institucionales en un mundo vedado. Los resabios de discriminación que aún subsisten hacen que las mujeres tengan que demostrar  capacidades que al hombre se le suponen a priori. La mujer necesita  una mayor agresividad para defender sus ideas o validar sus hallazgos. No sólo deben trabajar más horas en sus experimentos, sino que también esperar más tiempo para ser reconocidas como investigadoras competentes.

El éxito de una investigación, que ha tenido el honor de recaer en una mujer, suele atribuirse al azar. Si se trata de un grupo de investigación dirigido por un hombre, y fracasa se atribuye a la mala suerte. Las cifras de esta diferencia entre hombres y mujeres debe cambiar, indudablemente, pero ese cambio no pasa  sólo por determinar cuotas de participación femenina en esta área del saber. La solución no es discriminar positivamente, como se llama ahora eufemísticamente, a la institucionalización de la desigualdad. Ella ha sido capaz, a lo largo de historia de demostrar su valía, y su presencia a pesar de persecuciones y misoginia ha sabido instalarse. La solución pasa por el hecho de no permitir, bajo ningún concepto sea este, biológico, cultural, político, religioso o legal, que el progreso de la humanidad pase por coartar la libertad a las mujeres. No se puede permitir que reinen ideas sexistas en detrimento de la mujer.

Su pretendida poca valía no pasa por la inconveniencia de evolucionar bajo una naturaleza femenina, pasa por nuestras propias culpas como hombres y mujeres en la escasa defensa del valer femenino. No creamos tampoco, que el constatar el reinado machista de la ciencia a lo largo de la historia puede hacer concluir que ella ha tenido poca importancia en su progreso. En todo caso argumentar la presencia femenina en la ciencia es trabajo de otro artículo. Por mi parte, debo retirarme a preparar la comida, pues mi esposa e hijos están por llegar a casa.

[1]Pierre Thuillier. Revista Mundo Científico.  Madrid. España. Abril de 1982.   Nº 13. Vol. 2. Pág. 415.

2Pierre Thuillier. Ibid.

3Pierre Thuillier. Op. Cit

4Herbert Marcuse. El Hombre Unidimensional

5Simone de Beauvoir. Frase extraída de una conversación aparecida en Spare Rib. Marzo de 1977

6Pierre Thuillier. Op. Cit.

Síguenos en