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FICIL 2012: Haciendo cultura a puro pulso

En un país en que las cifras de consumo de cine nacional rodea un débil 5 por ciento y en donde las salas de cine están concentradas en las grandes ciudades, los festivales de cine regional cumplen una labor fundamental. El Festival Internacional de Cine de Lebu está desarrollando esta semana su decimosegunda versión y, a pesar de haber demostrado su aporte a la creación de audiencias y del desarrollo del audiovisual a nivel regional, no cuenta con los apoyos que se esperarían.

Antonella Estevez

  Viernes 3 de febrero 2012 16:09 hrs. 
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Festivales de cine en Chile abundan, de hecho se calcula que en los últimos años hay alrededor de cincuenta de ellos de distintos tamaños  y enfoques, dispersos por todo el país. El tener un festival de cine en su comuna es algo que ha contagiado a muchos ediles, pero cuando se trata de darle consistencia y permanencia a esos proyectos el entusiasmo parece no ser el mismo.

El Festival Internacional de Cine de Lebu (FICIL) nació en el 2000 como una muestra que se realizaba en la mítica Caverna Benavides. La actividad es generada por Claudia Pino,  joven productora que -nacida en Lebu y luego de estudiar en Santiago- decide retornar a su pueblo para compartir con los vecinos de esta comuna las obras que el cine chileno estaba produciendo. Durante esos primeros años el entusiasmo fue compartido y eran literalmente miles las personas que llegaban a la Caverna para ver cine y encontrarse con actores y directores. De a poco la muestra fue creciendo hasta transformarse en un Festival que hoy tiene cuatro categorías de competencia –dos de corto regional y dos internacionales-, que alberga un taller de stop motion con niños de la comuna, charlas de tecnología y producción y exhibiciones en Lebu,  Arauco y Cañete. Desde este año se incluye también un laboratorio de proyectos de cine documental, a cargo del Observatorio de Cine y un espacio para el encuentro entre compradores y realizadores de cortometrajes. Además, FICIL es el único festival de Chile que tiene subsedes en otros países (Argentina, Cuba, España y a partir del 2013, México) en donde el público local puede ver las obras producidas en la región del Bio Bio, durante los mismos días en que se está realizando el certámen.

Sorprende todo lo que se logra hacer en una comuna que no posee todas las facilidades estructurales para hacerlo. Y sorprende más cuando nos damos cuenta que no existe apoyo ni de la municipalidad local, ni del Consejo de la Cultura en este sentido. Hoy el FICIL se sostiene con el apoyo del Gobierno Regional, la gestión entre empresas privadas y el esfuerzo de los colaboradores.  Es excepcional lo que se logra acá, pero al mismo tiempo es un caso muy típico de cómo trabajan los gestores culturales en el país. Gestores que se tienen que enfrentar, por ejemplo, al atraso de los resultados de los fondos de Cultura y que, por lo tanto, no saben si contarán o no con apoyos desde esta fuente. Gestores que a veces no poseen la complicidad de las autoridades locales para beneficiar a sus vecinos y que deben gastar energías en buscar apoyos externos para poder desarrollar sus eventos.

Son demasiados los proyectos culturales que se sostienen solo a base de tesón y sacrificio de parte de sus productores, quienes ponen de sus propios recursos para poder lograr que estos se realicen. Hay ejemplos de esto en todas las áreas de la cultura y aunque la satisfacción de ver  estas obras realizadas es, para muchos, la mejor recompensa no se puede sostener el desarrollo cultural como país a base del voluntariado. Es urgente que los organismos nacionales y locales que se han creado para generar y sostener una política cultural consistente utilicen las herramientas que poseen y sean consciente de que el exceso de burocracia, los intereses partidistas y la centralización de los recursos hacen muy difícil caminar hacia un desarrollo cultural que alcance de verdad todos los rincones del país.

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