Con su tercera película, el actor y director Tate Taylor logró la atención de la industria hollywoodense, obteniendo nominaciones a los Globos de Oro y los premios Oscar como mejor película y para sus actrices principales. “Historias Cruzadas” es una cinta muy del gusto de la industria cinematográfica norteamericana. Una película en que hay buenos y malos muy definidos, y en donde la ignorancia es vencida con la buena voluntad.
En un típico pueblo conservador del sur de Estados Unidos, una joven recién egresada de la Universidad decide iniciar su carrera como periodista haciendo un reportaje sobre el trabajo doméstico, desde el punto de vista de las empleadas de color.
A inicios de los años sesenta y especialmente en el contexto sureño, el iniciar una investigación de este tipo era además de ilegal (porque requería la reunión de blancos y negros en contextos fuera del trabajo) un riesgo para todos los implicados. De a poco la protagonista va venciendo los resquemores de un par de mujeres para ir exponiendo los malos tratos e injusticias que estas reciben de sus patronas y va reuniendo testimonios de esta realidad que al mismo tiempo le es cercana, pero desconocida.
“Historias Cruzadas” cumple con ser una película entretenida y emocionante. El grupo de actrices responsables de los papeles centrales está afinado y bien trabajado, logrando lucirse en roles que no son fáciles. La puesta en escena es correcta, la ambientación temporal es adecuada y la narración logra involucrar emotivamente al espectador. La dirección de Taylor sigue todas las instrucciones de la narración clásica para poner al espectador del lado de los más débiles y juzgar a los malvados. Y probablemente en este último punto esté la mayor debilidad del filme.
Aunque desde la sabiduría del presente nos sea fácil reconocer las injusticias cometidas en el pasado, esas injusticias fueron fruto de una historia y una manera de pensar. Todo el proceso que derivó en la lucha de los afroamericanos por los movimientos sociales no fue, literalmente, en blanco y negro. La complejidad del discurso de unos y otros no aparece en esta cinta, y aunque no estamos para pedirle a una sola película que dé cuenta de uno de los momentos más emocionantes y difíciles de la Historia del siglo XX, si le podemos pedir que logre armar un buen argumento a partir de la diversidad de puntos de vistas que en ese momento generaron el conflicto. Si no, nos quedamos sólo en los arquetipos y no podemos entrar en la humanidad del error, la lucha cinematográfica se vuelve insulsa y aprendemos poco de nuestros fallos.
Con los hechos que hemos visto en nuestro país recientemente respecto al trato y a la visión que se tiene de los empleados domésticos, es evidente que los argumentos que para algunos son razonables, para otros son inmorales. Y aunque el discurso políticamente correcto diga una cosa, la manera en que decidimos no siempre es coherente con él, hay razones personales, culturales, de visión de mundo que hacen que vivamos como lo hacemos. Ahí el arte tiene tremendas posibilidades de espejearnos, de hacernos mirar hacia adentro y reflexionar, pero para eso necesita exponer la complejidad de las cosas y no entregarnos las respuestas como si leyéramos un libro subrayado.